'Civil War', un tenso e hipnótico relato antibelicista

Primeros planos de un presidente de Estados Unidos, algo inseguro, que practica su discurso antes de dirigirse a la nación, dan el pistoletazo de salida a una ambiciosa película que imagina una nueva guerra civil en un futuro cercano en el mal llamado país de las libertades: las Western Forces, una alianza armada entre Texas y California se han rebelado contra el gobierno federal y la desintegración de la nación es cada vez más palpable. Con un panorama político tan crispado como el actual y la polarización entre demócratas y republicanos, es innegable que Garland ha tenido un gran sentido de la oportunidad a la hora de plantear una propuesta que remite directamente a uno de sus guiones, el de '28 días después', aquella cinta de zombis dirigida por Danny Boyle que, a mitad de camino, se convertía en otra cosa.

Sentido de la oportunidad y buen ojo tambien en el desarrollo del largometraje porque a lo largo de la hora y cuarenta minutos que dura la cinta, el cineasta detrás de películas como 'Ex-Machina' o la serie 'Devs', no explica en ningún momento qué ha sucedido, ni quiénes son los responsables de la crisis, si es que los hay, y mucho menos el signo político del presidente de los Estados Unidos de América. Garland decide comenzar el relato 'in medias res', con el conflicto ya en marcha, y la primera parada es la ciudad de Nueva York.

Allí se encuentran el reportero Joel (Wagner Moura) y la fotógrafa Lee (Kirsten Dunst), dos periodistas de la agencia Reuters que planean emprender un viaje hasta Washington DC para intentar entrevistar al presidente, que lleva catorce meses atrincherado en la Casa Blanca, sin someterse a una. Tras un frenético día, los dos acaban ahogando sus penas en alcohol en el hotel en el que se hospedan junto a Sammy (Stephen McKinley Henderson), un periodista veterano al que acaban confesando su plan. Sammy, claro, no se queda de brazos cruzados y les pide acompañarlos, pese a sus evidentes problemas físicos para la acción. Lee asegura que no le importa y deja la decisión en manos de Joel. La sorpresa llega al día siguiente, cuando además de a Sammy y a Joel se encuentra en el coche a Jessie (Cailee Spaeny), una fotógrafa novata de 23 años a la que conoció el día anterior y dio una serie de consejos.

Comienza así una 'road movie' deslumbrante, tensa y, por momentos, vertiginosa, que mantiene al espectador pegado a la butaca durante todo el metraje. Con un guion perfectamente medido, que contrapone las distintas formas de ver y vivir el periodismo de los cuatro protagonistas -de la cabezonería, inexperiencia e imprudencia de Jessie, a la sabiduría reposada de Sammy o los automatismos, costumbres e instinto de la pareja de reporteros mediana edad, que ya lleva varios conflictos armados a sus espaldas-, la película avanza de A a B en torno a una serie de eventos y situaciones que describen un escenario caótico para la población civil y diferentes realidades, donde los suministros escasean, impera la ley del más fuerte y el revanchismo parece estar a la orden del día.

Como si fuera un periodista más, Garland empotra al espectador en este grupo de reporteros junto al que vivirá, de primera mano, los horrores de la guerra: tiroteos, atentados, torturas, ejecuciones a sangre fría, fanatismo, emboscadas, fosas comunes... También descansará e, incluso, podrá relajarse en aquellos rincones, casi imposibles, que tratan de vivir al margen de un conflicto del que apenas sabe nada. Lejos de ir en detrimento de la narración, la decisión del director de contar solo lo estrictamente necesario para seguir el curso de la acción contribuye a que la cinta gane enteros, eliminando lo accesorio y empujando a que el espectador tome partido solo por los periodistas.

El resultado es una película apabullante, hipnótica y brutal, con un diseño sonoro exquisito y una fotografía que subraya con maestría cada giro de los acontecimientos hasta su abrupto y demoledor final. Profundamente antibelicista y carente de épica, no es, además, una película vacía. Al contrario, Garland denuncia la deshumanización, la frialdad y falta de ética tanto en el campo de batalla como fuera de él, en este viaje que también cambia a los cuatro personajes, pero lo hace sin subrayar lo que ya es evidente. Por sus acciones los conoceréis. Al mismo tiempo, la cinta asusta tanto por lo que muestra como por la funesta advertencia que lanza sobre el presente y sobre los Estados Unidos actuales, cada vez más polarizados.

Solo una cosa se le puede achacar a la cinta y es, quizá, la forma tan exagerada en la que se representa el trabajo de los fotógrafos: en primera línea de fuego, junto a un soldado con un fusil, y asomando el objetivo como quien asoma el arma para apretar el gatillo. Una pequeña fantasmada que no invalida una gran película.