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Deslumbró y confundió, a partes iguales, con 'Pieles' (2017), su debut en el largometraje tras varios cortos inclasificables. Aquella historia que seguía la vida de personas condenadas a la marginación por sus peculiaridades físicas -imposible olvidar la boca en forma de ano que lucía una ... genial Ana Polvorosa- mostraba una forma de entender el cine tan libre y tan diferente que solo por ello merecía la pena zambullirse en su universo de colores pastel. Ahora Eduardo Casanova (Madrid, 31 años) estrena 'La piedad', una cinta de terror, llena de momentos únicos e imágenes impactantes que remiten a cineastas como John Waters, Pedro Almodóvar, David Lynch o David Cronenberg y que aborda la relación brutalmente tóxica entre Libertad (Ángela Molina) y su hijo Mateo (Manel Llunell).
El director, que se dio a conocer al gran público durante su adolescencia, cuando encarnó al inteligente y cultureta Fidel en 'Aída', entre 2005 y 2014, lleva una dura promoción en una habitación de un hotel madrileño, a un ritmo de entrevista cada diez minutos. Después de varias horas, sigue habiendo espacio para las sorpresas. Antes de charlar con él, una periodista a la que la cinta le ha tocado hondo, se despide del realizador con un regalo. «Es que hago las películas exactamente para gente como tú», le indica él. Cuando la joven desaparece por la puerta, Casanova se sincera: «Me acaba de romper el corazón esta niña». Se sienta en el suelo y se despacha a gusto. «No puedes obligar a que la gente te quiera, pero a la gente que me quiere y me valora… Me siento muy orgulloso de decir que curro mucho para esa gente. Trabajamos para el público y hay que encontrar ese público porque yo como fan, cuando un artista me ha dado lo que he querido me ha hecho profundamente feliz. Hola, ¿qué tal?», pregunta.
No va a ser una entrevista convencional pero porque nada de lo que hace Casanova lo es. Su nueva película llega a las salas este fin de semana y lo hace después de haber cosechado una buena ristra de galardones, entre ellos el premio a la mejor película en el Fantastic Fest de Texas o el premio especial del jurado de la sección Próxima en el Festival de Karlovy Vary, además del premio del público en Montreal y tres nominaciones a los Goya. Todo un reconocimiento para un tipo de cine hecho con pocos medios y que se ubica en los márgenes de una industria que no deja de repetir patrones. Asume Casanova que su cine de autor «no tiene vocación comercial», pero hace hincapié en que se encuentra «dentro del 'mainstream'». «Mi intención, que sí puede que sea pretenciosa, es que cada vez haya productos más disidentes y para un público más disidente. Para eso hay que generar productos diferentes, pero si esos productos se quedan fuera del sistema, no cambian nada. La única forma de cambiar el sistema es desde dentro», zanja.
Obsesionado con las relaciones maternofiliales, tema recurrente a lo largo de toda su obra, asegura el director que necesitaba hacer una película que solo hablase «de lo complejas que pueden llegar a ser estas». Porque 'La piedad' es la historia de una madre castrante y controladora y de un hijo incapaz de alejarse de ella.
La excusa era perfecta para trazar un paralelismo con otra trama de fondo, que se desarrolla en Corea del Norte, y que protagoniza una familia que trata de huir de la tiranía de Kim Jong-il. «Encontré un artículo acerca de que hay un porcentaje alto de desertores que cuando logran escapar se deprimen y se suicidan o, sabiendo que es firmar su condena de muerte, deciden volver. Evidentemente tiene mucho que ver con el síndrome de estocolmo, con no saber vivir si no estás sometido, con no entender la libertad», subraya el cineasta, que ha vuelto a ser apadrinado por Álex de la Iglesia para sacar la película adelante, una película que «habla de la complejidad del ser humano, que es mi referencia para crear historias, lo horrible y lo increíble del ser humano».
No esconde Casanova su fascinación artística por Corea del Norte y en especial por Kim Jong-il. «Quería ser director de cine, pero por pertenecer a la dinastía de los Kim no pudo y lo que hizo fue convertir la capital Pionyang en un plato de cine gigantesco y utilizar a los ciudadanos como actores. Todo por esa frustración infantil. Hay una especie de juguete roto, de trauma infantil muy inocente que le hace convertirse en un gran villano». A todo ello hay que sumar la propuesta estética de su propaganda. «La propaganda, por definición, tiene que ser bella es como la luz que atrae a los mosquitos, pero si la miras un poco más tiene la capacidad de convencerte de ideas terroríficas», señala, «algo que entronca muy bien con mi universo: historias oscuras envueltas en colores rosa pastel».
A punto ha estado la película de acabar con el director y guionista. «Ha acabado con mi salud, pero no conmigo -dice entre risas-. Lo que pasa es que como decía Lola Flores soy una piedra dura de Chipiona». Casanova está convencido de que todo trabajo artístico, «que se realiza con las emociones de uno mismo», conlleva un desgaste físico y mental. «Cuando pones tanto empeño en algo, si no sabes ponerle límite, acaba dañando a tu salud, pero es muy bueno que haya pasado porque he aprendido a poner límites en mi entrega y mi control. Por eso he hecho esta peli, para aprender a hacer esto».
Y aunque pasó «muchos nervios» durante la realización de este proyecto, ahora que llega a las salas se muestra tranquilo y siente «una especie de liberación, de cerrar esta etapa y de entregar esta película a gente como a esa chica de la que te hablaba antes».
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