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«Tenga resignación, pues el matrimonio es cosa muy seria, siendo un lazo de unión tan grande que es imposible romperlo. Lo que le aconsejo es que procure complacer a su esposo aun en los más pequeños detalles, no le lleve la contraria y haga ... lo que él desee. Si con ello no ha experimentado cambio alguno, entonces tome la determinación de serle indiferente. (…) También le aconsejo que exponga el caso a su padre confesor. (…) Mucha resignación, querida, mucha resignación. Rece».
Es la respuesta que 'El consultorio de Elena Francis' dio a una mujer que pedía ayuda para salir del infierno que, tanto ella como sus hijos, estaban viviendo a manos de un maltratador. La contestación, que hoy suena brutal, escandalosa y terrible, no era más que una muestra de los valores con los que el franquismo pretendía adoctrinar a las mujeres, y que encontró en el programa radiofónico 'El consultorio de Elena Francis' el medio ideal para hacerlo. Tanto esta respuesta como otras similares pueden escucharse en el documental 'Elena Francis, la primera influencer', dirigido por Mónica Artigas, producido por RTVE y The Mediapro Studio y emitido en La 2 el pasado 8 de marzo. El documental, a través de un grupo de expertos en diversos campos, profesionales de la radio y personas que tuvieron una relación, más o menos directa, con el consultorio, intenta analizar cómo fue aquel fenómeno, cómo funcionaba y cómo influyó en las mujeres de la época. Lo hace, primero, situándonos en el contexto histórico, para después ilustrarlo con la lectura de algunas de las cartas recibidas, fotografías e imágenes de archivo y fragmentos del propio programa.
Pero ¿cómo la mujer que nunca existió llegó a marcar a toda una generación? En un principio subyace una cuestión meramente económica: el programa se inicia en 1947 en Radio Barcelona con la intención de vender los productos del Instituto de Belleza Francis, por lo que las consultas estaban dirigidas a cuestiones de estética. Poco después, y en una sociedad en la que la radio era el único contacto con el mundo exterior que tenían unas mujeres cuya vida solo se desarrollaba en el interior del hogar, comenzaron a llegar cartas en las que se planteaban cuestiones personales.
El consultorio era una de las pocas formas que tenían de compartir su angustia, sus problemas, su desesperación, su tristeza. Había cosas que no podían decirle a sus amigas más íntimas, ni siquiera a su confesor. Por miedo a que alguien pudiera reconocerlas, firmaban las cartas con seudónimos más o menos cursis (Linda Flor, Pecadora, Lucero, Turquesa) o con otros que resumían su situación, como Una que no sabe, Una esposa desgraciada o Una que duda en ser feliz.
Más de un millón de cartas llegaron al consultorio. Algunas eran contestadas por la radio gracias a unas locutoras (la más popular fue Maruja Fernández, pero hubo hasta siete a lo largo de la historia del programa) que, con una gran dicción y una voz culta, convincente, se mostraban severas o comprensivas según el caso; otras eran respondidas por un grupo de mujeres, especialmente seleccionadas para ello, que firmaban como Elena Francis. Esta red de locutoras, escritoras de cartas y guionistas daban vida a un personaje que no era más que el instrumento por el cual la dictadura intentaba imponer sus principios a las mujeres: sumisión, resignación, obediencia y abnegación frente al marido y los hijos.
La influencia del programa era enorme. Por las tardes, se escuchaba en todas partes: en las casas, en los patios de vecinos, en los talleres de las modistas. De hecho, y tal como señala en el documental un experto en marketing, Elena Francis fue la primera 'influencer' porque tenía una enorme audiencia, un gran poder de prescripción y una gran relación con la marca que patrocinaba el espacio, el Instituto de Belleza Francis.
Si durante los años en Radio Barcelona fueron varios los guionistas detrás de Elena Francis, tras el cambio a Radio Peninsular en 1966, y hasta 1984, el programa estuvo a cargo del periodista Juan Soto Viñolo. Eso solo se supo mucho después, cuando el autor Gerard Imbert desveló que Elena Francis no existía y que, durante los últimos dieciocho años, había sido un hombre el encargado de contestar las consultas. Al saberse que aquella persona, a la que habían confiado sus secretos más íntimos, era una ficción, se produjo una convulsión social. A pesar de ello, el instituto de belleza siguió manteniendo hasta el final la existencia de Elena Francis.
Tras la muerte de Franco, el consultorio siguió, pero su contenido ya no tenía cabida en una España que se estaba democratizando y modernizando, y fue muriendo de manera natural. Lo que no ha muerto es la necesidad humana de compartir las dudas y las penas, ya sea a través de los programas de testimonios o de las redes sociales. Tampoco murió nunca Elena Francis. Sobre todo, porque jamás existió.
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