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«Como a mí me dejaban ver cosas vedadas a otros niños, mis compañeros de clase me tenían por una persona sofisticada. Y como veía las películas más estimulantes de la época más destacada de la historia en la cinematografía de Hollywood, no les faltaba ... razón: yo era sofisticado». Quentin Tarantino (Knoxville, Tennessee, 1963) resume así su formación cinematográfica en 'Meditaciones de cine', una suerte de memorias y ensayo que acaba de publicar en nuestro país Reservoir Books. Hijo de una madre soltera a la que debe sus potentes personajes femeninos, el autor de 'Pulp Fiction' posee el estatus de una estrella de rock. El director más célebre desde Orson Welles ha resucitado carreras, pervertido géneros y convertido su cine en una absorbente batidora de referencias gracias a las miles de películas devoradas en salas de Los Ángeles y en el videoclub donde trabajó.
Su primer libro de no ficción, que presentará el 9 de abril en el teatro Coliseum de Barcelona, demuestra que el pequeño Quentin, que debe su nombre al personaje de una serie titulada 'Gunsmoke' encarnado por Burt Reynolds que encantaba a su madre, estaba en el sitio adecuado y en la época justa: Los Ángeles a finales de los años 60. Su cinefilia enciclopédica se la debe precisamente a su madre Connie, que le llevaba a ver películas para adultos desde niño. Un día le preguntó por qué otros padres se las prohibían a sus hijos. Y contestó: «Quentin, a mí me preocupa más que veas las noticias. Una película no va a hacerte daño».
Tarantino tuvo la fortuna de descubrir siendo un crío los títulos que conformaron el espejismo del Nuevo Hollywood, el breve período en el que los estudios confiaron en cineastas autores, que dejaron un puñado de obras maestras que conectaron con el espíritu de su tiempo, un Estados Unidos que despertaba del sueño hippie y lloraba a los muertos en Vietnam. La generación de 'Buscando mi destino' (Easy Rider) acabó con el sistema… durante unos pocos años. La contracultura y el espíritu contestatario arrumbaron a los clásicos. «En la actualidad, muchos cineastas están impacientes por que llegue el día en que sea posible decir eso mismo de las películas de superhéroes», apunta el director de 'Reservoir Dogs'.
El grueso de 'Meditaciones de cine' son reflexiones sobre algunas de las películas de su vida: 'Bullitt', 'Harry el Sucio', 'Deliverance', 'Taxi Driver', 'La cocina del infierno', 'Fuga de Alcatraz', 'Hardcore: Un mundo oculto'… Un abanico de títulos que comprende desde 1968 hasta 1981 y que el director vio en cines de Los Ángeles que ama por encima de todas las cosas, como demostró en su último largometraje hasta la fecha, 'Érase una vez en Hollywood', donde se deleitaba en el retrato de salas en las que experimentó epifanías con una precocidad digna de mejor causa. No lo cuenta en el libro, pero alguna vez ha confesado que pasaba tanto tiempo en los cines que no aprendió a montar en bicicleta hasta quinto curso. En el colegio, le tenían por un niño hiperactivo, que sacaba sobresaliente en Historia y Literatura pero suspendía todas las demás asignaturas. En el verano de 1979, con 16 años, ya trabajaba como acomodador en el Pussycat, un cine X de Torrance. Su metro ochenta y cinco le servía para mediar en las frecuentes peleas que se producían en el patio de butacas.
Tarantino se muestra un crítico perspicaz que escribe con la agudeza, sapiencia y sentido del humor que ya ha demostrado en sus guiones. Lo ha visto todo. En su canon, Godard está a la misma altura que Jess Franco. Como contó a este periodista cuando presentó 'Malditos bastardos' en el Festival de San Sebastián de 2009, su vida era un aprendizaje autodidacta, una especie de doctorado en cine: «El día que me muera será el día de mi graduación», aseveraba. Así, 'Taxi Driver' «cuenta la historia de un hombre solitario llamado Travis Bickle (…). Al principio, casi podría calificársele de ingenuo indiferente. Pero parte del interés de la película estriba en ver cómo poco a poco va perdiendo la inocencia. Y lo que provoca miedo y a la vez emoción es contemplar a qué da paso esa inocencia perdida». Con nueve años, supo que 'Harry el sucio' era la película con la que los estadounidenses perdieron esa misma inocencia: «Don Siegel nos ofreció una mirada al futuro de lo que, al final, sustituiría a los monstruos de antaño en la pesadilla colectiva de la sociedad venidera».
El pequeño Quentin aprendió pronto que durante la proyección tenía que permanecer con la boca cerrada aunque no le interesara lo que sucedía en la pantalla. La vuelta a casa en coche era el momento de preguntar y tratar de entender lo que había visto. Crímenes, escenas de sexo, expresiones malsonantes… Aquel espectador podía con todo. Menos con una película a la que resultó «imposible» hacer frente: 'Bambi' de Walt Disney. «Bambi extraviado al separarse de su madre, los disparos del cazador frente a ella y el horroroso incendio forestal me afectaron más que cualquier otra de las imágenes que vi en el cine», confiesa. «Esas secuencias han trastornado a los niños durante décadas (…) El inesperado giro trágico de la película fue lo que me causó tal conmoción. Los anuncios se centraban en las travesuras de los entrañables Bambi y Tambor. Nada me preparó para el desgarrador giro en los acontecimientos».
El hombre que vio 'La matanza de Texas' con 11 años -«una de las pocas películas perfectas que se han realizado»-, que considera a Spielberg «un cineasta nato genial» y que reivindica 'Rocky II' como mucho mejor que la primera ha podido conocer cuando ya era un director consagrado a algunos de los realizadores que idolatraba.
Entre ellos a Pedro Almodóvar, a quien dedica unas líneas cuando aborda la autocensura que, en su opinión, padeció Hollywood en los años 80. La escena inicial de 'Matador' (1986), en la que un personaje se masturba ante un montaje de las escenas más sangrientas de películas de cine slasher, era «inconcebible», según Tarantino. Un ejemplo que ponía a sus compañeros en el videoclub de Manhattan Beach en el que trabajaba en esa época. Quería disfrutar de ese grado de libertad si algún día agarraba una cámara, «aunque, claro, por entonces era un friki del cine insolente y sabelotodo». Almodóvar le inspiró para no cortarse. «Su temeridad fue todo un ejemplo», alaba. «Mientras yo veía a mis héroes, los inconformistas del cine estadounidense de los 70, capitular ante una nueva manera de trabajar solo por conservar su empleo, la temeridad de Pedro ponía en ridículo las calculadas concesiones de todos ellos».
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