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Lunes, 14 de abril 2025, 12:56
'Black Mirror' ha regresado y eso siempre es un acontecimiento. Netflix ha lanzado seis nuevos episodios de una ficción que se estrenó en 2011 y desde entonces se ha convertido en un clásico por el impacto que algunas de sus historias han logrado en el espectador. Los redactores de Pantallas analizan cada uno de los capítulos de la serie de Charlie Brooker.
Ep. 1
Han pasado catorce años desde que 'Black Mirror' golpeó nuestra pantalla por primera vez con una propuesta que exploraba los peligros de la tecnología y las formas en las que el ser humano se relaciona con ella. Charlie Brooker presentó un título que desde entonces se ha reinventado varias veces y se ha convertido en el soporte perfecto para analizar los peligros y excesos de nuestra sociedad. Con mayor o menor acierto es lo que lleva haciendo todo este tiempo. Es cierto que el impacto que logró al principio es difícil de recuperar. Siete temporadas son muchas y el hecho de que cada capítulo sea independiente no ayuda a la homogeneidad de la propuesta. Pero de vez en cuando la serie británica nos recuerda por qué nos gustó tanto y lo sigue haciendo aunque pasen los años.
Sucede con el primer capítulo de la nueva tanda, en el que nos presenta a una pareja que se debe enfrentar a la peor de las noticias cuando a ella le diagnostican un tumor cerebral irrecuperable. Irrecuperable al menos dentro del sistema médico tradicional. Es ahí donde aparece una empresa privada especialista en biotecnología que permite a la mujer recuperar su vida gracias a una operación y a un sistema de mantenimiento permanente al que se accede gracias a una suscripción mensual. La tecnología al auxilio del ser humano. Eso parece que nos va a contar esta historia. Pero no. Lo que en un principio actúa como una tabla de salvación se convierte en una pesadilla para el matrimonio que a duras penas puede costear con sus sueldos el servicio, ya que la tarifa que ha de pagar por recibirlo va subiendo con cada actualización que realiza.
Como si se tratase de una plataforma de 'streaming' -aunque aquí el sistema operativo está instalado directamente en el cerebro y no en una televisión o un móvil- la empresa va proponiendo paquetes nuevos que permiten a los usuarios que su experiencia sea más placentera, pero a cambio los precios suben y aquellos que no puedan permitírselo deberán renunciar a las mejoras y soportar cesiones como la inclusión de publicidad. ¿Está Netflix produciendo una serie que critica a plataformas como Netflix que no dejan de subir los precios a sus clientes y a maltratar a aquellos que deciden quedarse con las versiones estándar? Sí. Pero 'Black Mirror', con este capítulo, está avisando a los espectadores de lo que sucedería si nuestra sanidad estuviese gestionada por empresas como Netflix. Brooker vuelve por la puerta grande con este relato que emociona y aterroriza a partes iguales, pero que, sobre todo, realiza una desgarradora crítica hacia los seguros privados y lanza una advertencia de lo que es posible que ocurra si dejamos en sus manos el futuro de nuestro bienestar.
Ep. 2
A este episodio, el segundo de la temporada, le sucede lo que a tantos a lo largo de la serie: una trama bien planteada donde lo inquietante va ganando enteros y enteros, se pone realmente interesante, pero donde al final la «explicación tecnológica» deja mucho que desear por inverosímil, además desinflando todo lo visto y vivido los minutos anteriores. Un claro contraste con el otro episodio que he visto, 'Eulogy'. Dicho lo cual, es un visionado que mantiene muy bien la tensión y consigue transmitir a la perfección la ansiedad de quien siente que la realidad se está volviendo peligrosamente irreal. Pero a veces esta serie aspiraba a más.
La zona de la realidad donde se asienta el episodio estaba sin tocar en 'Black Mirror': una empresa de tecnología de los alimentos, concretamente un departamento de Investigación y Desarrollo que trata de innovar con los sabores, de cambiar ingredientes nocivos o menos deseables hoy en día. Su brillante jefa de estrategia, Maria, va a cambiar mucho en los cinco días en que el episodio está repartido. Es alguien con una vida asentada, emocionante en lo laboral, hasta que llega una nueva presencia, un recuerdo del pasado que viene a distorsionarlo todo: una antigua compañera de instituto, y precisamente la «rarita de la clase» a la que hicieron durante años un brutal bullying. Se llama Verity.
Por supuesto nuestra protagonista es ahora una mujer plenamente responsable y razonable, pero en el instituto no tuvo por qué ser así, y pertenecía al grupo de las populares. Podía haberse tratado un poco más en profundidad este tema del bullying y cómo opera, cómo a veces es una cadena de desprecios donde los eslabones intermedios se sienten forzados a amplificar su crueldad para sobrevivir mejor en el ecosistema. Cómo quiebra casi para siempre a las personas peor paradas. Pero es cierto que algunas de las películas que lo han tratado acaban por hacer del acosado un monstruo, diluyendo bastante el mensaje y a veces dando a entender que esa persona estaba predestinada a orquestar grandes venganzas. Es una zona brumosa.
El capítulo brilla en la parte intermedia, donde todavía no hay nada muy claro y las dos actrices lo bordan. Donde se va retorciendo la realidad para nuestra protagonista, donde empieza a ser la única en ver ciertas cosas, en recordar ciertas cosas —la protagonista y nosotros, por supuesto, que estamos de su lado en la narración, que sabemos o creemos saber qué pasó realmente en cada momento—. Al principio son tonterías, por supuesto, que van in crescendo como ya hemos visto en ciertos guiones muy parecidos.
Como comentaba al inicio, el final es en cierta medida decepcionante por maximalista. En la ciencia ficción suele hacer falta fijar unas reglas, una coherencia, y por eso a veces nos enfadamos con las incongruencias de las tramas de viajes en el tiempo, que siempre cojean por algún lado. Aquí no hay de eso, pero hay una barra libre de alteración de la realidad que hace desear que todo se hubiera quedado en saber hackear unos emails y unas cámaras de vigilancia. Cuando todo puede hacerse, pierde el sentido. Además, los mejores episodios de 'Black Mirror' conseguían hablar de una tecnología creíble y con un anclaje en la realidad que nos hiciera empatizar. Si perdemos pie no nos emocionará: lo veremos como algo demasiado ajeno.
Ep. 3
Si no es el mejor capítulo de la temporada, 'Hotel Reviere' está cerca de tocar el cielo, a pesar de su metraje excesivo y un retorcimiento innecesario de la premisa inicial. La idea de partida es brillante. Imaginemos que gracias a la inteligencia artificial, sin entrar de lleno en discusiones sobre el horror ético y estético de las IAs (de)generativas, podemos coger un clásico del séptimo arte y cambiar los actores del reparto principal por artistas contemporáneos.
Cogemos 'Casablanca', por ejemplo, y en vez de Humphrey Bogart ponemos a Ryan Reynolds. Es más, podemos quitar a Harrison Ford de 'Star Wars' y poner a nuestro vecino al mando del Halcón Milenario. Han Solo puedes ser tú mismo, tu primo o tu abuelo. La Princesa Leia puede ser cualquiera. Esta posibilidad ya la contaba 'El congreso' en 2013, una película muy recomendable donde se fusionan animación e imagen real al servicio de un relato imaginativo que mezcla drama y ciencia-ficción. En el film Robin Wright encarna a una actriz de éxito, ella misma, a la que proponen comprar su imagen como si firmase un pacto con el diablo. Al vender los derechos su identidad, convenientemente escaneada, puede ser utilizada digitalmente por el cliente a su antojo. A cambio le ofrecen una cantidad de dinero desorbitada y la posibilidad de mantenerse siempre joven en las pantallas.
Al comienzo de 'Hotel Reviere' hay chistes sobre Netflix, la propia plataforma, y el hecho de que llamen contenido, sin más, a lo que ofrecen. Lo que plantea el episodio puede convertirse en realidad pasado mañana, como suele describir esta serie antológica visionaria que ha ido perdiendo pegada, y mala leche, desde que saltó al catálogo de la popular compañía que la acoge actualmente. Siete temporadas son muchas. Con una duración cercana a los 80 minutos, como si fuera un largometraje al uso, la acción de esta pieza reflexiva también conecta con 'La rosa púrpura de El Cairo', la obra ochentera de Woody Allen, con guiños directos incluidos. La planificación y el montaje de esta entrega funciona como una clase de cine, se disfruta técnicamente, aunque es difícil quitarte la sensación, como espectador, de que el relato se estira como el chicle. Issa Rae ('American Fiction') encarna a la actriz que se apunta a realizar un remake con una IA, la tecnología punta ReDream, de un clásico del cine en blanco y negro. El despliegue visual es fascinante, pero la situación se complica cuando realidad y ficción colisionan. Hollywood y su evidente crisis de ideas contra las cuerdas, mientras se exponen los dilemas morales de una inteligencia artificial desmedida.
Ep. 4
Siete temporadas son muchas. La criatura audiovisual ideada por Charlie Brooker que dio el campanazo en 2011 tiene claro síntomas de cansancio. La anterior sesión viró hacia el terror y salvó la papeleta, pero en los últimos lotes estrenados nos están colando, claramente, algunos episodios erráticos, como es el caso de 'Juguetes', la entrega que nos ocupa.
El cuarto episodio de la cosecha de 2025, quizás el peor de esta esperada tanda, va fuerte, con un Peter Capaldi luciendo un look, vamos a decirlo, algo bochornoso. La melena que muestra el co-protagonista de 'La hora del diablo', otra excelente serie, no ayuda a que entremos en la historia, ambientada en un futuro cercano, demasiado cercano. Corre el año 2034 y un sujeto es acusado de intentar robar en una tienda. En un interrogatorio, también vamos a decirlo, eterno, se relaciona al sujeto en cuestión, un antiguo crítico de videojuegos, con un posible asesinato que ocurrió hace décadas. Ambiente cyberpunk, es un decir, en una propuesta morosa en su ritmo y poco sorprendente, aunque lo intente, donde se verbaliza demasiado.
El mensaje de 'Juguetes' es agradecido, apela a la colectividad en tiempos de individualismo, y sale Will Poulter, interpretando al mismo personaje de 'Bandersnacth', el famoso episodio interactivo que prometía abrir un nuevo mundo en el entretenimiento audiovisual bajo demanda pero se quedó ahí, en una curiosidad de culto. 'Black Mirror' tiene un problema, no ha tocado el pódium en el top de Netflix, le ha costado entrar en la lista tras su lanzamiento y se ha apalancado en el cuarto puesto del ranking. Quizás la famosa serie ya ha contado, prácticamente, todo lo que tenía que contar y algunos de los temas que señalaba, y denunciaba inicialmente, se han convertido, tristemente, en una realidad. Capítulos de relleno como el presente torpedean la línea de flotación del proyecto de Brooker, del que hay que ver las tribulaciones de Philomena Cunk.
Ep. 5
El quinto episodio, 'Eulogy', es de los más delicados, o menos exagerados, de la historia de 'Black Mirror'. Porque, en el fondo, es una obra de teatro, un diálogo intenso, incluso una historia contada al calor de una hoguera. Es un episodio tremendamente narrativo, con un guía de lujo, Paul Giamatti. Y habla de la intersección entre la nostalgia y la alta tecnología, tan aparentemente desligadas siempre. El capítulo atraviesa zonas sugerentísimas, tocando un tema que a todos nos aprieta la patata: los recuerdos.
Una empresa tecnológica dedicada a los funerales inmersivos llama a la puerta de un huraño Giamatti, un tipo un tanto solitario que tiene, para marcar el contraste, una casa muy analógica, con vinilos, fotografías en papel y muchos tonos madera. Con ayuda de una IA, y a regañadientes, buscará en sus recuerdos —en su cabeza y en sus cosas— para encontrar buenos momentos junto a la persona que hay que recordar, la que acaba de fallecer. Lo que pasa es que ella, claro, supone ciertas dificultades para nuestro personaje: hizo un intento francamente fuerte de olvidarla durante años.
Esta IA se materializa en un microdispositivo blanco y redondo que uno puede ajustarse a la sien (lo que recuerda al «grano» del que quizás sea el mejor episodio de todos, en la primera temporada, 'The Entire History of You', que también tiene que ver con lo vivido y con los recuerdos). Así accede a nuestro flujo de pensamiento y puede «visualizar» nuestros recuerdos. Pero, si nos cuesta, nos podemos ayudar de fotografías. Y la serie hace un trabajo, como digo, muy sugerente cuando «entramos» en ellas. Imaginad poder hacer eso en ciertas fotos seleccionadas de la infancia. Además, según recordamos más, el mundo de la foto se va haciendo más grande, profundo, etc.
Es muy interesante la elección de cómo es esa IA. Al principio es una voz, luego tiene un cuerpo, y luego aprendemos que es alguien concreto, o mejor el reflejo de alguien concreto: una IA programada con los recuerdos, intereses, opiniones y sufrimientos de una persona real, encargada —la IA— de pasar algunos malos tragos enterándose de cosas que la real preferiría no conocer. Todo ello para poder poner un vídeo inmersivo de recuerdos «más realistas» en el funeral, la evolución absurda de los discursos sentidos de los familiares (se incluye una terrorífica imagen de cómo sería ese momento comunitario de la visualización). Se plantea entonces un mundo de barra libre de IA ultrarrealista que es mucho más cruel que Blade Runner con los «androides»: te hago un ser sintiente y sufriente solo para hacer una cosa muy mínima. Y luego ya no existes. Hay algún relato de Ted Chiang, como 'The Lifecycle of Software Objects', que dan en el clavo en estos debates.
Pero lo mejor del episodio, con permiso de las interpretaciones y hasta de la misma trama, es la maravilla tecnológica, precisamente, de cómo han representado el «entrar» en los recuerdos. Un buen gusto visual muy notable, por donde han de deambular Giamatti y Patsy Ferran (buenísima) para tratar de reconstruir el relato perdido en la memoria de ese hombre solitario y enfadado con el pasado.
Ep. 6
Cierto es que si Armando Iannucci, la mente que parió dos obras maestras de la sátira política como son 'The Thick of It' y 'Veep', acabó abandonado el negociado porque la ficción era incapaz de superar la realidad, a Charlie Brooker le tiene que costar lo suyo encontrar un mundo que sea más distópico, aún, que el actual: el futuro ya está aquí, y es mucho peor de lo que esperábamos. Será por eso por lo que, para darse un capricho, Brooker retoma los personajes de 'USS Callister', el primer episodio de la cuarta temporada, para convertirlo en el último de esta séptima entrega.
En aquel capítulo, galardonado con un Emmy, nos encontramos con un Jesse Plemons pre Ozempic interpretando a un 'nerd' con falta de ducha que creaba un videojuego basado en una serie de los años 60, 'Flota Espacial' donde, a partir del ADN de sus molestos compañeros de trabajo, introducía sus clones en la realidad virtual. El episodio, un aparente divertimento donde se recreaban tanto las aventuras como la estética de 'Star Trek', planteaba, sin embargo, varias preguntas de enjundia, en especial una: quiénes somos en la vida real y quiénes seríamos en un universo virtual que nos permitiera expresarnos como verdaderamente somos, ya que Robert Daly (Jesse Plemons) se convierte en el amo y señor de la tripulación del 'USS Callister' para dar rienda suelta a sus fantasías más crueles. La respuesta (estamos hablando de 'Black Mirror') no era nada esperanzadora.
Pero ¿qué pasaba al finalizar aquel capítulo? Que los avatares de los compañeros de Daly seguían dentro del videojuego. Y aquí es donde Brooker retoma la historia, ya que los personajes han quedado varados en un universo virtual infinito en el que tienen que conseguir créditos para continuar con vida mientras buscan una salida definitiva a su situación. Así, 'USS Callister: Infinity' se convierte en una película de aventuras espaciales (dura hora y media) con Nanette Cole (Cristin Milioti) al mando de la USS Callister.
El episodio funciona de tal manera que casi se podría considerar un especial dentro de la serie, una suerte de 'bonus track' con mucha acción y con algunas pinceladas del humor, a veces retorcido, a veces humanizador (los tripulantes están enganchados a 'The Real Housewives of Atlanta') de Brooker. Pero ¿era necesario? Sí como guiño a los fans irredentos de la serie (el hospital donde ingresan a Nanette se llama San Junipero) y como muestra del peligro de la deshumanización digital, de la inteligencia artificial y de las tecnologías que nos rodean hoy en día y que están en manos de unos multimillonarios cuya salud mental es, cuanto menos, discutible. Pero poco más: al final, todo ello ya se planteaba en el capítulo original. Por eso me quedo con 'USS Callister'. Y con el Plemons gordo.
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Jon Garay e Isabel Toledo
J. Arrieta | J. Benítez | G. de las Heras | J. Fernández, Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras y Julia Fernández
Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
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