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Cinco años ha empleado Pablo Berger (Bilbao, 1963) en sacar adelante 'Robot Dreams', la historia de amistad entre un perro y un robot rodada en dibujos animados en dos dimensiones y sin una sola palabra. El autor de 'Torremolinos 73', 'Blancanieves' y 'Abracadabra' adapta un ... cómic de la estadounidense Sara Varon que le permite recrear el Nueva York de los años 80, la ciudad en la que vivió durante una década y en la que conoció a su mujer y cómplice creativa, Yuko Harami.
Estrenada en Cannes y Annecy, 'Robot Dreams' pasará este mes por Toronto y Sitges antes de llegar a los cines españoles el 6 de diciembre. La distribuidora Neon, que consiguió cuatro Oscar para 'Parásitos', ha comprado los derechos del filme y afronta una campaña americana que podría culminar en la nominación de película de animación para el cuarto largo del director bilbaíno.
–¿Qué vio en la novela gráfica de Sara Varon para querer llevarla al cine?
–El final me conmovió. La historia me atrapó, los protagonistas tenían una verdad y una ternura maravillosas. Sorprendentemente, los personajes eran un perro y un robot y el resto seres antropomórficos.
–Vivió durante diez años, todos los 90, en Nueva York. Allí conoció a su mujer, Yuko Harami.
–Fui con una beca de la Diputación de Bizkaia a estudiar un Máster de cine en la New York University. Allí conocí, me casé con Yuko y empezamos a colaborar juntos. Dejé de vivir con mis padres en Bilbao, mi habitación llena de pósters y enciclopedias de cine, para independizarme en una ciudad que era el centro del mundo en 1990. Un tiempo preinternet y preglobalización. Nueva York era la ciudad donde estaban pasando cosas y el mundo del cine vivía una explosión. Estudié en una de las escuelas de cine más prestigiosas del mundo, por la que pasaron Scorsese, los hermanos Coen, Spike Lee, Jim Jarmusch... Un sueño hecho realidad. Aprendí un oficio durante cuatro años formándome en todos los aspectos: escribes, ruedas, diriges, montas... Y la ciudad me enamoró de tal manera que nos quedamos una década. El guion de 'Torremolinos 73' lo escribí en Nueva York, durante mucho tiempo pensé en rodarla allí.
–¿Qué diferencia hay entre el Nueva York actual y el que usted conoció?
–Muchísima. Cuando hablamos de Nueva York hablamos de Manhattan. El apartamento del East Village en el que vivía hoy habrá quintuplicado su precio. En Manhattan ya no pueden vivir los artistas y los estudiantes. Podías ver conciertos maravillosos en el CBGB, tenías videoclubes que eran como cinematecas... Descubrí montones de directores. La libertad sexual y de todo tipo reinaba... Me encontré una ciudad libre. Fue posiblemente una de las décadas más felices de mi vida.
–En 'Robot Dream' no aparecen seres humanos ni se escucha una palabra. ¿Era un reto?
–Lo que hace al cine una experiencia artística única es escribir con imágenes. La cámara, el montaje, la manipulación del tiempo... Desde muy joven me atrajo el cine mudo y por eso hice 'Blancanieves', donde disfruté tanto y me dio tantas alegrías que tenía ganas de repetir. No quería hacer otra película muda y en blanco y negro. 'Robot Dreams' tiene sonido y mucha música, hay interjecciones, risas, gritos, respiraciones. La experiencia de un filme sin diálogo se convierte en algo sensorial, que le exige estar más atento al espectador. Es soñar despierto, lo que más me gusta del cine: salir de ti, meterte en la pantalla y ser otro.
–Es cierto, en una película sin diálogos estás mucho más atento, hay un nivel de concentración superior.
–Ahora hay espectadores en las salas con el móvil. Si lo hacen viendo 'Robot Dreams' se van a perder la historia. Si entras en el viaje hipnótico la experiencia es mucho más satisfactoria.
–Siembra la cinta de referencias y detalles, dan ganas de parar la imagen para recrearse en ella.
–Una de las razones por las que hago cine es mi amor al cómic. Viví la explosión de los 80 de adolescente: 'Metal Hurlant', 'Makoki', 'Cairo', 'El Víbora'... Quería convertir viñetas en cine, y para eso necesitaba el apoyo de José Luis Ágreda, director de arte y un gran dibujante. Quería que la película se viese como un cómic, con movimientos de cámara sencillos y todo siempre en foco. Ojalá la gente vaya a ver 'Robot Dreams' dos o tres veces, porque hay mucho amor por el detalle y un montón de homenajes. Creo en el cine que no excluye, y esta fábula fantástica tiene muchas capas para todo tipo de públicos, desde el niño al cinéfilo.
–Es una historia de amistad donde hay nostalgia por un tiempo más sencillo y una reivindicación de los placeres cotidianos: un paseo, un día de playa...
–Sin duda. Habla de la fragilidad de las relaciones, de cómo superamos la pérdida. Pero también de los pequeños placeres: ir a patinar, comprar un helado, ver una película en televisión... Y en dibujos animados de los de antes, 'old school', en 2D, 24 dibujos por segundo. Hay una magia en el cine de animación: unos puntitos en la pupila de los ojos te hacen creer que es real.
–Cinco años de trabajo y estudios en Pamplona, Barcelona, Madrid y París.
–Un equipo internacional de guerrilleros, porque hay muy pocos animadores 2D, se mueven de proyecto en proyecto. Si el rodaje de una película mía de imagen real suele ser de dos meses, 'Robot Dreams' ha durado veinticuatro. Antes estuve un año dibujando el 'story board'. Y tras el rodaje, otros seis meses de composición, de integrar los dibujos con los fondos. Han sido cinco años de mi vida.
–Ha hecho cuatro largometrajes en veinte años. Lleva a gusto su condición de perro verde en el cine español.
–En el buen sentido, ja, ja. Ha sido sin buscarlo, ya el primer corto, 'Mama', iba a contracorriente. Me costó levantar mis primeros proyectos. Y me siento cómodo haciendo una película cada cinco años, tengo suerte con unos productores que me dan carta blanca y me miman. Esperan que les sorprenda. Y me gusta que los espectadores se pregunten: ¿qué habrá hecho esta vez? Quiero que mi cine tenga emoción, humor, sorpresa, música y una historia de amor.
–Todas sus películas transcurren en el pasado. ¿Se lo ha hecho mirar?
–No soy nada nostálgico. No hago historias que pasen en el presente, de acuerdo. Tendré que autoanalizarme, tal vez es que la poética visual del cine me interesa mucho y disfruto en la dirección artística. El cine es una gran máquina del tiempo, la realidad ya la vivimos cuando salimos de la sala.
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