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Hace 25 años que Daniel Calparsoro (Barcelona, 1968) irrumpió como un huracán en el cine español con 'Salto al vacío'. El tiempo le ha convertido en un eficaz director de thrillers con mano maestra en las escenas de acción. Como 'Hasta el cielo', que se ... presenta este sábado en el Festival de Málaga y que ha retrasado su estreno, previsto para la próxima semana, por la complicada situación de los cines.
Su protagonista (Miguel Herrán) podría ser un Tony Montana de Carabanchel, un chaval del extrarradio madrileño que asciende en el escalafón del crimen. «Quería contar el nacimiento de un gángster patrio, que se preocupa mucho de no cometer delitos de sangre que pudieran detener su progresión en el mundo del crimen. Esa es una gran diferencia con el protagonista de 'Scarface'», matiza el director. «'Hasta el cielo' es una ficción que se basa en hechos reales y aporta esa visión novedosa del criminal patrio, respetuoso con la vida ajena y con la propia, no son tíos que se autodestruyan con las drogas. En realidad, son empresarios del crimen».
– ¿Qué hay de real en la historia?
– Todos los robos que aparecen están inspirados en robos reales: alunizajes, butrones... A veces hemos cambiado el desenlace, porque es una película sin vocación de documental. Hicimos una labor de documentación muy amplia durante meses desde los dos bandos: con gente que se dedica a esto y con la Policía.
– Tiene algo de cine quinqui. ¿Le gustan las películas de Eloy de la Iglesia?
– Siempre me ha encantado, aunque mi peli favorita del género es 'Deprisa, deprisa', de Saura. 'Hasta el cielo' es cine de quinquis entre comillas, porque el mundo ha cambiado y los quinquis hoy son distintos.
– Ya desde el póster, las torres de la Castellana son el símbolo del estatus inalcanzable al que aspira el protagonista.
– Sí. La película empieza con el protagonista mirándolas y al final consigue llegar allí arriba.
– Y descubre que los abogados dan más miedo que los aluniceros.
– Vive en un mundo de pirañas y de repente asciende a un mundo de tiburones. Y se lleva un mordisco, claro.
– Usted es de los pocos directores que concede importancia a los coches, la película casi es un catálogo de Audi y BMW.
– Bueno, digamos que me encantan los coches. En la película son como un traje para los personajes, demuestran un estatus y son como una prolongación de su personalidad.
– También está muy presente el rap y el hip hop. Incluso debutan como actores algunos raperos. ¿Le interesa este tipo de música?
– Quería trabajar con actores con experiencia, que sabía que me iban a dar el resultado que quería, pero también quería mezclarlos con gente de la calle que aportara frescura. Hicimos un casting muy abierto y los que mejor lo hacían eran raperos. Es la música que escucha mi hijo de 14 años, a mí me sigue gustando Metallica.
– Dice que no es cine social pero retrata un país sin esperanza para los jóvenes, con la burbuja inmobiliaria de fondo.
– Sí. Vivimos –o vivíamos, porque ahora nadie sabe hacia dónde vamos– en una sociedad donde todo el mundo estaba mirando a los futbolistas, a Cristiano Ronaldo, los supercoches, las zapatillas, el lujo… Algo inalcanzable para el 99,9% de la población. Y ya no te hablo del extrarradio de Madrid, en Villaverde creo que el paro es del 40%. Si sigues las supuestas normas de la sociedad, tu objetivo en la vida es muy limitado, eres un chaval y quieres lo que ves en la tele. Puede haber gente brillante que desde el trabajo llegue alto, como Amancio Ortega, pero estos chavales lo tienen más difícil.
-En esa dictadura de la apariencia las redes sociales son clave.
-Confunden mucho, es vivir para el show. De todas formas nuestro protagonista es un tío muy inteligente, un empresario del crimen con muy buenas ideas y una ambición no más desmesurada que la de otros empresarios. Juega sus cartas como mejor sabe y no hace prisioneros.
-El capitalista perfecto.
-Eso es. Su descripción puede ser la de Paramés, el broker.
-¿Le asusta estrenar en cines en estas circunstancias?
-Sí. Hemos movido la fecha del estreno porque Universal, los productores y yo mismo creemos mucho en la película. Ahora mismo no se dan las circunstancias para aprovechar todo su potencial. Es evidente que no estamos en la mejor situación.
– El discurso del audiovisual lo dominan las plataformas y las series, el cine ya no manda.
– Yo pienso que es una cosa pasajera, no sabemos cuánto va a durar. La magia del cine no se va a perder nunca. También decían que el cine se iba a ir al garete con la televisión y después con el vídeo, siempre ha habido agoreros. Yo le doy dos o tres años. Habrá muchas cosas que cambien por la tecnología, pero la magia de una pantalla gigantesca en una sala oscura con desconocidos seguirá siendo igual de potente.
– Se cumplen 25 años de su debut con 'Salto al vacío'. ¿Qué siente cuando mira hacia atrás?
– Nunca miro hacia atrás, solo hacia adelante. Pero me encantaría hacer 'Salto al vacío 2'. Iván Zulueta me decía que un director vasco le había sugerido hacer 'Arrebatados'…
– Una constante en su cine es la fascinación por la violencia. ¿Ha llegado a alguna conclusión respecto a ella?
– Lo que decía hace 25 años: la violencia es un lenguaje primitivo en el que se expresan países y personas. Una realidad.
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