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'Pequeño país' lleva al cine la novela autobiográfica del rapero Gaël Faye, hijo de ruandesa tutsi y un empresario francés instalado en Burundi, cuyo paraíso perdido se quebró en mil pedazos cuando tenía diez años. Su director Eric Barbier (Aix-en-Provence, 1960) ganó ... el premio a la mejor película y mejor actriz (Isabelle Kabano) en el reciente Festival de Cine de Barcelona.
–¿Ha quedado satisfecho Gaël Faye de la película?
–Para mí era difícil abordar esta película sin él. Yo no conocía Burundi, su cultura ni sus tradiciones. Y de Ruanda sabía lo que había leído en la prensa en los años 90. Antes de decidir hacer la película hablé muchísimo con Gaël. Hasta me enseñó fotos de su infancia. Después me fui dos meses a Ruanda a entrevistarme con sus familiares y amigos. Ha estado a mi lado siempre. Gaël comprendió que mi trabajo era dar la palabra a la gente, no estaba allí para dar instrucciones a nadie.
–No hay una mirada exótica en su retrato de África, los protagonistas son una familia de clase media, casi burguesa. Por eso quizá nos toca más de cerca.
–Lo que nos marca en la película, y por eso la novela ha sido un éxito de ventas, es que partimos de la mirada de un niño. Ese crío vive el mayor trauma que puede existir: la separación de sus padres. Y, sin analizar demasiado, siente que esa separación está relacionada con el racismo, porque su padre es blanco y su madre negra. Después vemos al niño con sus amigos, que descubriremos racistas.
–El protagonista tiene complejo de culpa al no sentirse ni europeo ni africano del todo.
–Exacto. Si el niño es francés, ¿es culpable del genocidio de la familia de su madre? ¿O es una víctima como ella? El país de mi padre ha masacrado al país de mi madre. El niño tiene un problema de identidad.
–Pierde la inocencia y el paraíso donde creció.
–Es un momento muy importante de la novela. El momento en el que entra la guerra y estalla el racismo interétnico entre los tutsis y los hutus impregna las relaciones con sus amigos. Ya no hay más juegos ni diversión, esta es la historia de un paraíso perdido.
–Hay un momento en el que el niño pregunta al padre por qué están en guerra hutus y tutsis si viven en el mismo país, tienen el mismo dios y la misma lengua. Y el padre le responde que por la nariz.
–Entonces se decía que los tutsis tenían la nariz fina, como en otras épocas se decía que los judíos tenían nariz ganchuda. Hay una gran ironía sobre un estigma que al final no lo es. La raíz de ese odio es una historia muy complicada, porque es colonial. La estructura de la sociedad no estaba basada en etnias hasta que llegaron los colonos en el siglo XIX. Era una sociedad de clanes. Los colonos hicieron que los tutsis fueran los reyes del país, implantaron un documento de identidad en el que ponía si eras hutu o tutsi. Eso creó tensiones y resentimientos entre comunidades durante setenta años de colonialismo. Hasta que explotó.
–El papel de Europa durante la guerra y el genocidio fue absolutamente pasivo.
–Esa es otra gran historia. El papel de Francia en aquella época es complicado, tiene una responsabilidad y una complicidad pasiva en el genocidio. Y eso ha sido reconocido recientemente por una comisión. Francia no intervino, dejó que se produjera. Nadie movió un dedo.
OSKAR BELATEGUI
En las guerras los niños pagan por lo que hacen los adultos. 'Pequeño país' cuenta la desaparición de un paraíso perdido, el que vivía su protagonista Gabriel, un niño de diez años con una existencia burguesa entre expatriados en Burundi. Hijo de padre francés y madre refugiada ruandesa, Gabriel juega en una naturaleza exuberante y en las febriles calles de Buyumbura, hasta que en el país vecino estalla la guerra entre tutsis y hutus y todo se desmorona a su alrededor.
'Pequeño país' adapta el best-seller homónimo del rapero Gaél Faye, que emigró a Francia con 13 años escapando del horror. El libro vendió más de 700.000 ejemplares en Francia y ha sido traducido a 30 idiomas. Al igual que la película de Eric Barbier, dibuja una arcadia en equilibrio en las primeras páginas hasta que la guerra trae la violencia y el posterior sentimiento de culpa del protagonista: ¿por qué él pudo subirse a un avión gracias al pasaporte de su padre y huír mientras sus amigos y familiares se quedaron en África?
Estamos acostumbrados a que el cine explote la miseria del continente negro. 'Pequeño país' nos sumerge en la mirada de un niño entre dos mundos, que roba mangos en los jardines pero vive en un barrio residencial con personal de servicio. Es una África banal de clase media, lo que no impide que el horror y la sinrazón tiñan todo de sangre. Los niños siempre salen adelante, pero el estremecedor personaje de la madre nos recuerda que algunas heridas nunca se cierran.
–Asociamos el genocidio de Ruanda con imágenes durísimas de machetazos. En la película evita mostrarlas.
–Porque la historia transcurre a 300 kilometros, en Burundi. Nadie sabía que se estaba produciendo un genocidio tan cerca. No se utilizaba esa palabra. Rodamos en Ruanda por logística, pero esta no es su historia.
–¿Cómo están los dos países actualmente?
–Ruanda se está reconstruyendo de manera increíble. Veinticinco años después del genocidio, la gente trabaja junta a pesar de las dificultades. Van pasando generaciones y hay leyes estrictas. Por ejemplo, no puedes mencionar la etnia bajo pena de cárcel. No hay libertad de prensa, porque antes había periódicos hutus y tutsis. Para no echar leña al fuego la prensa es de Estado. Burundi en cambio se está sumiendo en el caos. Como son países en los que Europa no tiene grandes intereses económicos se les deja olvidados.
–Una curiosidad. En 2000 dirigió un película, 'Toreros', que en España se tituló 'La hora del silencio'.
–Me encantan las corridas de toros, mis padres me llevaban desde pequeño en el Sur de Francia. Estuve en Barcelona cuando José Tomás se encerró con seis toros. Es algo importante en mi vida.
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