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Rodrigo Cortés (Orense, 1973) jura que no hace nada para ganarse su condición de perro verde en el cine español. El director de 'Buried' y 'Luces rojas', que ha trabajado con estrellas como Ryan Reynolds, Robert de Niro y Uma Thurman, escribe regularmente en prensa, ... publica libros, colabora en podcasts y rueda sus películas casi en secreto. Como 'El amor en su lugar', la historia de una compañía teatral durante el gueto de Varsovia, cuyos miembros representan un musical mientras barajan escapar del horror nazi.
El filme recrea la puesta en escena de una obra real que provocó dos horas de sonrisas durante cuatro semanas en medio del hambre, el frío y la barbarie. De 400.000 judíos solo sobrevivieron 50.000. Hablada en inglés por un reparto internacional, 'El amor en su lugar' llega a las salas el 3 de diciembre.
–En el gueto de Varsovia llegó a haber una orquesta sinfónica.
–Así es. No era una misión sagrada de los artistas por encima de las dificultades. Más bien hacían lo que sabían hacer; el que era tornero trataba de seguir siéndolo y el que tocaba la guitarra intentaba seguir tocando la guitarra. Tendemos a atribuirle al gueto la imaginería del campo de concentración, pero era una sociedad compleja, hacinada y muy jerarquizada. Había ricos y pobres que se morían y no les importaban a nadie. Y artistas que trataban de ganarse la vida. Los músicos tocaban en los cafés, había recitales de poesía, conciertos de música clásica, bibliotecas clandestina y teatro. Esta obra, que en traducción literal del polaco sería 'El amor busca apartamento', se representó durante cuatro semanas y tuvo éxito en lo más crudo del invierno del 42.
–Donde hay cultura, hay civilización.
–Tiene que ver con aquello de 'Jurassic Park' de «la vida se abre paso...». En cualquier circunstancia el ser humano trata de recordar que está vivo. Y, efectivamente, la cultura es una forma de expresión netamente humana, el artista no puede evitar comunicarse de la mejor manera posible. Incluso en un océano de oscuridad tan denso y negro como aquel periodo siempre hay una luz que trata de brillar. Y no trato de poetizar las cosas más de la cuenta, pero es un hecho.
–Un chiste puede salvar una vida, como demuestra en ese deslumbrante plano secuencia inicial de once minutos.
–No sé si en la práctica los chistes salvan vidas... Ese chiste prefigura lo que va a suceder después. Esta misma obra era muy divertida a pesar de que hablaba de las circunstancias del gueto. La escribió Jerzy Jurandot, que era dramaturgo y músico de big band, muy conocido en Varsovia. No decidió hacer una obra de denuncia, sino un musical con canciones y chistes sobre el tifus, el cólera, las palizas de la policía judía...
–Humor judío.
–Eso es, fatalista y vitriólico. Todos conocían ese código y se reían durante dos horas.
–¿Qué le parece 'La vida es bella', donde la fabulación ayudaba a un niño a sobrevivir en el Holocausto?
–La parte que más me gusta es cuando Benigni se inventa reglas para su hijo. Es curioso, cuando alteras las gafas desde donde miras algo le adjudicas un significado diferente. Después recuerdo blanduras más melifluas, perfectamente legítimas y que justifican el enorme éxito de la película. Yo he tratado de evitarlas, porque, cuando cuentas la historia de gente que trata de vivir media hora más, la limpieza narrativa es complicada. Necesariamente tienes que abrazar la ambivalencia y la contradicción, que es lo que define a cualquier ser humano. Eso te permite no literaturizar más de la cuenta las cosas.
–La cultura también nos ayudó a sobrellevar los meses de confinamiento.
–No me atrevería a comparar el gueto de Varsovia con lo que sucede cuando nos ponemos todos a ver Netflix... En cualquier grupo humano, incluso en una isla desierta, será importante que uno sepa cultivar y que otro sea gracioso y sepa cantar. En cualquier circunstancia, por dura que sea, siempre hay alguien que se va a poner a silbar y eso le va a hacer la vida más vivible a otro.
–Alguien que nos haga reír.
–Hasta en los funerales. Personalmente desconfío de cualquier cosa desprovista de humor, los mejores melodramas siempre tienen humor. Es una mirada sobre las cosas distante e indulgente, que relativiza todo y permite contemplarlo desde un ángulo absurdo. Si no hay humor, no es humano.
–Ese humor cada vez es más difícil que no ofenda. Algunos de los temas de su novela más reciente, 'Los años extraordinarios', entrarían en la etiqueta de políticamente incorrectos.
–Lo único que me aburre más que la corrección política son los héroes de la incorrección política. En general puedes decir lo que quieras. Si entras a contestar, a justificarte o a agitar una bandera diciendo que es un acto heróico en una sociedad sorda, estás perdido. Nadie tiene que darte permiso para decir algo. ¿Cuáles van a ser las consecuencias? En general, ninguna. ¿Qué te va a pasar? Si caes en contestar le das el poder al 0,00003 de la población. Está científicamente demostrado que si alguien acerca un bidón de gasolina y tú no enciendes una cerilla no pasa nada.
–Acaba de estrenar en Prime Video su episodio de 'Historias para no dormir', remake de la mítica serie. ¿Le hubiera gustado ser Chicho?
–Chicho fue un pionero que alfombró el suelo que los demás pisamos. Siento un enorme respeto por esa figura de marciano inventando cosas que no parecían posibles. Pero cada uno tiene su vida, nunca he querido ser nadie, ni siquiera Scorsese, que es mi dios pagano.
–Chicho fue el primer director estrella en España.
–Sí, nuestro Hitchcock. Los directores no eran estrellas, la gente iba al cine por los actores, incluso ahora sucede. De hecho, el nombre de Chicho es una trasliteración apenas velada de Hitchcock. Era el anfitrión que se metía en la sala de estar y al que reconocía todo el mundo en la calle. Eso no pasaba con Benito Perojo o Luis Lucia.
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–Tiene usted una ganada condición de perro verde.
–Nunca he buscado ser una rara avis. Incluso lo de rodar bajo el radar no es tanto por buscar el secretismo a lo Kubrick o Nolan, que hacen grandes películas sobre las que todos los demás quieren saber. Yo simplemente no anuncio lo que hago, no pongo guardias de seguridad. El libro también lo escribí en cafeterías, sin anunciarlo. Tiene que ver con apagar todo el ruido de alrededor, con no tener una mirada detrás del hombro, con concentrarte estrictamente en la obra y no en sus teóricas repercusiones. En mantener el proceso tal limpio y en silencio como sea posible. Cada vez creo menos en anunciar las cosas antes de tiempo en un mundo con una memoria de 30 minutos. Solo tiene sentido hacerlo con artefactos como 'Star Wars' o 'Harry Potter', que hay que cebar con mucha anticipación. Hace falta tanta energía para hacer algo que en el fondo es un acto de improbabilidad, que más te vale concentrar toda la energía en la pura creación y no en lo accesorio.
–Asegura que el miedo le guía a la hora de elegir los proyectos.
–Te tienen que dar un poco de miedo, si no estás haciendo algo que ya has hecho o sabes hacer. No es probable que salgas más listo de lo que entras. Si algo no te parece del todo buena idea, seguramente es un lugar interesante para asomarte. Tendrás que mover músculos que no sabías que tenías.
–¿Le gusta el cine que viene?
–La realidad es la que es, puedes decir que te gustan más las velas que la electricidad. Ahora bien, la liturgia del cine te obliga a desplazarte, a encerrarte en una capilla, a apagar el mundo y tener una experiencia colectiva. Eso no sucede en casa. Incluso cuando ves algo muy bueno hay una parte de tu cuerpo que no termina de respetarlo del todo. No deja la misma huella sensorial. En cualquier muro siempre hay una brecha. Hemos tenido visiones derrotistas de las cosas, cada década habla con nostalgia de la anterior y considera que acaba el mundo. Pero lo cierto es que hay grandes películas en los 60, en los 70 y ahora. La vida se abrirá paso, como en 'Jurassic Park'.
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