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¿Es 'El rey de Zamunda' el final de la explotación de la cultura de la nostalgia en el cine comercial? Ojalá, pero a tenor de la lista de abundantes proyectos de próximo estreno que tiran del pasado -'Cazafantasmas: Más allá', sin ir más lejos-, parece que no aprendemos la lección y nos gusta pasar por taquilla para que retuerzan nuestros recuerdos de la niñez en busca de pingües beneficios. Excepciones que confirman la regla, como la serie 'Cobra Kai', que parte del material original para triturarlo, las hay pocas o ninguna. La explotación de la estética ochentera, tendencia absoluta en el marco del entretenimiento, potenciada por 'Stranger Things', ya huele.
Se repiten esquemas y la fotografía con tonos rojos y azules se ha utilizado en centenares de propuestas audiovisuales de toda índole, hasta en videoclips de trap. La cinta canadiense 'Psycho Goreman' elevó el pasado año a la enésima potencia las referencias a una década gloriosa del cine de evasión, convirtiéndolo en un rosario de chistes sanguinolentos. Añadiendo leña al fuego, el resultado de la última incursión de Eddy Murphy en nuestros televisores, por obra y gracia de Amazon Prime Video, es un auténtico desastre. Un fiasco, una comedia sin gracia, ni siquiera involuntaria, que certifica que es mejor no revisar jamás la mayoría de las películas que vimos de chavales. La memoria sentimental está bien como está.
'El príncipe de Zamunda' la devoramos en los años 80, siendo unos niños, o casi. Quizás en la piel de unos adolescentes en celo. Revisarla hoy en día, bajo la perspectiva de aquella época que retorna una y otra vez para vender muñecos, tazas y camisetas, tiene poco sentido. No aguanta un pase, como la excepcional 'E.T.' o la ejemplar 'Regreso al futuro'. Era un título del montón que llamó la atención más de la cuenta por su director, el genial John Landis, al que echamos de menos, y el poderío de su actor principal, el mismo que arrasaba con sus ácidos monólogos por los teatros de EE.UU. (es brutal ver 'Delirious' a día de hoy, disponible en Netflix, terriblemente incorrecto).
Su secuela, situada en tiempos actuales, llega 32 años después y el mundo, afortunadamente, ha cambiado algo, aunque quede mucho por hacer. A las audiencias jóvenes les tiene que interesar poco o nada lo nuevo de Murphy. No saben de dónde viene. Y a los espectadores talludos nos resulta sumamente ridícula la aventura en una gran ciudad de un reyezuelo de un país lejano que viene a ser una caricatura del musical de 'El rey León'. Sin entrar en temas espinosos, como el colonialismo, la xenofobia y demás cargas de profundidad moral, ya no somos críos y el filme en cuestión, por mucho que se publicite hasta en la sopa, es torpe y chabacano. Hay que hacer un ejercicio mental de contención de exabruptos, entre otras maniobras de relajación espiritual frente a la pantalla, para pasar de los primeros veinte minutos. A pesar de darle al play con ganas, las escenas atolondradas llaman al bostezo, independientemente de nuestra complicidad como público. Rodada con pereza por Craig Brewer, que se lo curró más en 'Yo soy Dolemite' -y firmó antaño una curiosidad bizarra, 'Black Snake Moan'-, su principal problema es un guión carente de emoción, aquejado de un sentido del humor rancio y desubicado.
'El rey de Zamunda' constata que la idea de rescatar éxitos antediluvianos para sembrar la ilusión del personal que peina canas no funciona si las producciones de nuevo cuño se limitan únicamente a replicar fórmulas caducadas. Hay que darle una vuelta a esta tendencia desde la ironía o el tedio está garantizado. Igual no queda otra que soportar más intentos de exprimir la gallina zombi de los huevos de oro, pero siempre nos quedará pasar de largo y quejarnos sin la necesidad de gritar a los cuatro vientos que nos han robado la infancia. En realidad, han secuestrado la creatividad.
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