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Abandonó la industria musical hace diez años, cuando estaba en la cresta de la ola y todo lo que tocaba se convertía en un éxito. Ahora, acostumbrada al nivel de vida de una estrella, Lila Cassen se ve obligada a subirse a los escenarios de ... nuevo. Sin embargo, justo cuando la diva, a la que da vida Najwa Nimri, se dispone a comenzar los preparativos de la gira que la llevará por toda España, sufre un accidente que la deja amnésica. Sabe quién es Lila Cassen, pero no se reconoce en ella, así que deberá solicitar la ayuda de una entregada fan, Violeta (Eva Llorach), que la imita a altas horas de la madrugada en el karaoke donde pone copas.
Así comienza 'Quién te cantará', el tercer largometraje de Carlos Vermut (Madrid, 1980), una cinta que reflexiona sobre la identidad, el fenómeno fan y la relación entre el artista y sus admiradores. Dice el autor de 'Magical girl' (2014), cinta con la que ganó la Concha de Oro de San Sebastián, que el punto de partida de este relato reside en la imagen que uno proyecta de sí mismo, un reflejo del que nunca se es lo suficientemente consciente. Procedente del mundo del cómic, a Vermut enseguida le llamó la atención la exposición mediática a la que están sometidos actores y directores. «Leía mis entrevistas y me daba cuenta de que la imagen que proyectaba no era lo que yo consideraba que era. Ese enfrentamiento con tu propia imagen desde fuera me pareció muy interesante», recuerda el realizador.
En la cabeza del madrileño, esa contraposición se convirtió en el germen de la que es, posiblemente, su película más accesible. «No fue algo consciente -reflexiona-. Es la historia que quería contar y nace de una intención de hacer cine género». En efecto, la cinta se inicia como una película de fantasmas que luego deriva en una película musical no en sentido estricto. A este respecto, «la propia historia te va llevando a un universo y a una manera de contarla que al público le puede parecer más accesible», concede. Pero eso no significa que Vermut se dedique ahora a hacer taquillazos ni que su mano haya dejado de ser reconocible. Al contrario, cuando la película avanza hacia su conclusión lo hace «por el lado menos convencional», comenta. En este sentido, reconoce que esa presión que uno siente cuando encara una nueva película, justo al terminar la promoción de la anterior, «se va diluyendo cuando llevas escribiendo cinco o seis meses y al final lo único que te importa es hacer la mejor película posible».
Apasionado del celuloide japonés, el cineasta se ha mirado en cintas como 'Onibaba' o 'Cuentos de la luna pálida', películas donde el elemento fantasmagórico sobrevuela durante todo el largometraje. «También me interesaban filmes como 'The Ring' o 'Dark Water', relatos en los que los fantasmas no son necesariamente malos o vengativos, sino que han dejado algo a medias o tienen que solucionar algo». Vermut escribió el guión durante su estancia en Tokio y reconoce la influencia nipona en su propuesta en elementos como «la puesta en escena o el ritmo». «Tiene más de Yasuzo Masumura, con esa atmósfera kitsch y pop, que del 'Persona' de Bergman», confiesa.
La otra gran pata sobre la que se asienta el filme es el excelente trabajo actoral. En este caso, las cuatro actrices en torno a las que gira el argumento están soberbias. Desde una calculadora aunque maternal Carme Elías como Blanca, la mánager de la diva; hasta la temperamental Natalia de Molina, que encarna a Marta, la hija con la que, muy a su pesar, tiene que lidiar Violeta. Pero es el viaje que emprenden Lila y Violeta, ese juego de espejos y sombras, el que marca el tono grave de una película que, aún así, se permite algunas notas de humor.
«Me hice fan de Najwa, directamente -explica Llorach, sobre la creación de su personaje-. Escuché todos sus discos, vi todos sus vídeos y antes de conocerla ya me caía muy bien. Cuando nos conocimos, el feeling fue inmediato». Para la actriz, que debutó en el largometraje de la mano del propio Vermut con 'Diamond Flash' (2011), ha sido «terroríficamente hermoso» volver a ponerse a sus órdenes. «Cuando te llama, sabes que va a ser para algo potente, muy interesante y también peligroso». Por eso, quizá, no haya nadie mejor para analizar su evolución como director: «Tiene más producción detrás y más peso sobre sus espaldas, pero creo que sigue siendo el mismo, tiene las mismas obsesiones y ese universo propio tan marcado».
«Es mi amigo, pero hubo momentos en los que lo quería estrangular», relata Nimri entre risas. Para la actriz y cantante dar vida a Lila no ha sido nada fácil. Cuenta Nimri que el director se empeñó en escoger cuatro canciones suyas y quitarles su voz. «Vio que me incomodaba tanto que empezó a fabricar el personaje desde ahí. Luego me colocó una peluca para verme muy fea y, finalmente, tuve que interpretar el vacío. Fueron tres meses de elaboración muy heavy», explica. A partir de ahí, fue tomando todo lo que Llorach había puesto sobre la mesa para convertirse en lo que se tenía que convertir.
Especialmente intensa es la relación tóxica madre e hija que abordaron Eva Llorach y Natalia de Molina, presente fundamentalmente en dos secuencias de la película. Lejos de lo que pudiera parecer -incluso fuera de plano o de espaldas a él, De Molina se come la cámara-, no hay atisbo de espontaneidad. «Con Carlos no improvisas nada», resume Llorach. «Para esas secuencias hubo muchos ensayos para tratar de conseguir ese tono que cambia de dulce a doloroso. Era muy importante que Eva pudiese mantener el tipo durante todo el plano secuencia, para poder mostrar todo el viaje emocional. Habia que trabajarlo antes», comenta Vermut.
Dice De Molina que le costó mucho no caer en el estereotipo de la choni adolescente. «Tenía que buscarle un trasfondo, explicar de dónde viene esa ira y ese dolor, esa necesidad de ridiculizar siempre a la madre y de estar por encima. He llegado a comprender esa bipolaridad», concluye.
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