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Fue la mujer más deseada en los años 40. El rostro de Hedy Lamarr (Viena, 1914. Florida, 2000) inspiró la Blancanieves de Disney y la Catwoman de los cómics. Antes de triunfar en Hollywood protagonizó con 19 años 'Éxtasis', donde aparecía desnuda e interpretaba ... el primer orgasmo femenino de la historia del cine en una película no pornográfica. El Papa denunció el filme y Hitler se negó a proyectarlo. Su condición de icono sexual, sus múltiples divorcios, los estragos de la cirugía estética en sus últimos años, su dependencia de las pastillas y hasta una detención por robar en unos grandes almacenes marcaron la vida de Lamarr, a la que nunca se la tuvo por una gran actriz.
Objeto de parodias, como su compañero en 'Sansón y Dalila', Victor Mature, Hedy Lamarr fue decisiva en la victoria aliada en la II Guerra Mundial. Así como suena. Sin ella, no existiría la técnica pionera de los saltos de frecuencia que permitió a la Marina detectar los submarinos alemanes. Ni el wifi, el sónar, el GPS ni el bluetooth. «Cualquier chica puede parecer glamurosa, todo lo que tiene que hacer es estarse quieta y parecer estúpida», reflexiona la actriz en la cita que abre 'Bombshell: La historia de Hedy Lamarr', un documental estrenado en la plataforma Filmin que reivindica la faceta inventora de una mujer que ofreció sus patentes al Ejército americano a cambio de nada y que luchó durante toda su vida por ser valorada más allá de su físico.
La directora Alexandra Dean ha contado con abundante material de archivo y el testimonio de los hijos de la actriz. La base del filme son las propias declaraciones de Lamarr contenidas en una larga entrevista concedida a un periodista de 'Forbes' hace años, cuyo padre científico le puso en la pista de los méritos ocultos de la estrella. «Siempre me consideraron estúpida. Y yo ni siquiera me veía guapa», se escucha en las cintas. Directores como Mel Brooks y Peter Bogdanovich y la actriz Diane Kruger también hablan sobre una precursora de tecnologías modernas a la que nadie tomó en serio. En unas imágenes aparece ya madura en un 'talk show' junto a Woody Allen. Quiere hablar del libro que ha escrito «sobre cosas que nunca han salido» de ella, pero los invitados siguen viéndola como mero objeto de deseo, una bomba sexual ya ajada.
Hedwig Eva Maria Kiesler nació en la Viena de 1914 en el seno de una rica y culta familia judía. Su padre, director de banco, le transmitió la curiosidad por el funcionamiento de los aparatos. Ya de niña desmontaba pequeños autómatas y los volvía a recomponer. Siempre quiso dedicarse a la ciencia, pero su belleza sobrenatural marcaría su destino. A los 19 años se casó con el magnate Fritz Mandl, 14 años mayor que ella. Un fabricante de armas aliado de los nazis cuyos celos coartaban cualquier atisbo de libertad para su esposa. Tras el escándalo de 'Extasis', intentó comprar todas las copias disponibles del filme para destruirlas.
Hedy Lamarr escapó del nazismo en bicicleta, vestida de criada y con sus joyas cosidas en el forro del abrigo. Cuando vio en el cine al león de la Metro se dijo a sí misma: «Yo quiero estar ahí». A bordo del trasatlántico 'Normandía' coincide con Louis B. Mayer sin saber una palabra de inglés. Se pone su mejor vestido y deslumbra al todopoderoso director del estudio, que le ofrece un contrato por 125 dólares a la semana. La mujer de Mayer le cambia el nombre allí mismo, en alta mar, (de ahí lo de Lamarr). 'Argel' en 1938 junto a Charles Boyer, que había quedado prendado de ella en una fiesta, la convierte en la sensación en Hollywood. Trabaja con Clark Cable y James Stewart. Todas las mujeres se peinan con raya en medio como ella. Todas quieren ser Hedy Lamarr.
Chaplin, Picasso, Orson Welles, Billy Wilder… La actriz conoce a las personalidades más relevantes de la época y enlaza un idilio tras otro. Desde un jovencísimo Kennedy al magnate Howard Hughes, con quien perfecciona la aerodinámica de los aviones tomando como referencia los peces y las aves. Lamarr inventaba por las noches, en casa. Ya fuera una pastilla que al disolverse en agua daba como resultado Coca-Cola o la técnica de los saltos de frecuencia para guiar por radio los torpedos, desarrollada junto a uno de sus maridos, el compositor George Antheil. Hollywood le pagaba haber cambiado el curso con la guerra con papeles de chica sexy. «Siempre me han considerado una mala actriz. Yo he actuado más en la vida que en la pantalla», confiesa en el filme.
El desánimo se tradujo en la consideración de actriz difícil para ahuyentar a los directores. Lamarr vendió millones de dólares en bonos de guerra, pero el Gobierno nunca le pagó su patente al considerarla extranjera. Combatió el ostracismo produciendo sus propias películas, algo insólito en los años 40, pero se arruinó. Las anfetaminas que los estudios proporcionaba a sus estrellas le acabaron pasando factura en la madurez. Entre otras perlas de su comportamiento errático figura enviar a un juzgado a una doble suya para testificar en un juicio de divorcio.
Desfigurada tras múltiples cirugías estéticas en su rostro, Hedy Lamarr acabó sus días sobreviviendo gracias a una ayuda de 300 dólares mensuales del sindicato de actores. «Mi rostro es una máscara que no puedo quitarme. Estoy obligada a vivir con él y lo maldigo», lamentaba. En 1997, la Electronic Frontier Foundation enmendó el olvido y le concedió el Premio Pionero por haber contribuido al bienestar de la sociedad. Según el documental, el valor de mercado de su invento, sin el que no existirían los smartphones, se estima en 30.000 millones de dólares.
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