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Juliette Binoche y Denis Lavant en una escena de 'Mala sangre' (1986).
'Mala sangre', el relato de antídotos, amor y alienación

'Mala sangre', el relato de antídotos, amor y alienación

Joyas impopulares ·

Léos Carax dirige a Juliette Binoche en un poema distópico enmarcado en un decorado naif y rodeado de un ecosistema lleno de fatalismo

Guillermo Balbona

Santander

Jueves, 19 de abril 2018

Fuga, huida, epifanía. En el cine de Léos Carax siempre hay un tono trascendente pero pegadizo que provoca rechazo y grima en algunos y empatía en otros. Nunca ha dejado de llevar encima la etiqueta de niño terrible del cine europeo. Después de su arranque fulgurante, a veces deslumbrante, megalómano y engolado casi siempre, ha mantenido una carrera irregular marcada por la polémica y la recepción irregular de sus obras, con ejemplos como 'Holy Motors', tachada de pretenciosidad experimental.

París, Juliette Binoche, cierta atmósfera provocadora, aires de revolución y muchas fugas y carreras caracterizan el mundo de 'Mala sangre' al ritmo de 'Modern Love' de David Bowie. Segunda cinta del cineasta francés, quien firmó 'Pola X' y 'Los amantes del Pont-Neuf', la película de referencia de un director de culto, 'Mala sangre' está impregnada del espíritu de Godard y rebosa perfume de la nouvelle vague.

«El cine es como una isla, una isla hermosa, con un gran cementerio. Cuando se hace una película, se hace cine». Esta reflexión del siempre controvertido Carax se halla en la médula espinal de un creador que se ha movido entre la extrañeza, el experimentalismo y el esperpento.

Cartel promocional de 'Mala sangre' (1986).

Entre lo vacuo, pretencioso y críptico, genial y salvaje, el cineasta procura llevar al espectador a un terreno emocional. 'Mala sangre' tiene algo de poema distópico, parábola de ciencia ficción y metáfora futurista de cine negro. La trama, no obstante, parece una disculpa, un decorado naif, una envoltura para mostrar de forma transparente y directa los entresijos y disecciones del amor.

Una poética singular envuelve a los personajes bajo una atmósfera sublimada y mediatizada por la llegada del cometa Halley, como años después Lars Von Trier desnudaría en su excelente 'Melancolía'. Denis Lavant, su actor fetiche, y las jóvenes Juliette Binoche y Julie Delply, con Michel Piccoli como referente veterano, integran un reparto mezcla de fidelidad y mirada epatante. La querencia por lo marginal y subliminal, una mezcla entre lo surreal y lo poético, con trasfondo de cine mudo atraviesa la supuesta tensión criminal de una trama que habla de virus, antídotos, amor y alienación.

Carax es una cineasta de sensaciones donde todo es vibrante, cargado de pulsiones para bien y para mal. Misterio, romanticismso, amor fou, espacios simbólicos, urbanos pero renacidos para sus criaturas e inquietudes. Como el Godard de 'Al final de la escapada', Carax disfraza su verdadera persecución de imágenes y su desaforado retrato de amor idealizado, bajo una capa de cine negro y enredo policiaco de robos y amenazas.

Juliette Binoche, Denis Lavant y Hans Meyer en 'Mala sangre' (1986).
Imagen principal - Juliette Binoche, Denis Lavant y Hans Meyer en 'Mala sangre' (1986).
Imagen secundaria 1 - Juliette Binoche, Denis Lavant y Hans Meyer en 'Mala sangre' (1986).
Imagen secundaria 2 - Juliette Binoche, Denis Lavant y Hans Meyer en 'Mala sangre' (1986).

Una máscara de género que deja asomar los pliegues, reinvenciones y búsquedas del cineasta, caso de esa parte esencial que vertebra el filme donde el espectador se convierte en voyeur de las pasiones ajenas en un ejercicio de mirón a través de un gran escaparate. «He vivido mi vida sin ningún orden, como si fuera un borrador. Como una ola que siempre rompe en el océano, que nunca llega a la playa ni a las rocas. Ya es tarde para aprender a vivir, pero pensaba que aun tenía muchos años por delante para poner orden».

Las palabras del protagonista revelan el tono grave que envuelve un filme sensorial, de cuidada banda sonora, que tan pronto parece un videoclip desesperado como un festival enérgico y visceral. La gramática de 'Mala sangre' es sensitiva, emocional, donde el montaje distorsionado, la fractura y las rupturas con el lenguaje convencional conforman la norma personal. No es Godard pero sí un trasunto radical que fragmenta, provoca y altera en una dirección u otra. Entre silencios, voces en off, colores e imágenes que pueden antojarse caprichosas o anárquicas, 'Mala sangre' es una transfusión potente y, sobre todo, diferente, de cine licuado en un recipiente emocional donde el relato es una explosión de vida al límite.

Lo que sigue fascinando es que ese ecosistema de fatalismo, ese estado pasional que agita lo natural, lo artificial y lo forzado, se postula como una ventana donde a veces la disfunción entre imágenes y diálogos es notoria pero también visionaria. Un canto, quizás frustrado en su demencia juvenil, de libertad en todo su esplendor.

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