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Era solo cuestión de tiempo que Pedro Almodóvar rodara un largometraje en inglés. Tras sus dos cortometrajes en este idioma, 'La voz humana' y 'Extraña forma de vida', el director manchego se puede decir que ha dado el salto a Hollywood con mayúsculas, arropado por ... dos estrellas como Julianne Moore y Tilda Swinton. 'La habitación de al lado' (The Room Next Door' en su título internacional) compite en Venecia y llegará a las salas el 18 de octubre, poco después de que su autor reciba el Premio Donostia en el Festival de San Sebastián.
El derecho a irse de este mundo eligiendo el momento cuando la enfermedad hace ya imposible vivir con dignidad es el gran tema de una cinta seca y contenida en lo emocional, como viene siendo habitual en su último cine. 'Cuál es tu tormento', novela de la neoyorquina Sigrid Nunez editada entre nosotros por Anagrama, inspira el guion de una película correcta, que va de menos a más, y que cumple con nota la aventura americana, aunque no figurará entre las grandes obras del autor de 'Hable con ella'.
La preciosa librería Rizzoli en Broadway es la puerta de entrada a este melodrama de 110 minutos, que en sus primeros compases nos remite a los ambientes intelectuales y sofisticados de Manhattan en los que Woody Allen emplaza sus cuentos morales. Por un lado resulta evidente que estamos ante una película de Almodóvar: una bonita habitación de hospital lleva el sello de su dirección artística y de la suntuosa banda sonora de Alberto Iglesias; por otro, falta el humor y los apuntes costumbristas con los que el director retrata España con agudeza.
Julianne Moore encarna a una escritora de autoficción que se entera mientras firma libros de que una antigua amiga a la que hace años que no ve está muy enferma. Así que decide retomar el contacto con la periodista a la que da vida Tilda Swinton, una reportera de guerra que cubrió conflictos para el 'New York Times' y que ahora libra una batalla contra el cáncer de cérvix. Por cierto, el propio Almodóvar en boca de su personaje arremete contra este lenguaje entre bélico y deportivo, en el que las 'luchas' contra enfermedades terminales se ganan o pierden. Como si morir significara que no se ha peleado lo suficiente.
La escritora acaba de publicar un libro sobre la muerte, pero intuimos que no sabe demasiado sobre ella. El personaje de Swinton le pide, por favor, que la acompañe en el tránsito hasta su último suspiro. El tratamiento experimental al que se somete no da los frutos esperados. «La supervivencia es una decepción cuando ya te has preparado para irte», le espeta. Planea tomar una pastilla que ha adquirido en la Dark Web. Y ruega a su amiga que la acompañe en ese proceso de eutanasia. Que esté en la habitación de al lado.
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Oskar Belategui
Almodóvar acumula demasiada información en la primera hora de metraje para retratar a estas dos supervivientes del Nueva York salvaje de los años 80. Una habla (Swinton) y otra escucha (Moore). La enferma no mantiene contacto con su hija, a la que tuvo muy joven y que trabaja como agente de concertistas de música clásica. «Nunca fui lo que se espera de una madre. Nunca le interesé como tal», confiesa. Una serie de flashbacks que rompen el ritmo del filme y resultan artificiales nos ayudan a completar el dibujo de una mujer que vio cómo el padre de su hija regresaba traumatizado de la guerra de Vietnam.
'La habitación de al lado' se antoja en este primer tramo como una cinta demasiado literaria, en el sentido de que sus personajes cuentan historias de su vida y utilizan unos diálogos con aroma a escrito y no dicho. Tipo «en la pubertad ya había creado un abismo de rencor entre nosotras» o «no debería haber sucumbido a falsas esperanzas». La muerte del padre en el incendio de una casa en Montana y los bombardeos sobre Bagdad aparecen como digresiones del pasado y permiten comprobar el buen inglés de Victoria Luengo, Juan Diego Botto y Raúl Arévalo en sus breves apariciones.
La cinta se asienta, sosiega y crece muchos enteros cuando las protagonistas se desplazan a una espectacular casa en Woodstock, a las afueras de Nueva York (en realidad es El Escorial). Allí el personaje de Tilda Swinton podrá «marcharse con un poco de dignidad, limpia y seca». Almodóvar salpica siempre sus películas de referencias y esta no es una excepción. 'Te querré siempre', de Roberto Rossellini, y, sobre todo, el final de 'Dublineses (Los muertos)', la película testamentaria de John Huston, que dirigió en silla de ruedas y asistido con oxígeno, resulta fundamental en su melancolía y añoranza del recuerdo de una vida.
La pintura de Edward Hopper 'Gente al sol' y su singular tristeza también es esencial en un filme donde la lista de libros y escritores que aparecen o se citan es larga: Martha Gellhorn, Marie Colvin, Janine di Giovanni y 'Erotic Vagrancy' (biografía sobre Elizabeth Taylor y Richard Burton). La pintura de Maruja Mallo, la fotografía de Cristina García Rodero y el arte de Louise Bourgeois también se cuelan entre las imágenes del director de fotografía Eduard Grau, que trabaja por primera vez con el cineasta.
Almodóvar no es ajeno a los obstáculos legales que todavía dificultan la eutanasia y su postura ante la vida enriquece la narrativa de Sigrid Nunez. A través de la figura de los carmelitas en la guerra defiende que el sexo es una de las mejores maneras de luchar contra la idea de la muerte. El autor de '¿Qué he hecho yo para merecer esto?' no comprende esta época en la que un monitor de gimnasio no puede tocar a su alumno y hasta incluye en el filme un alter ego, encarnado por John Turturro. Un escritor que 'suelta el mitin' y reconoce haber perdido la fe en el activismo y en el poder del arte para cambiar las cosas, lamentando el auge de la extrema derecha y el triunfo del neoliberalismo.
Pedro Almodóvar puede estar satisfecho. 'La habitación de al lado' no realiza concesiones pese a su idioma y su reparto hollywoodiense. Es una obra de madurez, grave y sentida, con dos actrices excelsas que entienden perfectamente el universo del realizador y se abandonan en sus manos. A los 74 años, Almodóvar ha elegido el momento para hablar con serenidad de la muerte, sin desdeñar la dimensión política de la eutanasia. Lo que ocurre es que nos faltan las raíces de sus criaturas. No es lo mismo una casa de diseño en Woodstock que el piso de la madrileña Plaza del Alamillo que Marisa Paredes compraba en 'Tacones lejanos', la casa donde nació. Entonces su inspiración fue el viaje del padre del realizador de Extremadura a La Mancha enfermo de cáncer, para morir en el mismo lecho donde vino al mundo.
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