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Diego San José (Irún, 1978) nos devuelve al político rastrero y patético que encarnaba Javier Cámara en 'Vota Juan' en una segunda temporada de la serie, 'Vamos Juan', que se acaba de estrenar en TNT. El coautor de '8 apellidos vascos' sobrelleva estos días de ... confinamiento en su casa de Madrid.
-¿Cómo está?
-La pandemia me ha pillado en Madrid. Es curioso, en realidad, la fotografía de lo que sería mi vida en los elementos más superficiales es la misma que cualquier abril. Mi actividad profesional es estar en casa encerrado cuando toca la fase de escritura. La diferencia es que cuando te dedicas a escribir ficción, normalmente lo haces para convertir la vida real en algo llamativo con narrativa de entretenimiento. Cuando te roda una pandemia global y una situación casi bélica, como guionista no tienes ninguna función en la sociedad. No puedes fascinar a la gente cuando miran por la ventana y ve algo cercano a la hecatombe.
-¿Y tiene cuerpo para escribir comedia?
-Una serie que arranqué antes del coronavirus. Me ha pillado en mitad del proyecto y afortunadamente sigo la estela de decisiones tomadas antes. Me sentiría incapaz de arrancar de cero, además, soy una persona que se despista muy fácil y sigo la evolución de la pandemia constantemente.
-Quizás los que mejor se han sabido adaptar a esta situación son los friquis que estaban todo el día en casa, los 'otakus' permanentemente conectados a internet.
-En la parte superficial, sí. Yo ya sabía lo que era teletrabajar. Pero después está la capacidad mental de cada uno, yo estoy atrapado por lo que ocurre fuera, soy incapaz de generar contenidos nuevos.
-¿La parece válido el humor estos días para desdramatizar la situación, los memes y chistes en redes sociales?
-El humor tiene que ser una elección. Habrá a quien le salve, a quien le ayude a sobrellevar la situación. Pero nunca tiene que ser una imposición. El humor tiene que ir con la personalidad de cada uno. Cuando éramos pequeños y jugábamos a la ouija, siempre había alguien que hacía chistes: el que más miedo tenía. Reírnos estos días puede que no sea frivolidad, sino la única huida que alguien puede tener ante el pánico. Yo utilizo el humor porque siento tanto pánico ante lo que ocurre que la única manera de superarlo es pensar que, mientras haya chistes, no hemos perdido del todo. También te digo que en ciertos grupos de whatsapp no hago chistes porque respeto que lo que para mí es válido para otras personas no lo sea.
-En las redes sociales parece que todos estamos felices en casa, viendo series sin parar.
-Yo venía hablando con mis colegas en los últimos años de un fenómeno que a nivel de educación hemos recibido en mi generación: siempre hay que buscar el lado bueno de todo lo que nos pasa. Que no quepa la posibilidad de que nos ocurra algo netamente negativo, de que en la vida nunca nos provoquen dolor. Ahora, en el confinamiento, la gente celebra las cosas buenas que está haciendo: leer unos libros que siempre son cojonudos… Es una huida ante elementos que son simplemente una desgracia. Creo que te libera mucho entender que hay etapas en la vida que son malas. Una pandemia en la que cada día mueren 900 personas es una tragedia y punto. Aceptar que te pasan cosas malas forma parte del juego de madurar y hacerte mayor.
-Empezamos a barruntar que eso que decíamos al principio de que íbamos a salir mejores personas no va a ser así.
-Deberíamos permitirnos no tener que mejorar siempre. Después de una pandemia en la que va a faltar mucha gente a nuestro alrededor, en la que se van a ir seres queridos y vamos a salir todos más pobres, igual no mejoramos. Te libera de mucho no exigirte que siempre salgas reforzado de todas las cosas, algunas nos debilitan. Nos vamos a volver más vulnerables y debería despertar cosas de cierta colectividad que estamos redescubriendo ahora: el disfrute de los vecinos, empleos que antes no valorábamos… No vamos a salir más fuertes, simplemente una dificultad muy grande te hace más necesitado del resto.
-Ahora sabemos quiénes son nuestros vecinos.
-Yo sabía que en mi escalera había una vecina mayor. Nunca me había preocupado por ella, y de repente me ofrecí a hacerle la compra. Somos bastante puñeteros; cuando la cosas van bien el disfrute es individual y cuando van mal te vuelves colectivo. Nos hacemos solidarios desde el egoísmo, cuando vemos las orejas al lobo. Los aplausos a los sanitarios a los ocho de la tarde son un gesto bonito, pero además del agradecimiento también está la cosa de decir: a ver si va a hacer falta que me asistan a mí mañana. Me conviene que esa gente siga trabajando con mucho esfuerzo.
-A un guionista no se le ocurriría que en plena pandemia los políticos sigan tirándose los trastos a la cabeza.
-Es la lectura más triste de todo esto. Y no tiene solución. Ni siquiera una pandemia global les pone de acuerdo. Si alguien tenía alguna ligera esperanza de que la política podría funcionar en bloque ante situaciones límite, ya ve que es imposible. Hay críticas gestionadas en base a una rentabilidad electoralista. Vete tú a saber quién piensa en una urnas cuando está muriendo tanta gente. Al menos la gente ahora es cabal y ve cómo los políticos no están respondiendo al nivel con el que lo están haciendo los demás.
-«Las ideologías solo sirve para perder votos», como sostiene el protagonista de 'Vota Juan'.
-Así es. Detrás de esa frase está la gestión de la política como si fuera una empresa buscando sus nichos, con los asesores de imagen, el diseño de las páginas web… Hoy la ideología es la última decisión. ¿Qué nos conviene pensar para tener el mayor número de votos? En la serie reflejamos que ya no hay políticos calvos. A mí me preocupa ver a los políticos meter tantas horas en Twitter, porque no se puede construir una sociedad mejor a golpe de 140 caracteres. Si preguntásemos a la gente por la calle qué políticos conoce, te nombrarían al que ha conseguido el último zasca de Twitter. Es triste, porque hay políticos por ahí haciéndolo bien y cambiando las cosas.
-La gasolina del protagonista de 'Vota Juan' no es el servicio público, sino el rencor.
-Es algo muy reconocible en la política que nos rodea. En esta temporada Juan Carrasco crea un partido político nuevo simplemente para demostrar que puede llegar más lejos que sus compañeros. El rencor no tiene la buena prensa del idealismo, pero es más potente; te cansas de desear algo, pero el rencor no se apaga con el tiempo.
-Juan Carrasco es rastrero y patético, pero acaba siendo entrañable. ¿Eso es culpa de Javier Cámara?
-Lo hablamos mucho en los ensayos. Hay dos tipos de malas personas en el sentido moral y ético. El que hace cosas incorrectas para llegar muy lejos a nivel individual y después están los que las hacen por supervivencia o para salvarse desde la derrota. Juan Carrasco es de estos últimos. Es muy difícil condenar a los perdedores, aunque hagan cosas reprobables. Yo cuando escribo la serie no quiero que pierda, como personaje cómico es trágico.
-Qué difícil escribir sátira política en este país, donde un político aparece en la mesa de su despacho con un bote de pimentón.
-Nosotros evitamos desde el principio cualquier codazo con la realidad, porque la serie envejecería a una velocidad inaudita. La política española sería una serie muy mala, ocurren cosas sin lógica narrativa. En una serie no puedes escribir que un personaje diga una cosa en el capítulo uno y en el cuatro la contraria. Si la política española se editase en DVD, daría igual qué capítulo vieras, porque no hay estructura y los personaje son muy malos. Es más difícil escribir ficción política que ser político en la vida real.
-¿Seguiremos yendo al cine después de esto o solo veremos series?
-Estoy muy preocupado. Al menos, la gente en casa ve series. El cine ya estaba sufriendo el compás de los tiempos, pero ahora se le han complicado las cosas de manera injusta. El otro día leí que tras la peste negra, los supervivientes sintieron un soplo de optimismo brutal y experimentaron con la cultura. Me gustaría pensar que vamos a celebrar como no hacíamos dos meses antes ver una película con cuatrocientos desconocidos en una sala oscura. En esos momentos éramos felices y no nos lo habían explicado.
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