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El pasado Festival de San Sebastián brindó la oportunidad a los más cinéfagos de adelantarse a la cartelera en septiembre y disfrutar con dos de los grandes títulos de cine de género de la temporada: 'Parásitos' y 'El faro'. La primera, ya estrenada, ... no para de cosechar éxitos, mientras la segunda, por fin disponible en las salas, lo tiene más difícil para llegar al gran público por su condición transgresora a día de hoy, tal y como está el panorama audiovisual comercialmente hablando. Dos propuestas bien diferentes, igual de portentosas, nos recuerdan que el arte cinematográfico sigue vivo y puede dar cabida a todo tipo de ideas, incluyendo la experimentación sin dejar de entretener.
De entrada, el lanzamiento protagonizado por Robert Pattinson y William Dafoe, exultantes en un entorno quizás quimérico, es en blanco y negro, sin el formato panorámico, y apuesta más por la atmósfera que por una historia lineal de fácil digestión. Entre el videoarte, el terror en sus múltiples formas, Lovecraft, el expresionismo de Murnau y compañía, 'Moby Dick', Poe y el terror psicológico de siempre, Robert Eggers, una de las voces más interesantes del actual fantástico, autor de la sensorial e inquietante 'The Witch (La bruja)', firma la dirección de un filme desasosegante que propone al espectador un mal viaje por las tripas de nuestra conciencia.
'El faro' se apoya en una estética que suaviza lo que vemos en pantalla. Escenas de un brutalismo impactante. Imágenes que llegan a poder olerse. Se sienten. Estremecen. Poesía enfermiza envuelta en una fotografía de una extraordinaria belleza malsana cuya forma apocalíptica se eleva gracias al innegable tour de force interpretativo que brindan al espectador Pattinson y Dafoe, dos artistas con carácter que no tienen miedo a apuntarse a travesías complicadas, entregándose en cuerpo y mente. Ambos actores se ejercitan al máximo, mirando a los ojos a sus demonios, perfilando dos roles incómodos que conducen un relato oscuro que se antoja un ritual hacia el horror que habita en todo ser humano.
Eggers señala los límites de la locura y pervierte la extendida imagen idílica de la vida en un faro, un lugar de postal que se torna pesadillesco en manos de un cineasta sugestivo y perturbador que tritura a conciencia múltiples referencias en beneficio de un todo. Dos únicos personajes, un farero y su aprendiz, en un entorno hostil, aniquilador y embriagador a un mismo tiempo. Dos hombres devorándose a sí mismos, conviviendo en una isla perdida donde parece acabar el mundo. También hay un montón de gaviotas. Muchas gaviotas, algunas muertas. Sangre, excrementos y sopa caliente.
La tensión en la isla de 'El faro', el enrarecido ambiente, puede cortarse a cuchillo. La puesta en escena de Eggers es otro de sus fuertes. Elabora, manchándose de barro y heces, un cuento macabro no exento de humor negro, muy británico, con algunos soliloquios y monólogos de quitarse el sombrero. El esfuerzo físico y mental de Pattinson y Dafoe es extremadamente loable, por no hablar de una calidad narrativa hipnótica, entre la realidad y la ensoñación, que torpedea otros títulos de reciente hornada que se antojan impostados en este sentido, con 'Midsommar' a la cabeza.
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