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Estibaliz Urresola (Bilbao, 1984) es la primera directora española que compite por el Oso de Oro con una ópera prima. Si el año pasado Carla Simón conquistó la hazaña de vencer en la Berlinale con 'Alcarràs', en esta edición la directora de Llodio afincada en ... Hernani es la única presencia española en la sección oficial con '20.000 especies de abejas', la historia de una familia compuesta por mujeres, que regresa al País Vasco y asiste a la lucha por la reafirmación de una niña de ocho años, Cocó, a la que insisten en llamarla Aitor. Patricia López Arnáiz, Itziar Lazkano y Ane Gabarain son los protagonistas del primer largometraje de Urresola, que también puede llevarse a casa el Goya al mejor corto por 'Cuerdas'.
–¿Qué supone competir por el Oso de Oro en la Berlinale con una ópera prima?
–Un sueño. Era algo muy improbable, no lo esperábamos para nada. He tenido muchas dudas en el montaje, ha sido muy complicado. Llega un momento en el que tienes que parar y entregar la película. A partir de ahí, no sabes qué puede pasar. Estar en la Berlinale era lo último.
–La película no está del todo terminada.
–El montaje, sí. Ahora queda una fase de postproducción muy compleja: sonido, etalonaje, efectos especiales, subtitulado...
–Tenemos el precedente inmediato en la Berlinale de Carla Simón, Oso de Oro por 'Alcarràs'.
–Es algo que está presente en un sentido superpositivo. Cada directora que consigue un logro, que es seleccionada en un festival, es positivo para todas. Seguimos abriéndonos el camino unas a otras. Para mí, es un honor compartir esta frase con Carla Simón. Camino recorrido para las que vienen por detrás. También me alegro por el cine vasco, me emociona llevar el euskera a Berlín, aunque la película no sea íntegramenhe hablada en ese idioma. Pero tiene mucha importancia en la narración.
–'20.000 especies de abejas' está rodada por un equipo femenino en su mayoría.
–Las dos productoras detrás del proyecto están lideradas por mujeres: Gariza Films, de Lara Izagirre, e Inicia Films, de Valérie Delpierre. Ha sido un deseo rodearme de grandes profesionales que son mujeres: Eva Valiño en sonido; Gina Ferrer en la fotografía; Silvina Guglielmotti como ayudante de dirección; Nerea Torrijos de figurinista; Ainhoa Eskisabel como responsable de maquillaje y peluquería... También hay equipo masculino, por supuesto. El montador Raúl Barreras ha sido mi gran aliado en esta última fase.
–Llegará un momento en el que ya no preguntaremos por equipos femeninos ni por presencia de directoras en festivales.
–Espero con todas mis fuerzas que llegue ese momento, lo necesitamos nosotras y vosotros. Estamos trabajando como sociedad en esa dirección, pero queda todavía trabajo por hacer. Necesitamos seguir reivindicando esa etiqueta, nombramos una ausencia.
–Define su película como «un canto a la diversidad».
–Quiero hablar de las mil y una formas que como seres humanos podemos tener para sentirnos y reivindicarnos frente a los demás. Y todas son válidas. La familia protagonista hace un viaje y regresa al pueblo natal de la madre.
–Es un pueblo del que no se dice el nombre.
–No. Está formado por escenarios de pueblos distintos, un pueblo ficticio pero muy reconocible de nuestra zona. Converge el paisaje industrial y un entorno natural.
–Parecido a Llodio...
–Sí, ja, ja. A Llodio, a Hernani, a Basauri... Me gusta esa imagen de industria rodeada de monte. Me sirve de telón de fondo a la tesis de la película, esa dialéctica entre lo natural y lo construido. Las abejas son garantes de la diversidad, expresan que en la naturaleza todos tenemos cabida. Lo diverso es la norma en el mundo natural. Me servían para hablar de la diversidad y de la relación entre la colmena y la familia. En una colmena todos sus miembros tienen un rol. Funciona como un organismo por sí solo, más que como un compendio de individuos. También hay un aspecto que me remite a una tradición muy antigua en el País Vasco, la estrecha relación entre la familia y las abejas en los pasajes más importantes de la vida.
–Víctor Erice le robó un buen título: 'El espíritu de la colmena'.
–Hubiera sido un título fantástico, ojalá se me hubiera ocurrido a mí, ja, ja.
–¿Limitaríamos el filme si decimos que es la historia de una niña trans?
–Totalmente, no lo describo así. Es una historia sobre la reivindicación de la identidad propia y sobre cómo entra en juego la mirada del otro en la construcción de la idea de quiénes somos. Es el retrato de una familia completa, que durante unos días de verano llegan gracias a uno de los personajes a un nivel de comprensión propia. La niña no se transforma, adquiere a lo largo de la película las herramientas para expresar quién es. La que se transforma es la familia.
–¿El estilo de la película es naturalista, como ocurría en 'Cuerdas'?
–Sí. Una de mis obsesiones es que no pareciera un artificio, deseo que el espectador tenga por momentos la sensación de estar viendo algo real. Quiero acercar mucho al público una historia sencilla, sin imposturas. Una realidad posible más, de ahí la estética utilizada, el dispositivo de equipo, el tratamiento sonoro...
–Ya los Goya no le importarán demasiado.
–Todo lo que me está pasando me parece una maravillosa locura. Son proyectos distintos, los vivo como creaciones muy íntimas, son mis cachorros y yo, su madre coraje. Iré a los Goya muy agradecida. Llevo cinco años con '20.000 especies...', en cambio 'Cuerdas' nació de un instinto muy primario y conecté rápido con la zona y las personas idóneas, que me permitieron vislumbrar una historia. Un aprendizaje bestial para afrontar la película con mayor seguridad como directora. Jamás pensamos que 'Cuerdas' pudiera llevarnos donde nos ha llevado.
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