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«¡Estoy harto de tanto misterio!», grita en 'La casa del caracol' el escritor al que da vida Javier Rey mientras las sombras y los aullidos de los lobos se ciernen sobre el bosque que rodea su casa. Algo parecido podría decir el espectador de ... la ópera prima de Macarena Astorga, presentada en el festival de su Málaga natal con más pena que gloria. La simpatía que despierta la propuesta, una peli de género ambientada en los 70, época dorada del fantaterror español, no basta para advertir sus graves problemas.
Juguemos a las referencias. Ese plano cenital del inicio que sigue a un coche por una carretera está tomado, por supuesto, de 'El resplandor'. Solo que en vez de Jack Torrance y familia camino del hotel Overlook nos encontramos a otro escritor, Antonio Prieto, que ha alquilado una casa en un pueblo de la serranía malagueña en busca de paz y silencio. Tras recoger a un inquietante perro que se le ha plantado en mitad de la carretera, unos críos en la aldea nos remiten al clásico de Chicho Ibáñez Serrador, '¿Quién puede matar a un niño?'. Poco después conocemos a un ser deforme parecido a Sloth de 'Los Goonies', que los vecinos mantienen encerrado. Y también vienen a la cabeza todos los relatos de Stephen King sobre delirios creativos de un escritor.
Solo la mujer que le alquila la casa (Paz Vega) parece no vivir en el mundo de leyendas y supersticiones que atenaza a los habitantes del pueblo, como si siguieran anclados en una España anterior. Cuando a mitad de metraje la directora cambia el punto de vista, que hasta entonces era el del escritor, el espectador se desentiende de la trama. Hay torpezas narrativas tales como que dos personajes hablen a escondidas y el protagonista los escuche al otro lado de la ventana. Sabes que algo va mal si en una escena pretendidamente dramática en la que el personaje de Paz Vega llora el público se ríe, tal como ocurrió en el pase de prensa en Málaga.
Macarena Astorga desaprovecha a estupendos actores como Pedro Casablanc y Elvira Mínguez, que piden a gritos más presencia. Tampoco afina en la atmósfera de esa España rural anclada en los mitos y los conflictos vecinales heredados, que otras películas han sabido capturar. El epílogo simplemente es sonrojante.
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