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Vietnam ya había tocado a su fin, pero la Guerra Fría que enfrentaba a Estados Unidos con la Unión Soviética aún debía protagonizar un último capítulo. Aquel episodio comenzó en 1975, con el abandono paulatino de los últimos colonos de Angola y el comienzo de ... una guerra civil que enfrentaría fundamentalmente a dos facciones -la MLPA, apoyada por los soviéticos, y la FNLA, amparada por los estadounidenses-, durante la friolera de 27 años. Testigo de toda aquella barbarie fue el periodista y fotógrafo Ryszard Kapuściński (Pinsk, 1932; Varsovia, 2007). El escritor, obsesionado con poner nombre a las víctimas y a los protagonistas de aquella historia, plasmó aquellas jornadas de caos y confusión en 'Un día más con vida' (1976), la que siempre consideró como su mejor obra y la más personal.
Ahora, el cineasta navarro Raúl de la Fuente, junto a Damien Nenow, ha puesto imágenes a aquel periplo en una cinta de animación homónima, una película de aventuras que sigue el intrincado viaje que realizó el reportero polaco por Angola para contar la noticia. Se estrena el 26 de octubre. «Optamos por este libro porque tenía una estructura muy cercana al guión cinematográfico -explica el realizador-. Era una historia magnífica, con una cuenta atrás trepidante y en plena Guerra Fría, con EE UU y la URSS luchando por el control del mundo». A ello había que sumar elementos tales como la presencia de niños soldado, de cubanos, de la CIA, Fidel Castro, Henry Kissinger, comandantes que cambian de bando... «Tenía todos los ingredientes necesarios para crear una película de aventuras protagonizada por Kapuściński», asegura De la Fuente.
El argumento pone el foco en la obsesión que persigue al protagonista durante todo el filme: bajar al sur de Angola, donde parece que se decidirá la última batalla. Allí sigue dando guerra el comandante Farrusco, antiguo miembro de la división de paracaidistas de élite de Portugal, que decide cambiar de bando y se encuentra al mando de un pequeño destacamento. En su viaje, Kapuściński conocerá a varios personajes que sirven de hilo conductor a la historia y articulan un relato en el que se mezcla la ficción basada en los hechos reales y el documental. Ni siquiera De la Fuente se atreve a insertar la cinta en un solo género: «Se me ocurrió la palabra 'animentary' -mezcla de animación y documental-, pero yo diría que es una ficción muy basada en hechos reales y con elementos de documental».
En efecto, el largometraje, salpicado con las fotografías que Kapuściński realizó del conflicto, no duda en abandonar la animación y mostrar imágenes reales cuando quiere exponer la realidad actual de los supervivientes. Es un juego de contrastes. Por un lado, la parte animada, de colores calidos y con un look de novela gráfica, busca retratar «el nacimiento de África y el fin de la colonización, una época luminosa, romántica y llena de ideales». En este sentido, la captura de movimientos de actores reales logra dar verosimilitud a la cinta y hace que el espectador «empatice más con los personajes». Por el otro, la imagen real sirve para mostrar a estos protagonistas en el ocaso de sus vidas y, en cierta medida, desencantados con una Angola que ha sufrido mucho.
De hecho, la película trata de dar respuesta a una pregunta que el propio Kapuściński se hizo al terminar la guerra: ¿qué había sido de aquellas personas con las que convivió durante su estancia en Angola? «Nosotros seguimos con ellas las huellas de Kapuściński -explica De la Fuente- y bajamos de nuevo al sur del país». Son estos protagonistas los que con su narración ayudan a explicar no solo la figura del escritor, sino también el conflicto. Reflexiones sobre la vida y la muerte, las oportunidades perdidas o sobre el trabajo de los reporteros de guerra, una tarea tan denostada como necesaria, trufan un relato lleno de autenticidad. «Aquí perdí la paz para siempre e infringí mi código profesional», llega a decir el periodista portugués Artur Queiroz al recordar una carretera sembrada de cadáveres en la que tuvo que empuñar un arma y, por lo tanto, tomar parte.
Conscientes de que la estética del filme es rompedora, tanto De la Fuente como la productora de la película, Amaia Remírez, optaron por un guion profundamente clásico. «Buscábamos algo lleno de ritmo y trepidante. Queríamos convertir al espectador en copiloto de Kapuściński en la guerra de Angola».
Pese a la obsesión del periodista de poner nombre a las víctimas y de dar la voz a los desfavorecidos, han pasado cuarenta años y África continúa siendo el continente olvidado por un mundo que da la espalda a sus emigrantes. «Kapuściński no se sentiría muy feliz de ver la Angola de hoy y me siento triste de que no esté para contarlo», concluye.
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