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Probablemente el cineasta nipón Takashi Miike ya ha dirigido una nueva película o serie en el poco tiempo que llevamos de año. Su inabarcable filmografía no para de crecer mientras respiramos, aunque no todas sus creaciones llegan a estrenarse en nuestro circuito de exhibición ... comercial convencional. 'First Love', su mejor película en tiempo, visita las salas gracias a su buena acogida en Cannes, Toronto y San Sebastián, donde participó en la sección Zabaltegi, dejando claro la apuesta del festival por el cine de género.
El responsable de la sobria '13 asesinos' y de delirios impagables como 'Gozu' o la saga 'Dead or Alive' retoma su gusto por el thriller, muy presente en su carrera, para ofrecer al público desprejuiciado un clímax constante a lo largo de casi dos horas de metraje que no renquea en ningún instante. La acción, para nada agotadora, transcurre en una sola noche en Tokyo. En sus calles se cruzan una serie de personajes que pretenden quedarse con un alijo de droga, la excusa perfecta para que un simple enredo vaya creciendo como una bola de nieve cayendo por la pendiente. La yakuza hace acto de presencia, también las triadas chinas, algún yonqui y un agente de la ley corrupto que se topa con el joven boxeador protagonista, un pobre incauto al que han diagnosticado un tumor maligno en la cabeza. Como no tiene nada que perder, decide ayudar a una chica en peligro. La pareja por accidente es el centro neurálgico de una espiral de violencia sin límites.
'First Love' reúne todos los tics habituales del cine de Miike, siendo una de sus propuestas más comerciales. Contenido a ratos, siempre ordenando el caos, también se explaya desatado cuando toca, manteniendo el ritmo en todo momento. La galería de personajes esperpénticos, marca de la casa, es razón más que suficiente para dejarse llevar por la locura y el non sense, especialmente en el tramo final, donde cada giro va acompañado de un borbotón de sangre. Afinando su retorcida imaginación, fiel a su sentido del espectáculo, llega a resolver una escena de acción de un coche volando por los aires mediante una colorista secuencia de animación que no rompe el tono.
La falta de medios nunca frena el paso al director japonés, para el que los actores se mueven en algunas imágenes como si fuesen cartoons. La ultraviolencia va in crescendo, retando a los estómagos débiles, aunque no llega a los extremos de sus primeras obras de culto ('Audition' e 'Ichi the Killer', sin ir más lejos). Calificado en más de una ocasión con acierto como «un género en sí mismo», el estreno que nos ocupa se revela como otra prueba más de tan osada definición.
No dejar indiferente al espectador es una importante virtud en la carrera del hiperactivo realizador oriental. Miike no da especial importancia al género o al presupuesto a la hora de rodar. Amante del cine de Paul Verhoeven, con 'Starship Troopers' a la cabeza, cintas como 'Fudoh: The Next Generation', donde una mujer dispara dardos letales con la vagina, o la mentada trilogía de acción 'Dead or Alive', cuya primera entrega cuenta con uno de los comienzos más lisérgicos y brutales de la historia del cine, le hicieron ganarse la etiqueta de provocador, un adjetivo que suaviza a ratos. También ha coqueteado con propuestas comerciales, adscritas al otrora tan de moda cine de terror oriental, como 'Llamada perdida', cinta taquillera que se cebaba en la generación politono, adicta a los sms y al chateo vía celular, antes del whatsapp. La popular revista Time lo incluyó en su día en la lista de los diez directores más prometedores de todo el planeta.
Miike puede firmar un filme tan alocado como 'Zebraman', protagonizado por un superhéroe absurdo de ojos rasgados que deja en pañales a Ultraman, o 'Visitor Q', una propuesta surrealista que a día de hoya tampoco es fácil de asimilar. En 'La felicidad de los Katakuris' mezcló con desparpajo animación e imagen real en un musical extravagante sobre una peculiar familia que regenta un albergue en cuyo patio trasero entierran cadáveres. Todo es posible en el universo de Takashi, capaz de impactar con imágenes salidas de tono. Entre las secuencias gore que vertebran propuestas como 'Izo', tiroteos salvajes como los que acontecen en 'First Love' o espeluznante fantasías para niños como 'The Great Yokai War', Miike se sacó de la manga 'Big Bang Love, Juvenile A', una apuesta intimista y minimalista, con toques del 'Dogville' de Lars Von Trier, que transcurría en un universo carcelario, sórdido y extrañamente sensual.
En 'Cementerio yakuza' se ocupó de la mafia, de la ascensión y caída de un paria que se introducía en el mundo criminal nipón casi por casualidad. Secuencias tan impactantes como rompedoras. Con '13 asesinos', remake del film homónimo dirigido por Eichi Kudo en 1963, suavizó sus imágenes para homenajear al maestro Kurosawa en una propuesta excepcional, una cinta de samuráis que confirmó una vez más su capacidad para filmar lo que le echen, siempre con eficacia, dejando su sello personal, regalando siempre alguna secuencia inquietante difícil de olvidar.
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