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Mariano Barroso (Sant Just Desvern, Barcelona, 1959) habla en 'La línea invisible' de una ETA casi desconocida, la de los inicios, y de una Euskadi y una España en los años 60 muy diferentes a las actuales. Los dos grandes protagonistas de la serie que ... Movistar estrena el 8 de abril (los dos primeros capítulos en abierto) son Txabi Etxebarrieta, el primer etarra que mató y murió en un control de la Guardia Civil, y Melitón Manzanas, el inspector de policía que se convirtió en la primera víctima de un asesinato planificado de la banda terrorista. Àlex Monner y Antonio de la Torre protagonizan una de las grandes apuestas de la ficción española de esta temporada, a la espera de que 'Patria' anuncie su nueva fecha de estreno.
-'La línea invisible' toma su título de la decisión de empuñar las armas y pasar de la acción política a la militar.
-Es la ETA antes de ETA, los orígenes. La parte que precedió a la pesadilla en que se convirtió. Una época del País Vasco, en plena represión franquista, cuando un grupo de chavales inicia ese movimiento que se convirtió en lo que todos conocemos. Ese era el reto, hablar de una época a pesar de que sabemos lo que pasó después. Hacer abstracción de ello para no juzgar y no ir con prejuicios, que es de lo que trata nuestra profesión. Debemos olvidarnos de los prejuicios ideológicos y morales. Los hechos hablan por sí solos, esta es una versión de lo que ocurrió, no puede ser de otra manera. No existe la versión objetiva, la tendría que hacer Dios. Son los hechos y el comportamiento de los personajes los que van narrando la historia.
-La serie es sobre todo el retrato de dos personajes: Txabi Etxebarrieta y Melitón Manzanas. El primero no aparece dibujado precisamente como un hombre de acción, como un guerrillero.
-Era un hombre débil físicamente, con asma. En cambio tenía mucha fortaleza intelectual, era un tipo brillante, un poeta admirado a pesar de su juventud. Sus escritos eran referencia para muchos jóvenes. Pero no era un hombre de acción, como otros miembros de la organización. Todos los testimonios lo dibujan desvalido. No era Harrison Ford, vamos.
-Estaba a años luz de los carniceros que vinieron después.
-Sí. Txabi Etxebarrieta estaba muy interesado por la informática, era un adelantado a su época en materia de computadoras, que estudiaba Económicas en Bilbao. Una de las contradicciones de la historia que contamos es que, a diferencia de Melitón Manzanas, no hablaba euskera. Yo creo en una máxima: la Historia con mayúsculas puede ser maniquea, pero las historias no pueden serlo. Ese tipo de detalles no se conoce. El torturador franquista habla euskera y el líder nacionalista no.
-Ya sabíamos que Melitón Manzanas era un notorio torturador, pero no que hablara en primera persona de «nosotros los vascos» ni que fuera un padre amantísimo de su hija.
-Los vascos no son de una manera, otra cosa es que haya quien se quiera apropiar de su concepto de lo vasco. Melitón era de Irún, un torturador franquista según los testimonios de cientos de personas que sufrieron sus fechorías. Pero también era un tipo entrañable, en palabras textuales de algunos que padecieron sus golpes. Un cachondo entre comillas, un tipo campechano que adoraba a su familia.
-¿Que tuviera una amante, madre de pelotari, pertenece a la ficción?
-La historia está construida a partir de hechos reales, tenemos muchísima documentación y lo que sale en pantalla es la punta del iceberg. Versionamos los hechos, porque no existe la versión oficial, hay tantas versiones como personas vivieron aquello. Todo está lleno de contradicciones y de capas que le dan dimensión a los personajes, no todo es de un color.
-Cuando aborda una realidad tan escabrosa está el peligro de ofender al que ha formado parte del conflicto. ¿Qué le diría a quien considere que se humaniza a los etarras en la serie?
-Yo en ningún momento trato de humanizar ni de deshumanizar. Quienes nos dedicamos a hacer cine no podemos trabajar con la política, la moral o la ideología. Nuestro oficio son las emociones. Claro que aquellos etarras eran humanos, el Carnicero de Milwaukee era una persona. Siempre vemos cuando detienen a alguien con 38 cadáveres en su jardín que salen los vecinos diciendo que era un tipo entrañable. Es humano, otra cosa es que sus acciones sean criminales. Seguro que para su hija el torturador era el padre ideal. Contar la historia de manera maniquea no tendría ningún interés, con malos malísimos. El actor está obligado a buscar todas las partes del personaje. En la serie ves que una persona asesina a otra, la acción por sí sola define a ese individuo.
-La serie muestra cuando ETA sustituye la lucha obrera por reivindicaciones etnicistas. Todo el apoyo social que tendrá en años posteriores se fabrica desde cero.
-Había dos facciones en el seno de ETA. Hasta la V Asamblea dominaba el sector más sindical, que abogaba por la unión del movimiento obrero en toda España. Después estaban los que defendían la identidad nacional, un concepto tan hueco en estos tiempos de confinamiento, que hicieron trampas para marginar al otro sector. Cuando ganaron y apostaron por la lucha armada se produjo la primera gran escisión y se marcharon todos los que estaban en contra de coger las armas. Incluso entre los que defendían la identidad nacional había muchas discrepancias, porque una cosa es decidir intelectualmente que vas a matar a alguien y otra cosa empuñar una pistola y hacerlo. En esa distancia entre la decisión intelectual y la acción física se juega todo, esa es la clave de 'La línea invisible'. Se destruye la vida del muerto y la del asesino.
-¿Ha echado de menos en la ficción sobre ETA más protagonismo de las víctimas?
-Eso os toca decirlo a vosotros. Se han hecho grandes trabajos: Imanol Uribe y Gutiérrez Aragón son grandes directores que han hablado de ello. Durante mucho tiempo se ha ignorado a las víctimas, no solo en la ficción sino en la realidad. Ha habido una ley del silencio tremenda, y eso aparece en la serie. Es la tragedia de un pueblo, la incapacidad de la mitad por sentir con la otra mitad, de amarse y reconocerse, poniendo por encima las ideas al dolor. Es la banalización del dolor ajeno, la incapacidad para la empatía. Es una tragedia de cada familia y de todo un pueblo. Por suerte, todo se está reconduciendo y la realidad actual no tiene nada que ver con lo que fue.
-Como presidente de la Academia, no me resisto a preguntarle qué va a pasar con el cine español después de la pandemia.
-Ojalá lo supiera… Ni los científicos saben qué va a pasar. Quiero imaginar un día en el que se volverán a llenar las calles y los cines. Está claro que no podemos vivir sin historias, sin relatos contados con imágenes, en una ventana o en otra. Nuestro colectivo está sufriendo una parálisis absoluta, del cien por cien. Esperemos que pueda retomar su actividad una vez que sanen los enfermos y todos arrimemos el hombro de la mejor manera que podamos.
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