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'El plan' es un título que suena a thriller y esa es la expectativa del espectador cuando arranca el tercer largometraje de Polo Menárguez. Estamos en un piso de un barrio periférico y proletario de Madrid, donde el personaje de Antonio de ... la Torre espera a dos amigos, excompañeros en la empresa de seguridad en la que trabajaban como vigilantes antes de ser víctimas de un ERE. Es un tiquismiquis nervioso, explosivo y gruñón, que parece el cerebro del plan que se disponen a cumplir: ¿atracar la empresa?
Chema del Barco, el único que repite personaje de la función teatral que triunfó en el 'Off Madrid', arrastra desencanto manso y es proclive a filosofar. El tercero llega tarde: Raúl Arévalo es el más joven del grupo, un tarambana porrero que parece nacido para convocar el desastre. Al poco tiempo de la escasa hora y cuarto que dura 'El plan' entendemos que no estamos ante una intriga de atracos.
Tal como ocurría en 'El ángel exterminador', los protagonistas nunca terminan de abandonar la casa. Siempre ocurre algo que les retiene. Si entonces Luis Buñuel se sirvió del absurdo para mostrar la descomposición de una clase social, Polo Menárguez masajea al espectador en los primeros compases para abofetearle y provocarle escalofríos en el último tramo. Los diálogos trufados de naturalidad oscilan entre lo banal y lo trascendente, entre la rabia de unos desheredados y la asunción de la fatalidad de la clase obrera. 'El plan' salta del chascarrillo a la crónica de sucesos impulsada por tres intérpretes soberbios.
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