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Quienes están disfrutando de 'The Last of Us' sin prejuicios, habiendo entendido sus intenciones -y aceptado sus diferencias frente a otras producciones aparentemente similares-, probablemente no echarán de menos a los peligrosos infectados en la sexta entrega de la serie apadrinada por HBO Max: no ... aparecen ni un segundo en pantalla. El desarrollo de los personajes, con suculentos diálogos, prima en una propuesta que se rinde totalmente al wéstern en su envoltorio, con caballos incluidos. Si en el anterior capítulo cabía de todo, esta vez el drama manda, sin miramientos, en pos de la evolución que atraviesa la historia en términos psicológicos. Recordemos que venimos de una impactante escena de acción y dos muertes fatales que coronaban una quinta entrega muy completa que replicaba con escalofriante precisión las sensaciones del videojuego, la famosa escena del francotirador.
Ahora ambos protagonistas, dueto incombustible, se ven abocados a aceptar su condición de pareja inseparable en un viaje impredecible, admitiendo su sino con todas las consecuencias. Las piedras en el camino siguen apareciendo, unas más grandes que otras, siempre pesadas, pero esta vez van a parar a una especie de fuerte que se antoja un paraíso en la Tierra, un oasis en medio del apocalipsis. Se cruzan con una comunidad que vive en aparente armonía, «somos comunistas», comentan uno de los personajes, autoabasteciéndose y colaborando unos con otros, abriendo las puertas a la política en una ficción que no la obvia. Es una sociedad perfecta que aporta esperanza y optimismo a una situación desesperante. Hasta celebran la navidad. Sin embargo, nuestros antihéroes no se pueden quedar en el santo lugar, tienen una misión que cumplir y el respiro, la parada en la travesía, deviene la excusa perfecta para profundizar en la relación entre el egoísta Joel y la desafiante Ellie.
La acción se sitúa tres meses después de los acontecimientos trágicos descritos en la quinta entrega, cuyo contundente clímax dejó tocado a más de un espectador. La nieve cubre los paisajes y los protagonistas siguen caminando hacia su objetivo. Charlan de sus cosas al calor de una hoguera, bajo la luz de la luna al anochecer. Gracias a su intercambio de palabras sabemos que Ellie se ha criado en un mundo destruido, no ha conocido la civilización sin el ataque del Cordyceps, pero no ha perdido el tiempo y ha crecido entre libros, mostrando una sabiduría impropia de su edad. Retomando su periplo incansable, tras la confesión de un dato atroz -la sangre no cura porque sí, como se mostró en la quinta parte de la aventura-, se topan con una cuadrilla armada a caballo que primero se muestra como una amenaza y pronto se revela como todo lo contrario. Joel busca a su hermano Tom, y lo encuentra, en un poblado amurallado que sobrevive ahora y siempre al invasor contagiado por el hongo controlador. Desgraciadamente, en tan idílico sitio de acogida no pueden plantar el campamento porque la meta es encontrar a las «Luciérnagas» y conseguir una vacuna que pare el exterminio de la raza humana.
Ellie no es como el resto de las adolescentes, es más madura y no parece querer identificarse con nadie. En su experiencia en el poblado le insisten, sin florituras, que tenga cuidado con su colega. «Vigila bien en quién confías», le dicen, pero ella sabe que él, el gruñón barbudo, es lo único que le queda. La situación es recíproca. Frente al parasitismo del hongo que convierte a los seres humanos en marionetas voraces incontrolables, el sentimiento de comunidad y el espíritu colaborativo. La química entre los protagonistas se torna simbiosis. Un sentido diálogo entre Joel y su hermano menor refuerza el carácter atormentado del rol encarnado con entrega por Pedro Pascal, más metido en su papel a medida que avanza la trama. Es un alma en pena que vive el horror en su interior de haber perdido a sus seres queridos. Llega a tener un ataque de ansiedad tras la dura conversación con Tom que apela al demonio que le devora por dentro. Paralelamente, Ellie juguetea con una copa menstrual después de darse una ducha reparadora, curiosa metáfora sobre su momento vital Estamos ante un capítulo muy emocional, que se tuerce en su desenlace y deja un buen cliffhanger tras mostrar la fragilidad de los personajes principales, a punto de separarse.
Si el videojuego destacaba por la relación entre Joel y Ellie, aquí no va a ser menos, subrayándose esta virtud. Un cover de un temazo de Depeche Mode, 'Never Let me Down Again', que ya sonó en el primer capitulo de la serie en su versión original, esta vez con la interpretación de Jessica Mazin, deja en alto la acción para su continuación. Nada está colocado la la ligera en la narrativa de 'The last of Us'. Todo tiene una razón de ser, cada pequeño detalle. Queda una semana por delante para ver cómo el dúo dinámico sale del atolladero en el que se encuentra tras abandonar la aldea ideal que permitió a los viajeros coger un poco de aire en su difícil trayecto. Su llegada a una gran universidad, un símbolo imponente, donde se encuentran a un grupo de traviesos monos escapados de un laboratorio -como en el juego-, es otra gran piedra en el camino que hay que sortear. Inevitablemente.
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