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Costa-Gavras (Iraia, Grecia, 1933) cita a Gabriel García Márquez al inicio de sus memorias: «La vida no es la que uno vivió, sino la ... que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla». Escritas en 2018 y publicadas en nuestro país a finales del año pasado por Ediciones Providence, 'Ve adonde sea imposible de llegar' también contiene en su arranque un poema de su compatriota Kavafis, que advierte: «Las grandezas teme, ¡oh alma! Y si vencer tus ambiciones no puedes, con cautela y reservas síguelas».
El gran autor del mejor cine político rodado en Europa y Estados Unidos tiene mucho que recordar. Y está claro que ha seguido sus ambiciones; pocos cineastas pueden presumir de dos Oscar, la Palma de Oro en Cannes y el Oso de Oro en Berlín. Hijo de un funcionario que formó parte de la Resistencia contra la ocupación nazi, Konstantinos Gavras huyó de Grecia ante la falta de oportunidades y acabó licenciándose en Literatura en la Sorbona. «Era salir de la miseria, no solo de la miseria económica, a la que uno se puede acostumbrar si no queda otro remedio, sino de la otra, de aquella en la que no se contempla esperanza o proyecto alguno», escribe.
Su tercera película, 'Z', la escribió otro exiliado en París, Jorge Semprún. Aquel thriller político sobre las cloacas de los estados dictatoriales, prohibido en España hasta 1977, ganó dos Oscar y le abrió las puertas de un Hollywood que todavía permitía la disidencia. En 'Desaparecido (Missing)', Jack Lemmon buscaba a su hijo desaparecido en el golpe de estado de Chile; en 'La caja de música', Jessica Lange descubría que su afable padre participó en el Holocausto nazi. «Todas las películas son políticas», aclaró el director a este periodista horas antes de recoger el Premio Donostia en 2019. «Qué es la política, sino la relación entre la gente en cada momento. Digamos que mis películas hablan del poder», consintió.
Por suerte, el autor de 'Amén' no vive de recuerdos, sino que sigue en activo. El 25 de abril llega a los cines 'El último suspiro', adaptación del libro homónimo del filósofo y escritor Regis Debray y el médico Claude Grange, que lleva por subtítulo «Acompañando al final de la vida». A sus increíbles 92 años, es normal que Costa-Gavras se preocupe por la muerte y en concreto por el «viaje» que emprenden los enfermos terminales en las unidades de cuidados paliativos.
Presentada en el pasado Festival de San Sebastián, 'El último suspiro' presenta a un reputado y popular filósofo (Denis Podalydès) al que han detectado una mancha cerca del pulmón y al responsable de cuidados paliativos de un hospital (el cómico Kad Merad, aquí impecablemente serio). Congenian y el médico le pide que le acompañe a ver a los enfermos. El intelectual quedará fascinado por las situaciones que descubre junto a un médico «que no cura a los vivos, sino que acompaña a los que van a morir hasta el final». Unos pacientes aceptan el final de su vida, otros se resisten, igual que las familias. Gavras narra un caso tras otro en flashbacks, incluidos dos episodios protagonizados por una mujer burguesa (Charlotte Rampling) y una gitana (Ángela Molina).
«La muerte no me afecta personalmente, pero para mí sigue siendo un escándalo inexplicable y cierto», reflexiona el director. «Miro al horizonte del fin de la vida, que empieza a estar cada vez más cerca, con sus precipicios y sus abismos. Con esta película he intentado hacer realidad mis utopías y deshacerme de mis fantasías y miedos».
El autor de 'Estado de sitio' concibe el cine como «un espectáculo que emociona, no como una escuela o una universidad donde se hace algo didáctico». El mensaje de 'El último suspiro' es meridiano: «Lo esencial es irnos con dignidad, para nosotros y para los que se quedan, no dejar un rastro de miedo. Yo he vivido la experiencia de ver morir a alguien que me decía: 'No me dejes irme'. ¿Qué podemos hacer? Tenemos que prepararnos con convicción y quizá con una sonrisa, porque la muerte es inevitable».
'El último suspiro' es una película durísima, que remueve al espectador y cuya recepción depende de la experiencia personal que se tenga con la muerte de seres queridos. También es un filme apasionante, narrado sin un solo desfallecimiento por un maestro que no teme reclamar la eutanasia. «La responsabilidad de los gobernantes con respecto al final de la vida es colosal. Los políticos tendrían que tener la valentía de crear lugares para los que quieren morir cuando el cuerpo o la mente ya no les responde, ayudarles a hacerlo en las mejores condiciones. Cada vez vivimos más años y hay más gente mayor que no se atreve a ir a un hospital a pedirlo». El director exige «condiciones para no sufrir» en ese tránsito, «de la misma manera que las embarazadas pueden parir sin dolor».
En definitiva, Costa-Gavras sigue fiel al cine político, «porque cuando se trata de personas y del final de la vida, hay aún más política de por medio». 'El último suspiro' aboga por querer «irse de pie», con dignidad, la misma que ha mantenido en su obra un autor que ha abordado los grandes conflictos del siglo XX. También un hombre que rechazó en su día 'El padrino' y que ha tenido el privilegio de tratar con personalidades fascinantes: Arthur Miller, Yves Montand, Salvador Allende, François Miterrand, Marlon Brando, Robert Redford, John Travolta...
Un intelectual que hace gala de una rara sinceridad cuando relata en sus memorias mil anécdotas de rodajes, apasionantes para los mitómanos. Valgan como ejemplo las primeras tomas de 'Desaparecido', en las que Costa-Gavras no sabía por qué Jack Lemmon siempre tenía los ojos empañados. Nada más entrar en su camerino, el actor supo que quería hablarle de sus ojos. «Mañana estará solucionado». El director conoció después que Lemmon había dejado de beber, «excepto los sábados por la noche».
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