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«Una verdadera película reclama como medio natural la sala de cine», defiende Víctor EriceMás que una rueda de prensa fue una clase magistral. Víctor Erice (Karrantza, 1940) fue recibido por los periodistas puestos en pie y al calor de un aplauso de varios minutos que el director agradeció señalándose su camiseta, dedicada a los hermanos Lumière. Erice regresaba ... al Kursaal, donde en 1946, cuando era un teatro y cine, vio la primera película de su vida, 'La garra escarlata'. Cerrando todavía más el círculo, el director recogió por la noche el Premio Donostia, el primero para un vasco, de manos de Ana Torrent, aquella niña que protagonizó 'El espíritu de la colmena'. Lo hizo en el Victoria Eugenia, en el mismo escenario donde, hace justo medio siglo, su ópera prima recibió la primera Concha de Oro para el cine español.
Reacio a las entrevistas y a las ruedas de prensa, Erice parecía hasta cómodo con las preguntas de periodistas que le trataban respetuosamente de «maestro». A sus 83 años, una edad que su eterno pelazo y las gafas oscuras disimulan, el autor de 'El sur' defendió el cine como arte y experiencia sanadora, que debe verse en salas y formar parte de los planes educativos. De ello habla en 'Cerrar los ojos', su primer largo de ficción en treinta años, cuyas tres horas ya se pueden disfrutar en las salas españolas.
«Desconfío de la leyenda épica. Alrededor de mi persona como cineasta se cuentan las cosas de una manera en la que no me reconozco», desdijo. «La leyenda épica esta muy bien como elemento publicitario. Sugiere que hace 30 años que no hago una película, cuando he tenido actividad como cineasta con mis cortometrajes o la instalación 'Piedra y cielo', que hice para el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Fuera del marco del audiovisual, donde solo se contabilizan los largometrajes, hay verdadera vida. Y muchas veces la mayor vitalidad de lo que le puede quedar al cine se da en la periferia del sistema». Erice se niega así a considerar 'Cerrar los ojos' como una película testamentaria. «Si yo admito eso solo tendría como horizonte vital el Museo de Cera, la jubilación o el cementerio. Ya lo dijo John Ford en 'El hombre que mató a Liberty Valance: lo que hay que imprimir es la leyenda».
Hubo un par de momentos conmovedores, en los que el protagonista del día interrumpió su discurso al emocionarse hasta el llanto. Uno fue al recordar a Jorge Oteiza cuando le preguntaron por el poder sanador del cine. «Es una de las virtudes del arte en general», asintió. «Los libros, los cuadros, las músicas, las películas irrumpen en nuestras vidas y de alguna manera nos modifican. Después de pasar por esa experiencia nos sentimos distintos y hemos crecido en el conocimiento. Uno de los más grandes artistas vascos, Jorge Oteiza,reivindicó el poder sanador del arte. Su propósito político, frustrado tantas veces, fue pasar del arte a la educación. El arte debe morir para que el hombre viva, sostenía».
o. b.
Víctor Erice recordó al recoger el Premio Donostia de manos de Ana Torrent que llegó a esta ciudad con unos meses de vida. «Aquí crecí en todos los sentidos, también como espectador de películas». En el cercano Kursaal vio una tarde del invierno de 1946 su primera película. Las mismas butacas del teatro Victoria Eugenia fueron uno de los cines de su infancia y escenario del Festival de Cine, al que acudía como espectador. «En la penumbra del gallinero vi 'Las noches de Cabiria' en 1957», rememoró. «En uno de esos palcos estaba Federico Fellini con un esmoquin blanco».
Hace medio siglo, el llorado productor Elías Querejeta y Erice lograban en este escenario la primera Concha de Oro para el cine español gracias a 'El espíritu de la colmena'. Ana Torrent, entonces un niña de siete años que miraba alucinada al monstruo de Frankenstein, alabó a un director «que ha entrelazado vida y cine de tal manera que hay algo mágico en cómo ha cerrado el círculo». El cineasta «que no nos ha dado ni una imagen que no fuera necesaria», según la actriz, recordó a viejos amigos del Cineclub San Sebastián y del Zinemaldia, como Antxon Eceiza, Iván Zulueta, Antonio Mercero y Luis Gasca. También dedicó el Premio a su mujer Cristina, su hijo Pablo y su hermana, que le llevó de la mano al Gran Teatro Kursaal una tarde de invierno de 1946.
Erice habló de esos grandes maestros «a los que no les llego a la suela del zapato» y lamentó que en los sistemas educativos no haya «educación estética, una pieza fundamental». Para su generación, recordó, «en unos tiempos de miseria y falta de libertades el cine nos permitió ser ciudadanos del mundo, aunque fuera por unas horas». Esa experiencia en salas, un tema central de su último largometraje, parece ya una experiencia que pertenece al pasado, según Erice, que no se considera nostálgico, ha abrazado la tecnología digital y descoloca a sus alumnos cuando les pregunta si saben cuál es el soporte de la imagen que más ha permanecido en el tiempo: el óleo.
«Del proyecto original de los hermanos Lumière solo queda la sala cinematográfica como residuo», constató. «Hoy las películas se producen, realizan y distribuyen de una manera totalmente distinta. «Una verdadera película reclama como medio natural y absoluto la sala cinematográfica. Pero hoy sabemos que las grandes corporaciones tienen una tendencia a apoderarse de todas las ventanas: televisión, tabletas, móviles. Con eso se pierde uno de los proyectos originales del cine desde su nacimiento. Ver una película era un acto de contemplación, uno abandonaba por unas horas el cerco familiar y encontraba en la sala de cine a los demás. Era una experiencia ciudadana compartida. El desarrollo tecnológico nos ha conducido a que contemplemos una pelicula en la privacidad doméstica, en nuestro rinconcito con nuestros artilugios. Reclamo, reivindico, la experiencia pública».
Víctor Erice recordó que en 1973 subió a recoger la Concha de Oro por 'El espíritu de la colmena' y medio teatro Victoria Eugenia aplaudió y la otra mitad pataleó. «Era un índice de su vitalidad, de que fue una película hecha a contratiempo para lo que eran las convenciones del cine en ese momento», apuntó. «No es lo mismo ver una película cuando surge que cuando forma parte de la historia del cine». El director negó que 'Cerrar los ojos' sea una película nostálgica de las viejas salas. «Eso ya se ha ido con el siglo, yo lo acepto como servidumbre del tiempo. Sobre la película sí que sobrevuela el ángel de la melancolía, que es distinto de la nostalgia. Yo no tengo ninguna concepción fetichista ni del cine ni de la tecnología».
El autor de 'El sol del membrillo' citó a Gramsci cuando le preguntaron si era optimista: «El optimismo es el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad». Renunció a opinar sobre la situación en el país porque vive «como un ciudadano cualquiera y solo aspiro a que tuviéramos una educación que nos aproximara a ese fenómeno extraordinario que fue el cine, que a mí me ha servido para el descubrimiento de tantas cosas». «Es lo que modestamente trato de hacer en cada uno de mis trabajos, poner lo mejor de mí mismo». El hombre que vio a Howard Hawks pasear por la Parte Vieja de San Sebastián y navegar en un velero por la bahía de La Concha arrastra una fama de cineasta perfeccionista, «pero he tenido que improvisar en todas mis películas».
«¿Dónde está hoy la excepción cultural?», se preguntó el cineasta de Karrantza, que reivindicó ante todo la emoción. «Cuando se produce da igual que estemos en Tokio, San Francisco o Donosti. Es algo que impregna la conciencia del espectador, por el que tengo el mayor de los respetos. Porque cuando haces una película, ya es suya». Los jóvenes cineastas lo tienen ahora más difícil que en su época, porque hoy existe «una gran polución de imágenes». ¿Es el cine la vida propia del alma?, llegaron a preguntarle al maestro: «Disiento de ese pensamiento a priorístico de que todo lo que brota en una película está decidido de antemano. El cine para mí siempre ha sido una experiencia fundamentalmente vital, y no deja der una experiencia patética porque, quizá, no he salido de una sala de cine en toda mi vida».
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