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«Hola. Te llamo porque quiero que seas la nueva ministra de Asuntos Exteriores de la República Francesa». Buena manera de arrancar 'Bajo control', el relato de un mes y pico absolutamente frenético para Marie Tessier (Léa Drucker), nuestra protagonista. No es política de carrera, ... no estaba esperando el puesto: es una doctora especializada en cooperación en zonas de conflicto, y su ONG es ni más ni menos que Médicos del mundo. Se nos plantea un primer salto de incredulidad: ¿cómo van a darle ese puesto a una persona idealista y humanitaria que responde a todo con «mucho peor lo pasan en Afganistán»?
Pero no hay problema, el tono está muy bien pillado. Estamos ante una sátira política que sabe cómo moverse y cómo contarse para hacerla muy disfrutable. Es inevitable pensar en aquella otra pequeña joya, 'Parliament', sobre las andanzas de un becario en las instituciones europeas. Pero aunque aquí se mantiene un estilo de humor similar, no se debaten cuotas de pesca sino un caso potencialmente aterrador: hay cinco rehenes secuestrados por una célula islamista en el Sahel. Será el primer caso —y el que la marque— de la nueva ministra. Junto a su asistente, acaba de pasar del mundo de la ayuda humanitaria al Ministerio, todavía con sus zapatillas y cascos de bici.
No solo el tono y el ritmo están perfectos en la serie, sino que el guion y la interpretación consiguen que todos los personajes secundarios sean carismáticos. Desde los terroristas hasta el Presidente, todos fluyen en la comedia y además con un cierto poso humano —llegando incluso al final a momentos mágicos, o místicos, entre dos mundos—. Las relaciones entre los islamistas y los rehenes o entre los chóferes y la ministra tienen una candidez absolutamente irreal, que le da a la serie un aroma continuo de positividad que se agradece en los tiempos que corren.
Nadie le hace sombra a la protagonista absoluta, apenas hay secuencias sin ella, y el resto es un coro de interesantes apoyos y presiones en una carrera que no descansa. Por supuesto, la vida personal de Tessier se verá afectadísima por esta nueva profesión marcada, implacablemente, por la contradicción. La exposición en redes sociales, los fallos monumentales de comunicación y la esperpéntica gestión del caso de los rehenes destruirán en muy poco tiempo a la ministra.
Todo se precipita en Orsay (como llaman al Ministerio, por encontrarse en ese Quai d'Orsay, en el Sena). Además, solo dos de los rehenes son franceses, el resto son alemanes, italianos (aquí el estereotipo está un poquito exagerado) y eslovenos, lo que implica negociar a seis bandas, también con los terroristas y con ese país del Sahel —que hábilmente nunca se especifica—. También con el rival Ministerio de Defensa, e incluso con los familiares de los capturados, que montan manifestaciones en la puerta. Pese a la desconfianza de los terroristas, siempre es más probable que todo falle por estupidez que por complot.
Aunque la realidad sea cien mil veces más compleja y áspera, es una buena serie para intentar empezar a entender esa complejidad. Y es un producto ágil y divertido —con mención especial a los chistes a costa del Ministerio de deportes—, que podría ser una película perfectamente. Quien no aparece es alguna otra idea política, no hay partidos de oposición ni distintos grupos, ni mucho menos extremismos que inunden el debate y retuerzan la realidad hartando a todo el mundo (así que nos alejamos mucho de las grandes series políticas norteamericanas recientes, como 'The Good Fight'). O sea, que se aprende, se pasa bien, y se siente uno hasta viviendo en viejos tiempos, menos encendidos retóricamente.
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