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Roberto Enríquez (Madrid, 1971) cuenta en 'Maricón perdido' qué suponía crecer en la España de finales de los 70 y principios de los 80 siendo un chaval gordito y homosexual. Su salvación fue convertirse en Bob Pop, escritor y personaje televisivo que firma la serie ... de ficción autobiográfica más imaginativa y sincera del año, que TNT estrena el próximo viernes.
-La serie cuenta cómo Roberto Enríquez se convierte en Bob Pop, la búsqueda de una identidad.
-De hecho, por eso le va tan bien el título: 'Maricón perdido'. Es un maricón buscándose, y encuentra un nombre que no es el suyo. La identidad aparece cuando le arrebatas el nombre y apellidos que le pusieron otros.
-No dulcifica su pasado, esto no es 'Cuéntame'.
-En absoluto. Odio la nostalgia. Esto no es una vuelta al neofalangismo, al qué bonita la familia. Yo voy por otro sitio. Te cuento la época de un modo un poco onírico y fantasmagórico. No es el qué guay eran los 80 y qué fácil se compraba todo el mundo una casa. Va de otra cosa. La nostalgia es profundamente reaccionaria, no hay nada bueno en ella. Supone recrearse en la memoria, que es tramposa. Regodearnos en algo que de verdad no sabemos si fue así me parece una fe estúpida.
-En los últimos tiempos quizás hemos pecado de nostálgicos.
-Sí. Es una forma de evasión. Son modas que me aterran porque tienen que ver con un blanqueamiento de un montón de cosas que fueron terribles. Es la negación de que cada vez somos mejores, aunque no lo parezca. Hemos conseguido un montón de cosas y tenemos que luchar todavía por muchas más. Pero esa nostalgia no nos ayuda nada. Es como la puta distopía, tenemos que dejarla y volver a la utopía. Hay que dejar la nostalgia y pensar en el progreso.
-¿De verdad su madre se dedicaba a visitar pisos piloto en las zonas nobles de Madrid?
-Le flipaban. Lo peor es que yo pensaba de niño que eran pisos que pertenecían a pilotos de aviación, que como se pasaban el tiempo volando dejaban las casas vacías. Pensaba, qué gusto tan raro tienen los pilotos para la decoración, cuánto mimbre. Veía los cuadros de fotos y suponía que eran sitios a los que habían ido.
-¿Su madre, a la que da vida Candela Peña, también tenía esa querencia por sisar figuritas?
No, debo romper una lanza a favor de mi madre y decir que nunca robó nada. Me gustaba contarlo así. De mayor entendí que mi madre visitaba esos pisos para fantasear sobre quién podría ser en otro escenario. Que se llevara souvenirs de esos viajes me funcionaba muy bien, pero es pura ficción. Mi madre nunca robó. No te preocupes, mamá, seguro que ya ha prescrito.
-A su padre, encarnado por Carlos Bardem, nunca le vemos la cara.
-Lo tuve muy claro desde que escribí el guion. No quería volver a ver la cara a mi padre ni en la ficción. Carlos ha sido muy generoso, le he quitado una de sus herramientas de trabajo, su expresión facial. Así ha podido demostrar que es un pedazo de actor. Sin la cara es capaz de comunica el terror que transmite el padre en la serie.
-Estamos acostumbrados a ver homosexuales en televisión, pero casi siempre son triunfadores.
-Sí, es el éxito como un precio a pagar. Tu forma de redimirte como homosexual es ser excelente, mucho mejor que los demás. Tienes que pagar ese precio por tu homosexualidad o tu transexualidad. Ese éxito era una forma de reflejarse en ellos, la única voz que tenías era la del triunfo. Por eso ha habido tantos casos de homosexuales célebres que luego el colectivo los ha considerado traidores a la causa. El único modo en que te pueden dar voz es llegar allí. Y en la cima las reglas del juego son otras y a lo mejor acabas usando tu voz para otras cosas o incluso eres parte del lado enemigo. Es complejo. ¿Qué es preferible, no venderse y no encontrar un lugar donde elevar mínimamente la voz? Yo he tenido la suerte de encontrar un sitio, con Andreu (Buenafuente) o con la serie, y de que me dejaran decir lo que quiero. Eso es lo que me ha llevado al éxito, no he tenido que esperar al triunfo para decir lo que quisiera.
-Entonces es usted también un triunfador.
-Yo siento que en cierto modo he triunfado. Y de pronto me veo al otro lado. La forma en la que pago mi deuda con la sociedad como marica es el éxito. Al menos, doy espectáculo. Tampoco me creo mucho lo del éxito, ¿eh? No sé muy bien lo que es.
-Llevar su vida a una serie.
-Para mí el éxito es que me escuchen, ya sea en una serie o en un programa de televisión. Han sido tantos años sin levantar la voz por miedo a que me pillaran la pluma y se burlaran de mí o me pegaran una pedrada… Y ahora tengo ese privilegio.
-Usted es un prescriptor cultural para muchos.
-Gracias. Me gusta compartir mi entusiasmo. Cuando escribía crítica de tele era mucho más ponzoñoso y dañino. En los últimos tiempos solo hablo de cosas que me gustan. El tiempo es tan limitado que hay que disfrutar. Es una forma de darme a conocer, de que los demás sepan quién soy. Cuando eres un marica de esa generación adolescente, nadie te trata como quien eres porque tienes miedo de que te rechacen. Acaban tratando a quien tú te inventas o a quien ellos quieren creer que eres.
-Usted no actúa.
-¿En la vida? Creo que no. Digo como Candela Peña: soy muy mal actor para la vida. Lo que sí hago es que ya no trato con gente con la que tendría que actuar. Eso sí que es estatus. Es como cuando veo a amigos famosos que no tienen móvil: eso es el éxito. Los demás lo necesitamos porque esperamos a que nos llamen para trabajar.
-Sufre esclerosis múltiple. La enfermedad también tiene cabida en la serie.
-Es que es muy importante ahora mismo en mi vida. Durante mucho tiempo le di la espalda, pero llega un momento en que la enfermedad llega y se impone. Puede parecer frívolo, pero que te obligue a quedarte quieto también te fuerza a pensar más. Esta inmovilidad te obliga a la reflexión y a contar las cosas de otra manera.
-¿Cómo está?
-Con medio cuerpo paralizado, vamos, débil. La enfermedad es un proceso progresivo, no sé a dónde me va a llevar. Tengo un buen neurólogo, fisioterapia… Hago todo lo que puedo para estar lo mejor posible. Pero es una incertidumbre brutal que ya no me da miedo. He descubierto que tengo un mundo que me rodea, cercano y accesible, que me hace muy feliz. Trato de que no me cieguen los privilegios, llevo bien la enfermedad porque tengo un estatus económico. Mucha gente no se puede permitir un cuidador, un fisio o una casa de alquiler adaptada. Esto lo tendríamos que tener todos.
-¿Se es mejor cuando se sufre?
-No. Hay un momento en 'El desencanto' en el que Leopoldo María Panero cuenta su experiencia en el manicomio de Mondragón. Y dice que los locos eran una banda de hijos de puta. El dolor no te hace mejor. Yo estoy convencido de que sería una persona mucho más interesante y hubiera aprovechado mejor el tiempo si no hubiera tenido que lidiar con este dolor, que no sirve para nada bueno.
-Creo que es la primera vez que veo en la ficción española una sauna gay o escenas de cruising.
-Ya era hora. A mí, como National Geographic marica, me parece muy interesante. Los cis heteros mitifican al pensar que follamos todo el rato en la saunas. Es bastante sórdido, pero te lo voy a enseñar. Quería mostrar todos los rituales y protocolos. Soy una autoridad en saunas y cruising y me veía obligado a compartir mi conocimiento de tantos años. Mi primera novela transcurre toda entera en una sauna durante ocho horas. Yo he llegado a ir al Retiro a follar en enero a la una de la mañana. Hay que tener mucha afición para hacerlo. ¡Quién mejor que yo para explicárselo al mundo!
-¿Un chaval gordito y homosexual lo tiene hoy más fácil que a finales de los 70?
-Creo que sí. Sigue habiendo indeseables, pero cada vez son más los aliados, la gente cariñosa. El mundo es un poco menos hostil, el refugio es más sencillo. Aunque ahora existe el acoso 'online', donde no puedes cerrar la puerta, están ahí todo el rato. También ahí se están creando espacios de seguridad. En la serie quería contar los afectos y la bondad, que me parece básica.
-¿Cómo le convence a Pedro Almodóvar para que se interprete a sí mismo en la serie?
-Porque es más bonito que nadie. No tuve que convencerle, leyó el guion, me dio consejos y me dijo que por supuesto que iba a hacer el cameo. Estuvimos siete horas de grabación y después cenamos con Andreu y Berto (Romero). Fue facilísimo, un regalo de la vida. Todo lo que te puedo contar de él es así. Desde que nos hemos conocido solo he recibido generosidad, cariño, inteligencia y diversión. Pedro Almodóvar no sale en la serie para presumir de que me hace un cameo, su presencia tiene todo el sentido narrativo.
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