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A Eduard Fernández su 60 cumpleaños le pilló la pasada semana «cruzando el charco». Reconoce que vive su «Año del Dragón» con dos papeles memorables en 'Marco', que compite en Venecia, y 'El 47', que llega el 6 de septiembre a los cines. Dos personajes ... reales a los que dota de carne y hueso y que le brindarán a buen seguro su cuarto Goya. Si en la cinta de Jon Garaño y Aitor Arregi es un truhán, en la emocionante fábula de Marcel Barrena, ambientada en la Barcelona de 1978, es un íntegro conductor de autobús charnego, empeñado en llevar el progreso a un barrio de aluvión.
–'El 47' nos recuerda que antes teníamos conciencia de clase.
–Así es. También habla de la emigración, que construyó este país con sus manos. 'El 47' habla de la dignidad. Dignidad de la clase obrera y dignidad personal. No es algo abstracto: alude al derecho al transporte, al agua, a la educación, a la sanidad. En Estados Unidos la gente pobre vota que no quiere tener acceso a los servicios públicos gratis. Estamos locos, porque lo público es la base de un país, lo que lo dignifica y lo hace grande.
–También hemos perdido el sentido de comunidad y de barrio, que tan bien explica la película.
–La gente solo se junta en la adversidad. Los poderes promueven el individualismo absoluto para que seamos más manipulables. En Chile, cuando subieron el precio del billete de metro hubo una revolución tan bestia que tuvieron que dar marcha atrás.
–La emigración es objeto de utilización política a diario.
–Es una emigración que ya no se produce del campo a la ciudad, sino que viene de otros países. El problema es el mismo: la emigración y la vivienda. Estamos en contra de los emigrantes pobres, pero de los venezolanos ricos no decimos nada. El problema es cómo administramos eso, porque si alguien deja su lugar de origen no es porque le apetezca, sino para intentar vivir mejor. Algunos solo para poder vivir.
–'El 47' mira a la España de anteayer, que era más inocente pero tenía ganas de cambiar las cosas.
–Los que vivimos esa época la contemplamos con nostalgia, porque efectivamente había ilusión por cambiar las cosas. Veníamos de una dictadura y estaba todo por hacer. Ahora parece que todo está hecho pero igual no es así. O pensamos que no se pueden cambiar las cosas, y el que tiene un estatus procura que no le cambien nada.
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Oskar Belategui
–La película alterna el catalán y el castellano con absoluta normalidad.
–Como ocurre en la vida real. Gracias a dios, estoy muy contento porque no se va a estrenar una versión doblada al castellano, como es habitual. Yo no estoy en contra del doblaje, pero me parece mal quitar la voz a un actor y atar las piernas a un bailarín. Si 'El 47' se doblara no se entendería, porque uno de los argumentos es cómo los protagonistas aprenden catalán y se integran hablándolo.
–Su personaje asegura que aprendió catalán por amor.
–Esa frase es una improvisación mía. Estaba estudiando con una profesora de voz extremeña para perfeccionar el acento. Me grababa diciendo tonterías, lo primero que se me ocurrió. Y al escucharlo me hizo gracia, se lo pasé al director y le gustó.
–¿Habrá mucha gente que haya aprendido catalán por amor?
–Seguro. De hecho, es una buena manera de ir a un lugar y respetarlo: por amor.
–No es habitual mostrar a un político decente. 'El 47' homenajea a un joven Pasqual Maragall.
–Es que es un hombre muy grande. Un poeta cuyos asesores temblaban cuando empezaba a hablar y a desviarse del discurso acordado para acabar diciendo lo que le daba la gana.
–Usted es barcelonés. ¿Qué sentimientos tiene respecto a la ciudad, gran protagonista del filme?
–Amo profundamente a Barcelona. Hoy he estado en la emisora de radio RAC1, que tiene vistas preciosas de toda la ciudad, y me he emocionado. He vivido un poco más en Madrid, pero ya tengo una cierta edad y quiero volver. En Barcelona están mi familia y mis recuerdos. Madrid tiene cosas fantásticas y otras en las que me siento un poco ajeno, incomprendido.
–¿A qué se refiere?
–En cuestión de las lenguas, ellos no saben lo que es tener dos lenguas y dicen cosas que no tienen sentido. No hay ningún problema, a no ser que el catalán se hable menos que antes, nada más.
–¿Es crítico con la invasión turística de Barcelona?
–Madrid está igual. Y San Sebastián. Ya se están adoptando medidas para limitar los pisos turísticos. Es muy bestia que la gente joven no tenga dónde ir a vivir, no puede pagar 1.500 euros de alquiler.
–¿Se ha quedado con cosas de Manolo Vital y Enric Marco?
–Siempre queda algo. El recuerdo de haberlos habitado un rato. También te quedan cosas de los personajes chungos, como Millán Astray. Eres más rico a medidas que haces más personajes. Y te queda algún gesto que luego tienes que quitarte.
–Ha saltado a la dirección con un corto, 'El otro', que estrenará en la Seminci.
– Aproveché cinco meses que estuve sin hacer nada. Me acojona bastante. Cuento que hay otro dentro de cada uno, y que hay que convivir con él. Si algún día tengo algo que contar y lo escribo yo saltaré al largo.
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