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Gustavo Zerbino (Montevideo, 1953) pertenece al club más exclusivo del mundo: el de los 16 supervivientes del accidente aéreo de los Andes en 1972, que Juan Antonio Bayona ha llevado al cine en 'La sociedad de la nieve' (actualmente en cines y el 4 de ... enero en Netflix) . «Somos un grupo de pertenencia, más que hermanos. Nadie puede entender lo que pasó, ni nosotros mismos», contaba a EL CORREO en el pasado Festival de San Sebastián.
Zerbino tenía 19 años, jugaba al rugby en los Old Christians de Montevideo y era uno de los 45 pasajeros a bordo del avión de la Fuerza Aérea Uruguaya que se estrelló camino de Chile en un glaciar de la cordillera andina a 4.000 metros de altura. Estuvieron 72 días con temperaturas de 40 grados bajo cero. Heridos y desnutridos, recurrieron a la carne helada de sus compañeros muertos para sobrevivir hasta que llegaron los servicios de rescate.
Gustavo Zerbino perdió 40 kilos, pero diez meses después ya volvía a jugar al rugby. Padre de seis hijos, ha trabajado como alto cargo de la industria farmacéutica y ha sido dirigente de la federación de rugby uruguaya. Ha contado tantas veces lo que pasó que sabe cómo atrapar a quien escucha el relato de un milagro.
–¿Fue así?
–Yo no te lo puedo decir, ni tampoco ningún otro superviviente. Somos dieciséis, tendríamos dieciséis versiones sobre la misma realidad. Porque una cosa es la realidad y otra la percepción que tenemos de ella. Sí te puedo asegurar que la realidad colectiva, la vivencia del equipo, las situaciones que atravesamos y las emociones que sentimos están en la película. Bayona logra la magia de hacer vivir al espectador lo que nosotros sentimos y habíamos olvidado. Cuando vimos la película lo volvimos a sentir. Sobre nosotros han hecho tres películas, pero ninguna con la intensidad y la genialidad de esta.
–¿Su percepción de lo que pasó ha ido cambiando con el tiempo?
–Cambia todos los días. El que dice 'esto fue así' es que es un pelotudo. A los 18 sos incendiario y a los 40 bombero, la misma persona va evolucionando y contemplas la vida de diferentes perspectivas. No cambia el mundo, cambias tú. Las visiones de lo que pasó son distintas. Los que salieron del avión por un lado tenían las piernas rotas y miraban hacia donde salía el sol; los que podíamos caminar estábamos en otro lado, donde elaborábamos planes e intercambiábamos ideas. En un sitio había silencio y en el otro movimiento. Y los que estaban dentro del avión, colgados de hamacas, vivían otra realidad. Es muy difícil contar la misma película cuando hay tantas películas.
–Hay un momento en la película, con un alúd que parece que no acaba, en el que te preguntas qué más les puede pasar. El ser humano hace todo lo posible por sobrevivir.
–Es al revés. La única certeza que tenemos es que nos vamor a morir, pero vivimos como si fuéramos inmortales. Negación y autoengaño. En la cordillera, la única certeza que teníamos es que nuestros amigos estaban muertos. Eran estatuas de hielo. Si yo no hacía algo, en media hora iba a ser otra estatua de hielo. Para vivir, había que hacer algo distinto, pero no sabíamos qué. No había manual, nadie lo había explicado porque nadie lo había vivido. En esa adversidad total se despierta la creatividad. En ese puchero existencial que íbamos viviendo surgían cosas como burbujas, que unos imaginaban y otros descubría por ensayo-error.
–Cuénteme el alud.
–Yo estaba sentado con la espalda hacia Argentina cuando vino. Era de noche y en un segundo me cubrió metro y medio de nieve. Me quise mover y estaba rodeado de cemento. Toqué con los codos a (Gustavo) Nicolich y estaba muerto. Sentí una gran impotencia y el corazón parecía que me iba a explotar. Los pulmones no encontraban aire. En esa desesperación, una voz interior me dijo: Tranquilo. Mi diálogo interior en ese segundo fue que si Dios me invita a una fiesta –y yo creo en Dios–, no puede envenenarme la comida. En vez de asustarme de la muerte, me entregué a vivirla. El miedo y el dolor son contracción, aumentan la frecuencia cardíaca. Cuando me relajé y me entregué a vivir la vivencia, razoné. Al salir de la panza de mi madre fui un ser nuevo. Ahora, mi alma iba a salir del envase de mi cuerpo. Todo esto en un segundo. Vi imágenes gratificantes de mi vida hasta entonces, como si estuviera sentado en la primera fila de un cine. Y en ese momento, pasó lo que pasa los lunes cuando suena el despertador. Carlitos Páez llegó a mí escarbando y me encontró muerto. Gritó ¡Gustavo! y abrí los ojos. Carlitos me estaba pisando la cara y le mordí. ¡Pero si estabas muerto! Entonces éramos 27 personas en la oscuridad más absoluta, respirando 60 centímetros de aire desde el hielo al techo del avión. Tres días y tres noches. Fueron siglos allí. Encendías un mechero y la llama se apagaba porque no tenía aire. Nadie hablaba, no hubo un grito de desesperación. ¿Cómo mantuvimos la calma?
–'La sociedad de la nieve' huye del morbo al abordar las escenas de antropofagia.
– Fue un pacto de amor. La muerte era lo único que nos esperaba si no hacíamos nada. Para vivir era necesario hacer cosas que nadie había hecho nunca, y decidimos vivir. La película captura la dimensión humana. Cómo nos mirábamos, cómo nos abrazábamos. Nos tocábamos mucho en la nieve. Las personas son una pequeña estufa de 37 grados, y si descienden de 35 grados, hipotermia. Los cuerpos, si se golpean y se rozan, se mantienen vivos. Y nosotros jugábamos a rugby, no teníamos miedo al contacto, darnos golpes formaba parte de nuestra relación.
–Ha dedicado su vida a contar lo que pasó.
–Mi vida es una actuación, procuro hacerlo de la mejor manera. Hago lo que me gusta, y a veces me pagan. La mayoría de cosas que hago es por vocación de servicio. Soy muchas cosas. Presidente de la industria farmacéutica internacional desde hace 25 años sin cobrar nada. Trabajo en una multinacional de salud vegetal y animal, fui cuarenta años presidente de la Unión de Rugby de Uruguay. De la cordillera volvimos cinco jugadores, murieron veintinueve. Y aquel año salimos campeones. Fui campeón de motocross en 125 y de polocross. Mi vida es una locura permanente de desafiar el estatus quo. Me divierto todos los días y tengo el horario que quiero. Desde 2008 voy a los cárceles a enseñar rubgy como herramienta de transformación para los presos y también soy instructor de yoga. Hago miles de cosas, todos los días tengo ganas de aprender.
–Fue el último en abandonar el escenario del accidente.
––No quería irme de la montaña. Fui el último porque tenía una sensación agridulce, no quería abandonar ese lugar donde habíamos aprendido tantas cosas. El mundo nos había abandonado y dado por muertos, pero nosotros construimos un sitio, una sociedad de la nieve donde vivir un día más, una semana, un mes, un segundo.
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