'Saint Maud': fanatismo religioso y terror
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La británica Rose Glass debuta con un asfixiante largometraje de terror psicológico protagonizado por una brillante Morfydd ClarkEs, con toda probabilidad, una de las cintas de terror del año. Galardonada con el Gran Premio del Festival de Cine Fantástico de Gérardmer a principios de año, la ópera prima de la británica Rose Glass, curtida en el mundo del cortometraje, apuesta ... por los silencios y una buena colección de imágenes impactantes, llenas de simbolismo, para ir construyendo un relato potente y asfixiante que ahonda en el fanatismo religioso y hace hincapié en conceptos como la culpa a través de una mujer entregada a la fe católica.
La cinta sigue la pista de Maud (Morfydd Clark), una joven enfermera que malvive en un minúsculo apartamento hasta que tiene la oportunidad de mudarse a la mansión de Amanda (Jennifer Ehle), una gran estrella del ballet en el pasado. La mujer vive ahora encerrada en la casa a consecuencia de una enfermedad que la mantiene postrada en una silla de ruedas. Atormentada por su oscuro pasado, Maud está convencida de que Dios se comunica con ella y de que le ha encomendado una misión: salvar a Amanda de la oscuridad y lo demoníaco y orientarla hacia la luz.
Entregada a un papel complejo y lleno de matices, Morfydd Clark logra que el espectador vaya encogiéndose en la butaca a medida que avanza una trama en la que la joven protagonista se mueve indistintamente entre el amor casi maternal y la rabia, la envidia y el odio y el desquicie más viscerales.
En este sentido, gran parte del éxito de la cinta está en decisiones tan interesantes de guion como verbalizar los pensamientos y las contradicciones de Maud, decidida a acabar con la espiral autodestructiva en la que está inmersa su nueva paciente. Con una fuerte iconografía religiosa, la cineasta británica evita con tino revolver las tripas del espectador, aunque hay dos o tres instantes, incómodos y algo desagradables, de los que quedan impresos en la retina. Adam Janota Bzowski y Ben Fordesman, ambos también debutantes en el largometraje, se encargan de la agobiante -en el buen sentido de la palabra- banda sonora y de una fotografía pulcra y al servicio de la historia, respectivamente. En definitiva, una hora y veinte tan maravillosa como desasosegante.
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