El cine de acción occidental copia sin alma a la apisonadora asiática. La técnica está por encima de la emoción. El héroe con carisma cuelga los guantes, se lleva lo puramente físico. La película protagonizada por Chris Hemswordh es el último ejemplo
Al grueso del cine de acción actual le ocurre como al porno audiovisual: funciona por escenas o dándole al botón de avance para llegar a lo que realmente importa, al meollo de la cuestión, léase esa secuencia donde los especialistas lo dan todo, con ... o sin efectos especiales. Si en el cine X interesa el primer plano, el puro juego de los órganos genitales, iluminados a todo trapo, en las action-movies se llevan la palma las explosiones, los tortazos y tiroteos entre persecución y persecución. El sexo en exceso, bien lubricado y coordinado, brillante bajo los focos, es lo que interesa al espectador entregado a la ficción pornográfica. Los diálogos son una perdida de tiempo, no es necesario el desarrollo de personajes y la trama puede escribirse en la servilleta de un bar, sobrando espacio. Existe un paralelismo con el cine de acción más comercial, empeñado en mostrar florituras técnicas sin más. Sobra la historia entre escena y escena. Un relato minimalista sirve de excusa para desplegar las coreografías ultraviolentas. El intercambio de mamporros es el mensaje. La reflexión es irrelevante en el género, no es de obligada presencia, pero la falta de emoción y de personajes con los que empatizar más allá de la venganza, a no ser que compartamos un sentido discutible de la justicia y la hombría, deriva en propuestas tan espectaculares como vacuas, exentas de ironía, con menos calado que los vídeos de TikTok.
Más que cine de acción, hablamos de acción a secas, de consumo inmediato, poco o nada memorable. Si en el porno no hay amor, aquí no hay corazón. Importa más cómo se mueve la cámara y el montaje de las imágenes que la propia narración. Cómo se recoge el movimiento está por encima de los gestos dramáticos y la puesta en escena se realiza de un modo mecánico, sin la alegría de la natación sincronizada. Olvidemos el sentido de la maravilla, cuanto más realista, ¿mejor? No ocurre nada más que aquello que ven nuestros ojos, no hay dobles lecturas, como ocurre en el género pornográfico. El ejemplo más cercano es uno de los últimos éxitos de Netflix, 'Tyler Rake' -al parecer el título original, 'Extraction', no molaba tanto por estos pagos-, un filme que entretener, entretiene, como también lo hacen algunos vídeos de la primera comunión sin que los actores vayan colgados con cables. Su estructura es similar a la de un videojuego en tercera persona de manera consciente. Vemos morir gente sin parar, con un empaque visual abrumador, que incluye algún inevitable plano secuencia -al que se le notan las costuras-; pero el guión de Joe Russo, que comparte producción con su hermano Anthony, carece de espíritu y épica, a diferencia de su labor en las adaptaciones de Marvel, donde la identificación con los personajes es la razón de su éxito. Chris Hemsworth pone físico, cicatrices de pega y escaso carisma al mercenario protagonista, un suicida con un dramón a sus espaldas que quiere morir para no afrontar sus penas, lo que deriva en una personalidad suicida que puede recordar a Mel Gibson en 'Arma Letal', sin un ápice de humor o complacencia, con algunos toques sensibleros sonrojantes. Da un poco igual lo que le pase en su misión, lo que le pese la mochila, como al resto del reparto. Aquí es cuando suben puntos títulos esenciales de los años 80 y 90, como 'La jungla de cristal' o 'El último boy scout', cuyos diálogos han quedado grabados en la memoria de varias generaciones. Películas vilipendidas en su momento, como 'Independence Day', ganan puntos con el paso del tiempo por su desparpajo y cierta incorrección política involuntaria.
Michael Bay y tortas de oriente
'Extraction', basada en el cómic 'Ciudad', viene firmada por Sam Hargrave, habitual colaborador de los hermanos Russo, especialista y director de la segunda unidad que da el salto a la primera línea con buen oficio de realizador físico. Los frenéticos veinte minutos iniciales de 'Seis en la sombra', la última apuesta de Michael Bay, son más rompedores para el género que la producción de los Russo, con la utilización de varios formatos y el empleo sin prejuicios del lenguaje audiovisual actual con un montaje a medida. Una lástima que después de su brutal comienzo se convierta en un tráiler de muchas películas en una, reinando el zapping nervioso marca de la casa mientras los personajes principales carecen de singularidad y nos importan un comino. El mejor cine de acción viene de oriente y aunque el responsable de 'Transformers' se luzca un rato con tan llamativa apertura, de lo mejor que se ha hecho en tiempo en occidente, el resto del filme cae en picado sin poder superar el ritmo de su encendido.
'Tyler Rake' no pasará a la historia de un género propio de la cinematografía norteamericana que últimamente fusila sin gracia a los asiáticos (con excepciones como la delirante la franquicia 'Fast And Furious'). Solo puede sorprender a quien no ve habitualmente cine de acción, toda una virtud en la era multipantalla. Como espectáculo se antoja plano, por debajo de la saga Bourne, incapaz de aprovechar las posibilidades que le brinda el escenario. No hay trasfondo alguno, como viene se va. No innova, tampoco se lo plantea, apostando por unos fuegos artificiales sin sustancia ni musicalidad, pero efectivos (y efectistas). Es un artefacto de entretenimiento tan válido como fatuo, como podían haber sido las películas de John Woo en los años 90. Sin embargo, nos acordamos de ellas porque era conscientes de su irrealidad y tenían cierta personalidad, aunque fueran palomas volando a cámara lenta. Quizás ahora lo importante no es el héroe -adiós Willis, ciao Stallone-, sino la acción en sí, las piruetas, los regueros de sangre y la destrucción. Triunfa la visión circense, pero hay títulos que ofrecen más enjundia, similar ritual trepidante y roles con lo cuales encariñarse, u odiar a muerte -esos grandes villanos-, de tal manera que la audiencia vibra con algo más que el sonido de los disparos.
'BuyBust' es una locura filipina donde la cantidad de figurantes que aparecen y perecen es el acabose. Fenecen como lemmings. El contador no conoce el pause. Sin embargo, la agresividad coreografiada, a veces en plano secuencia, por los tejados de la chabolas de la zona deprimida de Manila, también ofrece al público un radiografía de un país, a diferencia de 'Tyler Rake' que obvia sumar cualquier significado al margen de los sopapos. La última imagen de 'BuyBust', grabada con un dron, es espeluznante: una metáfora bárbara que hace olvidar que en algunos momentos del metraje se ve el truco (a veces parecen ensayos antes de la toma final). El ritmo es total y la protagonista es una mujer con principios. Inevitablemente cabe citar la inmensa 'The Raid' ('Redada asesina'), un no parar de dar y recibir desde Indonesia. Cuenta con una continuación, dado su culto, y deja secuelas en la retina con su constante toma y daca, ofreciendo espectáculo sin olvidarse del interior de los personajes manejando clichés con ingenio. 'The Night Comes for Us' es otra propuesta salvaje. No se salva ni el apuntador. Las muertes se suceden por los métodos más insospechados. Cualquier objeto es susceptible de ser un arma. La sangre salpica como en un cuadro de Pollock. Paralelamente a la carnicería, habla de la lealtad, el honor, la piedad y el compañerismo.
Son todos títulos con la venganza como motor, más que la mera supervivencia. Así, cabe citar también la saga 'John Wick'. Contiene algunos momentos de alto voltaje, adrenalíticos y estremecedores. Comercial a su pesar, empapada de humor negro, propone algunas secuencias dignas de aplauso y el carisma que aporta Keanu Reeves al antihéroe protagonista es excepcional, por algo ha elevado su maltrecha carrera cinematográfica. 'Avengement', por su parte, cruce entre Guy Ritchie y 'Payback', es probablemente la mejor película del action-hero a reivindicar con Scott Adkins, villano en la también estimable producción china 'Wolf Warrior'. 'Polar', la versión en imagen real del cómic de Víctor Santos, contiene secuencias perfectas para liberar tensiones y un curioso tono entre la parodia, el western y el thriller nórdico. Otra orgía de violencia coreografiada, de una contra todos, es 'Azumi', un festival de espadazos con label nipón. La protagonista se enfrenta a un ejército gigantesco, que no para de crecer. Un enemigo sin fin. Por supuesto, todos caen como moscas. Los cadáveres no faltan en cada obra mencionada en esta panorámica contenida de un género que no tiene porqué ser necesariamente superficial.
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