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Niega su imagen de rebelde y desobediente. Candela Peña (Gavá, 1973) se reivindica como un ser obediente. «Por eso soy actriz», asegura la protagonista de 'La boda de Rosa', la divertida y tierna comedia de Icíar Bollaín que ha inaugurado el Festival de Málaga ... y gracias a la cual Peña puede soñar con otro Goya. La actriz regresa tras pasar siete meses en la isla del Hierro rodando la serie homónima y escribiendo los capítulo de otra serie que quiere dirigir.
–Si no te quieres y te respetas nadie te querrá y respetará. ¿Es la moraleja de 'La boda de Rosa'.
–Es lo que te dirá cualquier terapeuta. Cada cual sacará la suya. La mía es que hay que ser consciente y tomar las riendas de tu vida. Hacerte responsable. Hay veces que nos cuesta serlo y tiramos muchos balones fuera: por mi jefe, por mi pareja o por lo que sea. Tenemos más responsabilidad sobre nuestra vida de lo que creemos. Mi personaje llega a un momento en que dice que quiere ser responsable de su vida y cambiar. Pero es una película con fantasía, porque cuesta mucho trascender un carácter.
–¿Ha intentado romper con todo, como Rosa?
–En mi vida no hay rupturas. La vivo como me viene. Eso sí, cuando llegan los ríos, cruzo los puentes. He tenido muchas vidas dentro de mi vida. Dentro de mí habitan muchas mujeres, y desde luego una Rosa. Pero ¿cambios radicales?, pues los que la vida me ha traído.
–Encarna a una mujer agobiada, multiocupada y multipreocupada. ¿Ha tenido problemas para encontrar un modelo?
–No tengo mujeres como Rosa en mi entorno, la verdad. Pero por género, aunque seas una alta ejecutiva de una empresa, tu esposo también lo sea y tengáis el mismo nivel profesional, serás tu quién sepa si hay leche sin lactosa en el frigo y si hay que cambiar las camas el sábado porque las sábanas llevan ya dos semanas. Y así con todo en la casa. Las mujeres hemos asumido más cosas. Históricamente somos las que nos esperábamos en la tribu, con los niños a cuestas, a que él viniera con la pieza. En la época de Franco, hace cinco minutos, no podíamos tener una cuenta bancaria. Pero 'La boda de Rosa' no es una película de mujeres. Rosa somos todos.
–Pero sí hecha por mujeres: directora, guionistas, productoras... ¿Nuestro cine da cada vez más cancha las mujeres?
–Qué va. Nos dan muy poca cancha. Y a partir de una edad, se nos cuenta de una manera muy determinada. Ojalá eso cambie.
–¿La familia es una carga o directamente la carga el diablo?
–Depende. Cada familia es un mundo. Un infierno o un paraíso. Para Rosa su familia es su motor, pero también le quita su tiempo y su energía. Iba a decir que se aprovechan de ella, que es un verbo feo, así que diré que la reclaman y demandan de ella mucho más de lo que aportan.
–¿Una familia con mucha jeta?
–Acaso no es por jeta. Quizás sea por pura inconsciencia. En muchos casos se colocan cargas porque sí sobre personas que parecen resignadas a aceptarlo. Recoge al niño del cole, lleva esto al tinte... Es una buena mujer con problemas para decir que no.
–¿Deberíamos aprender a decir no con más naturalidad?
–No solo a decir no. Yo no he tenido problemas en mi vida por decir que no. Lo que hay que tener es capacidad para que no te pasen por encima, para que se respeten tus decisiones vitales y para respetarte tú. A menudo la opinión de una mujer no se valora como la de un hombre.
–¿Renuncia a ser obediente, como Rosa al casarse con ella misma?
–Soy absolutamente obediente. No respondo para nada a la imagen qué se da de mí en los medios, que es una fantasía. Por ser tan obediente, soy actriz: una herramienta para contar las historias de otros. Si no fuera obediente me dedicaría a otra cosa.
–¿Supone eso dejarse jirones de vida en cada papel?
–Claro. Siempre me dejo el alma en cada historia. En todas y con el mismo empeño. En esta, en la que vino antes en la que vendrá. Es mi obligación como actriz. Cosa distinta será en la serie que he escrito, 'Puerto y camino'. Seré yo la responsable de cómo se desarrolle. Como intérprete soy un vehículo para contar las historias de Icíar, de Esteban Crespo o de quienes han escrito 'Hierro'….
–Estrena en pantalla grande y en Málaga. ¿Feliz?
–Sí. No he querido verla hasta el estreno en el festival, en sala, como tiene que ser. Es mi manera de reivindicar en esta la pandemia que yo hago cine, que hay que ir a verlo en pantalla grande, y que es un lugar seguro. Con la que cae, hay aviones llenos, trenes llenos, restaurantes a rebosar y cines, teatros y salas de concierto medio vacías. Hay gentes de la cultura cuyas vidas profesionales pueden irse al garete. A la cultura no se la ha apoyado mucho y es mi manera de aportar un poco.
–¿Y de agradecer al cine que le ha la salvado la vida?
–Sin duda. Yo soy la hija de los dueños del bar de al lado del cine de mi pueblo. Allí he visto a Berlanga, Godard y Mankiewicz. Pero también 'Yo hice a Roque III', 'Los bingueros', 'El liguero mágico' y 'Holocausto caníbal'. En mi casa no había televisión. Mi vida es el cine, y me la ha salvado. Por eso soy tan pesada con las historias. Pienso que si a uno solo de todos los espectadores de 'La boda de Rosa' le mueve algo dentro y puede cambiar, me doy con un canto en los dientes.
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