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Coque Malla (Madrid, 53 años) tenía doce años cuando se subió a actuar por primera vez a un escenario. Cuenta su hermano Miguel que estuvo alrededor de doce meses practicando los movimientos de Michael Jackson en 'Thriller' hasta el punto de que la cosa en ... casa se volvió insoportable. Pero cuando puso sus pies en las tablas del instituto Santamarca y rehizo, a su manera, el histórico videoclip del rey del pop, todos zanjaron que el chico, hijo de los actores Amparo Valle y Gerardo Malla, iba para artista. Él también lo tenía claro. «Me criaron los teatros y desde que tengo consciencia, me ha embrujado el mundo del espectáculo y no me ha producido rechazo. Igual me hubiera ido mejor si hubiera acabado como arquitecto», dice entre risas.
Un documental titulado 'Jorge, una travesía de Coque Malla', dirigido por Cristina y María José Martín y ya disponible en la cartelera española, recoge el intenso periplo de este artista inquieto y completo, que alcanzó el éxito a lomos de un cohete con su primera banda, Los Ronaldos, y que tuvo que partir de cero, deconstruirse y reconstruirse de nuevo para lograr que público y crítica volvieran a abrazarlo en su carrera en solitario. Cuenta Malla que precisamente esa historia de «remontada épica» es lo que le impulsó a lanzarse a protagonizar este proyecto. «No es la típica secuencia discográfica y cronológica, sino que se cuenta una historia y se traza el arco emocional de un personaje», apunta. Un personaje, desvela, que no es nada nostálgico. Prueba de ello es la «absoluta falta de documentación que tengo en casa. Las pobres Cristina y Mariajo me pedían fotos, vídeos, discos y no guardo nada. Creo que eso indica que soy poco nostálgico, aparte de bastante desastre y despistado».
Fue Alberto San Juan quien propuso a Malla montar una banda, de la que el actor se tuvo que apear cuando contrajo hepatitis y pasó casi un año en la cama. Algo bueno había visto en ellos el batería Ricardo Moreno porque en ese impás telefoneó a Malla para que probaran a tocar juntos. El germen de Los Ronaldos ya estaba en aquellos primeros encuentros, pero la llegada de Luis Martín (guitarra) y Luis García (bajo) acabaron por sentar las bases de la banda. Coque tan solo tenía dieciséis años y apenas se conocían entre ellos. ¿Hizo eso que Los Ronaldos fueran más profesionales que el resto de las bandas de la época conformadas por amistad? «Eramos de los grupos menos profesionales de la historia del rock», se sincera el cantante sonriente. «Trabajábamos y hacíamos lo que había que hacer para ser profesional, pero no entendíamos el negocio y éramos muy desastre. No teníamos una visión del negocio que nos podía haber llevado donde nuestra música y nuestros shows merecían», reflexiona.
Por otro lado, la industria musical española «era muy precaria». En el documental, el artífice de 'Adiós papá' llega a decir que bandas como la suya no dejaban de ser algo muy parecido a las orquestas de las verbenas de los pueblos, solo que «con unos pocos lujos más». «A España -dice ahora- le ha costado muchísimo y le sigue costando parecerse un poco al sistema anglosajón. Al público también, no recibe los artistas o la cultura como los anglosajones, así que es complicado en este país hacer una verdadera industria». Cuentan en el largometraje sus compañeros de banda que a pesar de su corta edad, jamás protegieron al muchacho. «Yo creo que sí lo hacían, lo que pasa es que son modestos y generosos. Quizá no lo hicieron de forma consciente, pero joder que si me protegían. Nos protegíamos los unos a los otros, como hacen las familias, como mis hijos me protegen de la soledad o la amargura. Lo noté cuando el grupo se disolvió», rememora.
Precisamente tras la ruptura vinieron los años más difíciles para el artista. Sin sello discográfico, sin agencia de 'management', Coque trataba de salir adelante en una industria que parecía no tener hueco para él. Vendió su casa para grabar un álbum en solitario, 'Soy un astronauta más' (1999), que logró vender a Sony, pero pasó sin pena ni gloria por las estanterías de las tiendas de discos. Como aquello no funcionaba, se unió al músico Álex Olmedo para girar en acústico por garitos -la mayoría de mala muerte- bajo el nombre Las Mentiras: seguía disfrutando de tocar en directo, pero en ese momento de baja popularidad no quería quemar su nombre y su marca. Después llegaría 'Sueños' (2004), un álbum conceptual y nada comercial, acompañado de un libro -¿o era al revés?-, que Malla compuso a las órdenes de la tristeza. Más allá de que el éxito le fuera esquivo, el otro gran problema es que el músico no acababa de encontrar su voz. Cabe preguntarle si pensó en algún momento en tirar la toalla. «No, hice el numerito de pues me voy, me enfado, porque me sentía injustamente tratado en un país que es complejo con sus artistas, que no los mima y los cuida como hacen los anglosajones, pero era un poco paripé porque yo no se hacer otra cosa», responde. Fue una época en la que el músico llegó a bordear la depresión. Le costaba relacionarse con los demás. Logró salir del hoyo gracias a sus parejas, los amigos, su fuerza y la propia música. «En los peores momentos me levanto y sé que puedo agarrar la guitarra y componer una canción y eso te da ganas de vivir y de levantarte, aunque suene tópico», confirma.
Una reunión por el 25 aniversario de Los Ronaldos volvió a llenarle de vida. A diferencia de lo que ocurría ente 1986 y 1998, donde la mayor parte de los conciertos de la banda fueron gratuitos para el respetable, esta vez la gente pagaba por ver a la formación. Sorprendentemente, Malla esquivó la posibilidad de alargar una gira de reunión que podría haber dado muchos más frutos para volver a centrarse en su carrera en solitario. Y llegó el brillante 'La hora de los gigantes' (2009) y luego una perla que el artista tendrá que interpretar, sí o sí, en todos los conciertos de su carrera, 'No puedo vivir sin ti'. Y, de nuevo, tras muchos años batallando al margen de la industria, Malla volvió a llenar salas y teatros y a vender discos. Ahí están 'Termonuclear' (2011), 'Mujeres' (2013), 'El último hombre en la Tierra' (2016) o '¿Revolución?' (2019).
Currante y perfeccionista hasta niveles casi obscenos, asegura Malla que la inseguridad no solo no desaparece con el paso de los años sino que en algunos casos se recrudece. A él le ocurre cuando entra a grabar al estudio, que es cuando deben concretarse las canciones que están en el aire, y lo pasa «realmente mal». «Tom Waits dice que hacer un disco se parece mucho a coger agua con las manos de un sitio y llevarla a otro intentando que se desparrame la menor agua posible y y yo lo veo así». Sin embargo, el músico pierde cualquier miedo cuando se sube a las tablas y se convierte en un animal que maneja el escenario a su antojo. Nada, sin embargo, es fortuito o casual. Por ensayar, ensaya hasta la forma y el compás exacto en el que los músicos deben entrar en escena. Siempre fue así. «Había mucho curro detrás. Desde el principio diseñaba cada milímetro de los shows de Los Ronaldos», explica. No en vano, recuerda vivamente uno de los shows del Lovesexy Tour de Prince que RTVE retransmitió en directo a finales de los ochenta. «Aquello me cambió la cabeza y mi manera de entender el espectáculo y lo aplicaba a los conciertos de Los Ronaldos con frustración, por la falta de medios y por la falta también de impetu del equipo, que es algo muy español. Ese 'joder, macho pero es que eso es una movida, es que ahora hay que bajar el foco, poner la gelatina roja...'. A pesar de todo ello, yo intentaba hacer mi Lovesexy a la española», comenta risueño. Esa obsesión por hacer las cosas bien, dice Malla, «es un caballo que hay que sujetar continuamente. Lo que pasa es que los años sí que te dan esa cosa de conseguir un equilibrio entre el perfeccionismo y dejar trabajar a los demás. Es algo que con los años creo que he ido consiguiendo, y me siento orgulloso, pero aun así hay muchas veces que no lo consigo y frustro al que está trabajando conmigo».
Sin duda, el documental ha llevado a Malla a descubrirse algo más a sí mismo. «No paro de descubrir cosas de mí porque no me analizo nada. Me miro al espejo y tal para ponerme mono, pero no me analizo, no pienso por qué hago las cosas, simplemente las hago, por pura intuición muchas veces, de una manera muy visceral, soy lo menos analítico del mundo», cuenta quien asegura que en algún momento hará ese trabajo. Lo que no hará será dejar de imitar a Michael Jackson, aunque sea en círculos reducidos. «Y no tan reducidos -afirma contundente-. En el escenario lo imito continuamente. No es que lo imite es que creo que las influencias, cuando son tan poderosas como Michael Jackson, Keith Richards o Bowie, ya no son una imitación, forman parte de tu manera de entender el arte, el escenario, la música. Yo cuando hago un acorde stoniano no estoy imitando a Keith Richards, estoy tocando a mí manera de entender la música, de la misma manera que Keith Richards cuando hace un riff imitando a Chuck Berry no está imitándolo, lo tiene dentro. A mí me pasa lo mismo con mis influencias. Y supongo que algo de personalidad tengo yo y al mezclarse se produce eso que supongo que es único».
Acaba el documental con una bella reflexión acerca de la infinitud de la música. «Podrían pasar 200 años y siempre encontrarías nuevas melodías y canciones con distintos acordes. La música es eterna». ¿Ha desechado muchas canciones porque se parecían a otras? «Es que tengo una visión de ese asunto muy laxa. Yo creo que el arte es imitación, influencia y yo no creo en el plagio, a no ser que la canción que plagia esté hueca y su único fin sea plagiar, pero si tiene vida o alma, por mucho que se parezca a la que está plagiando es válida», responde.
-¿Se parece Coque Malla a lo que quería ser?
-Nunca he proyectado un deseo en mí mismo. He hecho cosas, canciones, discos, me he comprado ropita y he diseñado espectáculos. Proyecto obras, pero conmigo mismo nunca he proyectado esos deseos. Nunca lo he hecho.
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