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ricardo aldarondo
Sábado, 19 de enero 2019
Ahora parece necesario reivindicar o traer primer plano la actividad de mujeres en el arte que quedaron a la sombra de los hombres, pero no se debe incluir en esa oleada el caso de Conchita Montes. Porque ella siempre estuvo ahí, imponiéndose por pura naturaleza, ... sin necesidad de reindivicar nada. Su carisma, su determinación y un talento que diluía todas las convenciones le bastaron para ser siempe alguien especial.
Cualquiera que haya prestado un poco de atención al mejor cine español de los años 40 y 50, sobre todo a las películas dirigidas por el gran Edgar Neville, se habrá topado con ella y habrá quedado prendado con su singularidad. Conchita Montes (Madrid, 1914-1994) sería la Katharine Hepburn española, sin necesidad de imitarle en nada. Una mujer de personalidad imponente que se mueve en un mundo de hombres sin plantar batalla, sin buscar coartadas para salirse de los establecido, solo situándose donde y y como quiere estar.
Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo la conocen bien y por varias vías: no solo son expertos en el cine español, y especialmente en el esquivo y a menudo olvidado periodo clásico, plagado de agujeros negros informativos que es preciso rellenar. Los autores de este delicioso y preciso libro titulado 'Conchita Montes. Una mujer ante el espejo' (Ed. Bala Perdida) tienen vía directa con Conchita a través de su devoción por el cine de Neville, y con todo el universo que catalizó en 'La Codorniz', donde Conchita confeccionaba 'El damero maldito' (considerado el pasatiempo más complicado de toda la prensa española), ese nido de intelectuales con los pies en la tierra del ingenio y en el reto humorístico que constituyeron Tono, Mihura, Álvaro de La Iglesia y demás.
Aguilar y Cabrerizo, herederos de ese mismo gracejo, ya publicaron al alimón 'La Codorniz en cinta: del humorismo al cine y vuelta' (2008), y libros afines como 'Mauricio o una víctima del vicio y otros celuloides rancios de Enrique Jardiel Poncela' (2016) y hasta rescates de películas tan insólitas y precursoras del apropiacionismo cultural de hoy como 'Un bigote para dos' y su correspondiente libro, queda claro que nadie mejor que ellos para perpetrar la primera biografía de Conchita Montes.
Los títulos de los capítulos del libro no solo describen las múltiples y sorprendentes facetas de la actriz, su saber estar en el sitio adecuado de agitación intelectual (se codeó con José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón o Eugenio D'Ors), sino que parecen anunciar películas de una vida apasionante, con sus dosis de intriga y misterio: 'La muchacha de Moscú', 'La viuda del gran pelmazo', 'La actriz del otro 27','La secuestradora de perros»...
Cuentan los autores cómo conoció a Edgar Neville, el cineasta con el que Conchita compartió una apasionada relación artística y personal sin necesidad de plegarse al matrimonio, en una situación que quedaría reproducida después en una película tan precursora e imitada como 'La vida en un hilo' (1945), buscando un taxi bajo la lluvia después de que se hubieran conocido en el vagón restaurante de un tren. Con Neville hizo algunas de las mejores películas del cine español de la época: 'Frente de Madrid' (1939), basada en una novela de la actriz y escritora; la adaptación de la fundamental novela de Carmen Laforet 'Nada' (1947); los encuentros con Fernando Fernán Gómez en 'Domingo de carnaval' (1945) y 'El último caballo' (1950), o la última película en la filmografía de ambos, la muy personal 'Mi calle' (1960).
Licenciada en Derecho, Conchita viajó a Nueva York en 1935 gracias a un programa cultural de intercambio de profesores. Allí afianzó su independencia y su devoción por el teatro. El añorante Edgar Neville compró un pasaje para visitarla. Y luego todo vino rodado: «De Nueva York nos fuimos, sin que lo supiera mi familia ni la suya, a Hollywood», recoge el libro, tan ameno y fluido como documentadisimo, como es habitual en los autores. Allí se hicieron íntimos amigos de Charles Chaplin.
Dos años después, refugiados en San Juan de Luz en plena Guerra Civil, deciden volver a España, pero en San Sebastián Conchita es detenida, conducida al Gobierno Civil y finalmente recluida por un tiempo en un convento: la pareja provocaba más que recelos en las autoridades franquistas. Solo una de tantas etapas de su azarosa vida.
Aunque Conchita Montes dejó una importantísima huella en el cine, se dedicó sobre todo al teatro, y de ambas facetas simultáneamente queda constancia en 'El baile' (1959) deliciosa adaptación a la pantalla que hizo Neville de su propia obra teatral, y que reúne todo el talento de Conchita Montes en su madurez. 'Tia Mame' fue otro de sus grandes éxitos en la escena y los autores del libro recuerdan que «Conchita no es solo actriz, empresaria y traductora en estos años. Su labor abarca otros aspectos de la puesta en escena, y en concreto, la elección del vestuario y de los tejidos con que se confecciona. Frente al aspecto aparentemente frívolo que pudiera haber tras esta preocupación late un riguroso sentido del espectáculo y de la relación entre el público y el intérprete, en este caso, la primera actriz».
Divertida, avispada, inteligente, irónica, con «una sonrisa que recuerda levemente a la Mona Lisa», en palabras de Aguilar y Cabrerizo, con una voz y una dicción muy peculiares y atractivas y una mirada con la que dominaba todas las situaciones, la actriz sin embargo se definía de otra manera en la intimidad, según expresó en el programa 'Autorretrato' de TVE a ella dedicado en 1984: «Soy una mujer melancólica, a veces deprimida, triste, con una enorme vocación de felicidad. Pero a veces la gente me salva. Los amigos hacen que me convierta en un ser completamente distinto de cuando estoy sola». De todas sus amistades, alegrías y melancolías da detalladísima cuenta 'Conchita Montes. Una mujer ante el espejo'.
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