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En un momento en que las series cada vez cuentan con menos episodios, en que apenas superan las dos temporadas, en que el consumo es compulsivo y al espectador le cuesta esperar una semana para ver un nuevo episodio, los británicos se vuelven locos con ' ... Line of duty', una ficción que hace unos días congregó frente a la pantalla a casi 13 millones de espectadores en Reino Unido. Una barbaridad. La BBC emitía el último episodio de la sexta temporada y la audiencia no quiso perderse el desenlace.
El caso de esta producción inglesa es inusual en tiempos de frenesí seriéfilo y de despiporre de plataformas. Se estrenó en 2012 y lejos de quemarse cada año logra más adeptos. Se emite en una televisión en abierto y con periodicidad semanal y, aún así, consigue mantener enganchado a su público. Lleva nueve años en la parrilla de la BBC y tiene cuerda para rato, a juzgar por las tramas que aún han quedado abiertas y la intención de continuar de su creador, Jed Mercurio.
Es la joya de la corona de este autor, que también ha triunfado con otros títulos como 'Bodyguard'. 'Line of duty' se centra en el departamento de anticorrupción de la policía británica, en concreto en una unidad encargada de investigar casos de mala praxis entre los agentes de Birmingham. En él trabajan tres detectives entregados a desenmascarar a sus compañeros corruptos, dejando de lado sus propias vidas personales para entregarse por completo a su trabajo. El argumento -a simple vista, un 'thriller' más- no hacía presagiar que se iba a convertir en una serie de culto. Ni siquiera la BBC lo tenía claro cuando la programó. De hecho la destinó a un canal secundario y no fue hasta la cuarta temporada cuando la movió a su cadena principal, dado el interés que generaba.
La serie de Mercurio no es un policiaco al uso. O al menos se diferencia bastante de los que estábamos acostumbrados a ver. Contiene muchas menos secuencias de acción de las habituales en estas tramas y la principal emoción en sus capítulos se reserva para los interrogatorios. Hay capítulos enteros dedicados a estos, escritos de un modo tan soberbio que enganchan al espectador como si estuviese en medio de una persecución. Tampoco sus protagonistas son unos héroes admirables. Tanto es así que es complicado empatizar con ellos, por sus vidas poco ejemplares y por su carácter adusto. 'Line of duty' no está diseñada para hacer subir la adrenalina del seguidor a base de tiroteos y piruetas marciales. Su fuerte es un guion notable que nos va llevando por recovecos que ni esperábamos y nunca de un modo gratuito. Su objetivo final es denunciar la corrupción institucionalizada.
¿Y, entonces, por qué gusta de ese modo si tantos peros acumula en contra? Porque está muy bien escrita, muy bien pensada, y muy bien interpretada. Y porque el espectador no es tan simple como pensamos. O como alguna plataforma plagada de algoritmos pretende hacernos creer. El espectador ha dicho que sí a 'Line of duty' precisamente porque es diferente, porque le obliga a pensar, porque no es maniquea y presenta una realidad en la que víctimas y verdugos se confunden y en la que las historias no siempre acaban bien. Eso lo ha hecho diferente. La ficción se empeña en denunciar los abusos que cometen los que deben defender la ley, lo contaminado que está el sistema y la impunidad de la que gozan determinadas personalidades de nuestra sociedad.
Que nadie se lleve a engaño por lo expuesto anteriormente. A 'Line of duty' no se le puede acusar de ser un título lento en el que no pasa nada. Simplemente tiene ritmos y herramientas diferentes a las de otras producciones. Pero una vez entras en ella es difícil salir, está diseñada para enganchar. Cada temporada se sube a una montaña rusa en la que es difícil prever lo que ocurrirá, escalonada con 'clifhangers' de infarto, ideados con el objetivo de atrapar más y más a la audiencia. Así que normal que esta acudiese en masa hace unos días a contemplar el final, para saber el destino de los personajes principales, así como el modo en que se resolvía el caso de esta temporada.
Ese esquema se repite año tras año. La serie plantea un caso nuevo en cada tanda, deja ver claroscuros de los protagonistas e introduce una figura invitada que normalmente hace las veces de villana, en contraposición con los honrados protagonistas del AC-12 que van a tratar de desenmascararla. Así ha sido durante seis temporadas.
En la primera pusieron en el punto de mira al inspector jefe Tony Gates, ya que, a pesar de haber sido nombrado oficial del año, su manera de actuar despertaba dudas a su alrededor. Lennie James interpretaba a este personaje, primero en 'sufrir' la presión del AC-12, y con el que se iniciaba una investigación que continúa coleando en 'Line of duty'. A él le siguieron otros agentes encarnados por Keeley Hawes, Thandie Newton y Stephen Graham, que habían quebrantado la ley para cruzar a un lado oscuro en el que es complicado no caer a juzgar por lo que ocurre en estas comisarías británicas.
Este año la perseguida ha sido Kelly Macdonald, que como suele ser habitual en esta actriz ha estado excepcional dando vida a una policía atormentada por su pasado familiar. Contemplar cómo terminaba su travesía ha sido una prioridad para el público inglés, que ha asistido a cada episodio como si se tratase de un evento especial. Ahí está otra de las claves del enorme seguimiento de esta serie, que cada capítulo se vive como un acontecimiento y para evitar espóilers el público prefiere seguirlo en directo. En este sentido el hecho de que las temporadas sean cortas (esta ha tenido siete entregas, pero el resto seis) ayuda.
'Line of duty' puede ser interpretada como la excepción que confirma la regla o como un ejemplo de que las series en abierto no están muertas y que si se plantean con parámetros suficientemente atractivos pueden seguir enganchando a la audiencia. También es verdad que la BBC es única cuidando sus ficciones -y no las maltrata programándolas a las tantas de la noche o cambiándolas de día sin justificación- y eso ayuda bastante a fidelizar.
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