Silvana Mangano: el bayón tuvo la culpa
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Ninguna puso tanta voluptuosidad como ella bailando este ritmo latinoamericano que acabó convirtiéndola en un mitoSilvana Mangano (Roma, 1930 – Madrid, 1989) fue una de las despampanantes bellezas que la cinematografía italiana ofreció al resto del mundo. Su padre era un trabajador ferroviario siciliano y su madre, una británica entusiasmada por la danza, que obligó a Silvana a practicarla desde muy pequeña.
Después de estudiar danza y trabajar como modelo, se presentó al concurso de belleza de Miss Italia, saliendo elegida Miss Roma en 1946, imponiendo la moda de una belleza elegante dentro de los tradicionales cánones latinos: morena, voluptuosa, lejana y agresiva. Finalmente, el título de Miss Italia sería para Lucía Bosé y la Mangano tuvo también como rivales a futuros mitos cinematográficos como Gina Lollobrigida o Gianna Maria Canale.
El primer contacto de Mangano con el cine ocurrió a través de su relación romántica con el actor Marcello Mastroianni, siendo elegida para un pequeño papel en 'El elixir de amor' (1947), con 17 años. Mastroianni sería el principio y final de la trayectoria cinematográfica de la actriz, que se despidió del cine junto a Marcello en 'Ojos negros' (1987), del ruso Nikita Mijalkov.
Dos años después, logra ascender al estrellato internacional con su impresionante interpretación en 'Arroz amargo' ('Riso Amaro'), de 1949, dirigida por Giuseppe De Santis, donde tuvo por compañero a Vittorio Gassman, y en la que daba vida a una campesina sensual y provocativa. El público pronto la encuadró en el tópico de una Rita Hayworth a la italiana y ese mismo año se casa, con 19 años, con Dino de Laurentiis, productor del filme.
Pero su gran boom llega con su manera de bailar el bayón en la película 'Anna', dirigida en 1952 por Alberto Lattuada, de nuevo al lado de Gassman, que la convierte en el sex-symbol inalcanzable de la generación de la posguerra. El productor Alexander Korda quiso contratarla y llevarla a Hollywood, pero ella rechazó emprender carrera en América.
La trayectoria de Silvana Mangano estuvo inseparablemente unida a directores como Pier Paolo Pasolini, Luchino Visconti, Alberto Lattuada, Vittorio de Sica, Mario Monicelli, Dino Risi, Mauro Bolognini y Luigi Comencini. A partir de 'La Tempestad', dirigida por Lattuada, abandona sus papeles de gran intensidad erótica por otros con un mayor dramatismo. Fue la prostituta enamorada de 'El oro de Nápoles' (1955), hizo de Penélope y Circe en 'Ulises' (1954) y se convirtió en la inolvidable madre de Tadzio en 'Muerte en Venecia', de Luchino Visconti (1969). También trabajó en 'Edipo Rey', 'Teorema' y 'El Decamerón', de Pasolini, y en 'Luis II de Baviera' y 'Confidencias', de nuevo con Visconti
La actriz también participó en producciones internacionales como: 'Ulises' (1954), con Kirk Douglas y Anthony Quinn; 'Barrabás' (1962) de Richard Fleischer; 'La diga sul Pacifico' de René Clement, con Anthony Perkins; 'Five Branded Women' de Martin Ritt, con Jeanne Moreau y Vera Miles; y 'El científico Cardplayer', con Joseph Cotten y Bette Davis, Una de sus hijas, Raffaella, coprodujo con el padre de la chica, Dino de Laurentiis una de las últimas películas de Mangano, 'Dune', dirigida por David Lynch en 1984.
En contraste con su exitosa carrera cinematográfica, Silvana Mangano atravesó dificultades en su vida privada. Se divorció de Dino De Laurentiis, con el que tuvo cuatro hijos (uno de ellos fallecido con 25 años en un accidente), en 1988. Tras una agria ruptura, hizo las paces con él al intuir que le quedaba poco tiempo de vida.
La actriz fallecería a los 59 años de edad en Madrid, donde residía su hija Francesca, casada con el productor español José Antonio Escrivá, (hijo del cineasta Vicente Escrivá), a donde había acudido para someterse a una esofagoplastia (reemplazar el esófago con parte de otro órgano), debido a la dolencia que padecía hace años, un cáncer de mediastino. Sin embargo, un infarto sufrido durante la operación la dejó en estado de coma, muriendo el 16 de diciembre de 1989.
Tras su muerte, Marcello Mastroianni dijo: «Silvana debería haberse quedado conmigo. Estábamos hechos el uno para el otro. Pero entonces yo no era nadie y ella tenía ambición. Se casó por interés y no fue ser feliz. Yo tampoco».
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