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Matteo Salvini irrumpe en todos sus mítines a los sones del 'Nessun dorma' de 'Turandot' cantado por Luciano Pavarotti. Cuando el tenor de Módena falleció en 2007 a los 71 años a causa de un cáncer de páncreas diagnosticado demasiado tarde, Italia le dedicó ... un funeral digno de un jefe de Estado, con aviones dibujando la bandera tricolor en el cielo. Pavarotti fue el 'tenor del pueblo', un cantante lírico con estatus de estrella del rock y la caricatura del italiano excesivo y hedonista. Cuando estaba de gira en Estados Unidos repetía tres veces el buffet del desayuno.
«Siempre viajaba con treinta maletas que contenían todo su mundo, incluyendo la comida: jamones enteros, tortellini y parmigiano», desvela su segunda mujer Nicoletta Mantovani en el documental firmado por Ron Howard que llega a los cines el 10 de enero. El director ganador del Oscar por 'Una mente maravillosa' traza, rendido al mito, un retrato biográfico del cantante de ópera más célebre de todos los tiempos, con permiso de Enrico Caruso. El tono hagiográfico se impone en un filme que ha contado con grabaciones caseras cedidas por la familia. Mantovani, a la que Pavarotti conoció cuando era una estudiante de 23 años y él tenía 57, estará en Madrid para promocionar un filme que entusiasmará a los amantes del bel canto.
En cuanto a la verdadera personalidad del tenor hay que buscarla entre la avalancha de imágenes y la irresistible música de 'Pavarotti'. Aquel niño que pasó dos semanas en coma a los 12 años a causa del tétanos pronto se midió con su padre, un panadero que cantaba en la iglesia y que tenía todavía mejor voz que él. Luciano fue maestro de escuela y vendió pólizas de seguros hasta que se dejó arrastrar por su vocación, alimentada por una madre que le había pagado las clases de canto. En 1961 debutó en el teatro de la ópera de Reggio Emilia como Rodolfo en 'La bohème'. Cuando cinco años más tarde pasma al mundo desde el Covent Garden con los nueve do de pecho de 'La hija del regimiento', ya es un hombre casado y con tres hijas.
«A papá le encantaba estar rodeado de mujeres», describe en el filme una de las hijas, mientras su primera esposa, Adua Veroni, mantiene la expresión de haberse tragado muchos sapos: «Me decían que me era infiel pero nunca me lo quise creer. Hasta que descubrí que me engañaba», reconoce.
La cinta de Ron Howard incluye el testimonio de la soprano estadounidense Madelyn Renee, alumna y amante del maestro durante años, también presente en su funeral. Italia nunca le perdonó al divo que fuera infiel a la 'mamma' de sus hijas con Mantovani, su secretaria 34 años más joven. Las fotografías juntos bañándose en una playa de las Barbados revelaron un idilio que tiró la imagen del tenor por los suelos. Como el Vaticano no le permitió casarse en una iglesia, lo hizo en el teatro de Modena. Volvió a ser padre a una edad en la que el común de los mortales es abuelo.
Las miserias personales de Pavarotti se esfuman cuando el inimitable timbre de su voz atrona en la pantalla. «Luciano hacía que cantar pareciera fácil», cuenta Plácido Domingo, que recuerda a su amigo junto a astros como José Carreras, Zubin Mehta, Bono, Lang Lang y Angela Gheorghiu. El apetito insaciable en la mesa de Pavarotti iba acompañado de un hambre voraz de éxito. Para unos hizo más que nadie para popularizar la ópera con sus colaboraciones con U2 y con el celebérrimo disco de 'Los tres tenores' con motivo del Mundial de Fútbol en Italia en 1990 y la posterior gira mundial; para los más críticos aparcó su carrera lírica y se dedicó al show business bajo la coartada de la beneficencia. Sus imágenes junto a Lady Di en el documental revelan la complicidad entre dos de los personajes icónicos de los años 90.
«Quizá no haya sido el padre que quería ser», admite Pavarotti ante la cámara de vídeo de Nicoletta Mantovani en un raro momento de recogimiento y reflexión para un hombre que no parecía saber estar solo. Al inicio del filme, como si se tratara de 'Apocalypse Now', le vemos remontar un río como si fuera a la búsqueda del coronel Kurtz. Es el Amazonas y su destino el alucinante teatro erigido durante la Belle Epoque en Manaos, en pleno corazón de la jungla. Pavarotti sabe que Caruso actuó allí un siglo atrás. Consigue que se lo abran y canta para tres o cuatro personas de su séquito en un patio de butacas vacío. Ser testigos de ese momento es uno de los regalos del filme.
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