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Cuatro largometrajes en 35 años de carrera indican que Pablo Berger (Bilbao, 1964) se toma las cosas con calma. De niño, vivía pegado al cine Trueba. Como las voces de los actores se escuchaban en su casa, se pasó meses taladrando la pared con un ... destornillador para ver las películas gratis. Cuando estudiaba Informática en Deusto no se perdía el Festival de San Sebastián. Dormía en pensiones y veía cinco películas al día. Eran tiempos de juergas salvajes en el Bilbao gris y punki de los 80. Berger encontró en el cineclub de la universidad a otro cinéfilo enfermizo, delgadito y con pinta de empollón: Álex de la Iglesia. Juntos devoraron cientos de películas: en sus casas, en la Cinemateca del Museo de Bellas Artes y en las salas de barrio. Rodaron un cortometraje de culto, 'Mama', y Berger, que trabajó en Arthur Andersen, se marchó a Nueva York, donde acabó dando clases de cine y viviendo una década. Allí conoció a su mujer, la fotógrafa Yuko Harami, madre de su hija Aiko y colaboradora en sus películas.
'Torremolinos 73', 'Blancanieves' –ganadora de 10 Goyas– y 'Abracadabra' han demostrado que Pablo Berger es imprevisible. 'Robot Dreams', en cines desde el 6 de diciembre, le ha ocupado los últimos cinco años. Es una película de dibujos animados tradicionales, en 2D, para adultos y para niños, en la que no se escucha ni una sola palabra. Sin embargo, el sonido, obra de Fabiola Ordoyo, que trabajó con Berger en 'Abracadabra' y ganó un Goya por 'As Bestas', es esencial. El sonido de la caótica energía de Nueva York en los años 80, la ciudad que amó el director y en la que viven los protagonistas, un perro y un robot, bautizados con la misma sencillez que desprende el filme: Dog y Robot.
Berger colecciona cómics sin 'bocadillos', esto es, sin diálogos de los personajes. Leyó 'Robot Dreams', de Sara Varon, y lloró, algo que nunca le había pasado con una novela gráfica. La autora, que vive en Brooklyn, no sitúa la acción en una ciudad determinada, pero el director bilbaíno supo que esta historia de amistad y pérdida debía tener como tercer personaje el Manhattan vibrante, sucio y peligroso de los años 80. Al ritmo de 'September', la canción de Earh, Wind & Fire, conocemos a Dog, que intenta paliar su soledad pidiendo un robot que ve en la teletienda y que monta como si fuera un mecano. Pasean, ven la tele juntos y el último día del verano van a la playa en un lugar muy parecido a Coney Island. Robot se oxida tras bañarse en el mar y no puede levantarse de la arena. Allí lo dejará Dog hasta que el próximo verano reabran la playa.
«Lo que hace al cine una experiencia artística única es escribir con imágenes. La cámara, el montaje, la manipulación del tiempo...», defiende Berger, que hizo 'Blancanieves' sin diálogos llevado por su fascinación por el cine mudo. «Pero no quería hacer otra película muda y en blanco y negro. 'Robot Dreams' tiene sonido y mucha música, hay interjecciones, risas, gritos, respiraciones. La experiencia de un filme sin diálogo se convierte en algo sensorial, que le exige estar más atento al espectador. Es soñar despierto, lo que más me gusta del cine: salir de ti, meterte en la pantalla y ser otro».
Berger siembra 'Robot Dreams' de referencias y detalles. Dan ganas de parar la imagen para recrearse en ella. Los más observadores descubrirán infinidad de «huevos de pascua», como los define el director, guiños nostálgicos que van de la lata de Tab y el Naranjito del Mundial a referencias cinéfilas como 'El mago de Oz'. Las omnipresentes Torres Gemelas nos recuerdan que estamos en otro tiempo definitivamente más sencillo, sin móviles, ni redes sociales. Hay que adaptarse al 'tempo' del filme, cuya acción se empantana en su parte central, con ensoñaciones de los protagonistas.
«Hablo de la fragilidad de las relaciones, de cómo superamos la pérdida. Pero también de los pequeños placeres: ir a patinar, comprar un helado, ver una película en televisión... Y en dibujos animados 'old school', a 24 dibujos por segundo», explica Pablo Berger, que ha coordinado a centenares de animadores en estudios repartidos en Pamplona, Barcelona, Madrid y París. Cuatro nominaciones al Goya y una probable presencia en los Oscar dan fe de que estos sueños robóticos son una realidad.
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