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'El último verano' es una película incómoda, áspera, que desbarata las expectativas que tenemos ante las historias de una mujer madura que se lía con un menor. No hay que dejarse engañar por su poético título y por la luminosa fotografía bañada en la luz del estío. Detrás de la cámara encontramos a Catherine Breillat, una veterana directora de vuelta ya de todo a sus 75 años. Actriz en 'El último tango en París', guionista de Fellini, autora de una novela a los 17 años, 'El hombre fácil', prohibida para menores en Francia, Breillat saltó a la fama mundial en 1999 con 'Romance X', una cinta con escenas de sexo explícito protagonizadas por el actor porno Rocco Siffredi.
La primera escena de 'El último verano', en los cines desde el 24 de mayo, demuestra su dominio de la dramaturgia y la puesta en escena. Una mujer interroga a una cría: ¿ha bebido? ¿con cuántos hombres se ha acostado este año? «Puedes acostarte con todos los que quieras, mientras sea consentido», alecciona. No es su madre, sino una abogada que lleva un caso de violación. «La defensa va a hacerte pasar por un putón», advierte.
Cruel paradoja. Esta defensora de menores acabará ¿abusando? de uno cuando llegue a su opulenta mansión el hijo de un matrimonio anterior de su marido empresario. Un chaval problemático, arisco, violento y amoral, con el que obtiene el placer sexual que su rico esposo, mayor que ella, no puede proporcionarle.
Léa Drucker (52 años), la recordada actriz de 'Custodia compartida', y el debutante Samuel Kircher (19años) protagonizan esta turbadora cinta que concursó en Cannes el año pasado y que es un remake de la cinta danesa 'Reina de corazones'. Las pudorosas escenas de sexo entre madre e hijastro no impiden que el tono agrio se apodere de la función cuando los amantes despiertan de su sueño. A Breillat, que llevaba retirada del cine diez años, no le interesa, por supuesto, mostrarse moralista con sus criaturas.
Para el director Albert Serra, poco sospechoso de casarse con nadie, 'El último verano' es «la mejor película de los últimos años sobre el mundo en el que vivimos y el retrato más sutil de los valores del mundo burgués actual (o su ausencia)». «No hay romance, ni amor, ni deseo, ni incesto, ni nada traducible en palabras, sólo emoción estética que debe contener –inevitablemente– algo de humano».
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