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CarLOS G. FERNÁNDEZ
Viernes, 10 de febrero 2023, 08:45
Este sábado vuelve la cita anual del cine español, tótem del glamour y la «cultura oficial» de este país. El domingo, Google, YouTube y los diarios serán consultados por tres motivos: conocer los ganadores, ver los looks y, con suerte, intentar enterarse del momentazo de ... la noche donde alguien fue especialmente brillante, espontáneo, natural o tierno.
Es una velada de emociones intensas, aunque a veces podíamos preguntarnos si la espectacularización es tan necesaria. Hay festivales donde los premios se anuncian antes y luego se entregan, sin el mágico momento de la cuádruple cámara de nominados que tan buenos ratos nos brinda a los morbosos. Ese plano reacción, ese aguantar cinco segundos de oro para ver estallar la gloria y la derrota, es una convención cultural que podríamos no haber tenido nunca pero que ya no nos van a quitar. Sería demasiado cortarrollos, demasiado lejos de Hollywood. Sin el elemento de competición caería en picado la audiencia. Pero pasa ese chispazo y entra la voz de Carlos del Amor al rescate. Alguien avanza hacia el escenario con música de Disneylandia y nos preparamos para escuchar, hasta el siguiente microinfarto unos minutos después. Emociones programadas en forma de dientes de sierra.
Con 36 ediciones a nuestras espaldas, podríamos calcular un estimado de casi mil discursos de aceptación de galardones mientras hacen equilibrios con el Goya y Lucientes. Referentes foráneos nunca faltan, desde el gimnástico Roberto Benigni, el solidario y ausente Marlon Brando (sería hoy mucho más aplaudido que entonces), el brevísimo Hitchcock . Y en España, ¿a quién miramos? Aquí un canon algo diferente, porque no hay reglas en esto, pero sí buenos ejemplos.
De memoria, el discurso del jovencísimo Miguel Herrán en 2015 se recuerda mucho más largo y bien hilado de lo que realmente es. Son muy pocas frases. Y quizás pesa más por estar contrapuesto con un primerísimo primer plano de un atacado Daniel Guzmán (que también se llevó un Goya esa noche —y había ganado otro ¡doce años antes!—). Es decir, nos emociona y nos acordamos porque habla de una relación personal y de un gran vuelco vital. También de una cierta valentía, cada vez más natural, de admitir las propias debilidades. No sabía quién era y tú me salvaste. ¿Y quién no quiere ser salvado? Herrán condensó los agradecimientos, y fue al grano porque el grano era buenísimo, y las historias funcionan mejor que las enumeraciones.
¿Cómo recibir un Goya por la interpretación de Pilar en 'Te doy mis ojos'? No sé si se puede hacer de otra manera a como lo hizo Laia Marull. Evidentemente, un espectador que no haya visto la película —sin exagerar, una de las mejores que se han hecho nunca en España— podría decir que este discurso es lento, largo, atropellado y con demasiados silencios. Quien sí la haya visto, en cambio, es cómplice y apoyo de cada segundo de duda y espera, lo entiende como una parte orgánica, un tributo al tema y un homenaje a las mujeres representadas por la película. Frívola habría sido la euforia y una lista de nombres, una gran desconexión entre cine y realidad que aquí no se da, que en la mente de Marull no está tan clara. Este discurso se completa con cada instante en que no se dice nada, porque hay cosas que hay que pensarse bien aunque sea en directo.
Claro, cuando es tu cuarto Goya casi seguido, cuando todo el mundo revalida tus apuestas de forma unánime, cuando parece que desbancas a Almodóvar, puedes chulear un poco. 2003 es un año distinto a todos los demás, es el del «no a la guerra» secundado por todos (se cumplen veinte lejanos años), y el truco de manos de Fernando León, tan serio siempre, no lo vimos venir. Estaba claro que iba a pronunciarse, pero el simple y ligero gesto del papelito fue un mic-drop de manual, casi tenía que haberse marchado tras hacerlo. Aranoa es una marca, y acababa de hacer 'Los lunes al sol', película importante en muchos niveles. El comentario social no desentona si lo trabajas frecuentemente, como es el caso. Solo salta si claramente no te dedicas a ello y se te ve más afectado que nadie. Si no conoces a fondo la causa de la que vas a hablar, habla de otra cosa. Nadie te obliga a mojarte.
María Galiana obtuvo su «cabezón» en el 2000 por su papel en 'Solas' (tan cerca y tan lejos de su hija, interpretada por la también premiada Ana Fernández) y ya en aquél entonces alegaba por las actrices veteranas. En el 2000 todavía no se emitía 'Cuéntame' y ella se estaba jubilando de maestra. Le quedaba bien de carrera. La clave de estos discursos es que no sean intercambiables con cualquier otra persona o película, es decir, que no sea (o no solo) la fórmula: las gracias a la Academia, el recuerdo a los nominados perdedores, el equipo técnico, artístico, la dirección, la pareja, la familia, los que ya no están. Chao. Que más galardonados nos inviten a un fiestón como «la Galiana» y todos contentos, que muestren sinceridad y una pizca de desparpajo, como Carmen Maura cada vez que recogía uno. Con eso, lo tenemos. Aunque sabemos que no hay nada más difícil que pedirle a alguien que, simplemente, sea natural y se olvide de dónde está.
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