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Cuando pensamos en una vaca nos viene a la cabeza la estampa del chocolate Milka, con bucólicos prados entre cumbres nevadas en los que pastan serenamente vaquitas con cencerro. No sospechamos –o más bien no queremos pensar demasiado– en lo que hay detrás del tetrabrick ... de leche que guardamos en la nevera. 'Vaca' nos lo muestra sin alzar la voz ni recurrir al tremendismo. La apuesta de la británica Andrea Arnold es ponernos en la piel y las sufridas ubres de Luma, inquilina a su pesar de una macrogranja en el sur de Inglaterra.
Presentada en el Festival de Cannes y filme inaugural del Festival de Sevilla, 'Vaca' llega a nuestras pantallas en plena polémica después de que que el ministro de Consumo, Alberto Garzón, criticara las industrias ganaderas con miles de animales en el diario 'The Guardian'. La Comisión Europea presentaba este pasado martes una propuesta legislativa para endurecer criterios medioambientales con el objetivo de que las macrogranjas emitan menos amoníaco y metano; actualmente las instalaciones avícolas, porcinas y de vacuno con más de cien cabezas son responsables conjuntamente del 60 % de las emisiones de amoníaco y del 43% del metano de la ganadería de la Unión Europea.
'Vaca' no es un documental al estilo de los de La 2. No hay un narrador, ni rótulos ni una voz en off. Asistimos al nacimiento de un ternero cuyo ojo mira fijamente a la cámara nada más salir del vientre de su madre, como si nos interpelara a los espectadores. Luma lame a la criatura durante poco tiempo: enseguida la apartan de su lado. Después veremos cómo descornan al ternero, esto es, quemar los cuernos antes de que broten con un hierro incadescente para que los bovinos hacinados en los establos no puedan herirse entre sí ni a los granjeros. La protagonista tendrá otros terneros y todos correrán la misma suerte.
La rutina de Luma transcurre como en un angustioso bucle sin fin entre las vallas y barreras de un establo alfombrado de barro, mierda y paja. Solo en una escena las vacas salen al exterior, a comer pasto fresco y mirar de noche el cielo estrellado. Luma no es tanto un animal sino una fábrica de fluido y carne. Le succionan la leche, le revisa el veterinario y descarga un nuevo ternero. Arnold pega la cámara al animal hasta el extremo de que en algunos momentos la vaca golpea al director de fotografía. A la realizadora le interesan más los mugidos y la respiración de la res que los empleados de la granja (apenas vemos sus rostros), que no se comportan con crueldad, sino con la frialdad mecánica de quien trata con cosas y no con seres vivos.
La estrategia de la directora de 'Fish Tank' y 'Cumbres borrascosas' consiste en humanizar a esta vaca que muge más que las demás, como si quisiera rebelarse ante su destino. Cuando llega el final, no por esperado deja de ser menos impactante. Luma es el eslabón de una cadena industrial en la que solo hay espacio para la productividad. En 'Vaca' la granja es una prisión y únicamente se puede escapar de ella con la muerte. Arnold combate la frialdad de los documentales de naturaleza con destellos de lirismo, como esos fuegos artificiales en la noche lejana, o las canciones pop que suenan en la explotación ganadera, de Garbage a Billie Eilish, que ponen el contrapunto sarcástico. 'Vaca' es una experiencia inmersiva en la que compartimos la angustia de un animal.
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