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Los avances tecnológicos pasan por encima de nuestras cabezas. La evolución de la civilización no va a la misma velocidad. Las herramientas digitales están ahí, ganando terreno, acaparándolo todo, y no siempre atinamos a la hora de utilizarlas adecuadamente en nuestro beneficio. Nadamos en un ... mar acotado por redes de pescar elaboradas a base de datos. 'Borrar el historial', una producción francesa de elocuente título, recoge las mil y una aventuras y desventuras que vivimos a diario como internautas. Ganadora del Oso de Plata en la Berlinale, refleja con sarcasmo los problemas del primer mundo, esa vida moderna artificial que nos envuelve con su halo de consumismo exacerbado a golpe de click. Mandamos a diario información al ciberespacio para que sepan qué suelo pisamos, qué comemos, cómo vestimos, con quién estamos…
Cualquier maniobra en las redes sociales es válida con tal de ganar notoriedad, sin obtener necesariamente algo de provecho a cambio, salvo unos golpecitos virtuales en la espalda. Parece que nuestra autoestima depende de las maniobras online que realice a lo largo del día nuestro avatar, pequeñas proezas que alimentan nuestros perfiles digitales señalando una sospechosa dependencia. Benoît Delépine y Gustave Kervern escriben y dirigen, en clave de comedia, un filme punzante que alcanzó más de medio millón de espectadores en los cines galos en plenas restricciones de aforo y horarios.
'Borrar el historial' alerta con gracejo sobre las adicciones del nuevo milenio a través de las peripecias tecnológicas de unos vecinos que se ven superados por las circunstancias frente a las múltiples pantallas. Poseídos por una ingenuidad maravillosa, deciden plantar cara a los poderosos, una tarea nada complaciente que da lugar a una retahíla de momentos delirantes. Delépine y Kervern, responsables de las estimables 'Aaltra' y 'Mammuth', firman una crítica mordaz a la era digital, donde la exposición a los demás a través de Instagram, Facebook y demás inventos roza lo enfermizo, la esquizofrenia y el absurdo. El Gran Hermano nos vigila, o más bien El Gran Ego, porque somos nosotros mismos quienes nos señalamos. Alguien mueve los hilos que nosotros mismos hemos atado a nuestro cuerpo por decisión propia, incluyendo el cerebro. Cuando nos lo permita la dichos pandemia volveremos a fichar con júbilo en los restaurantes, visualizando con filtros aquello que comemos, haremos publicidad gratuita de las discotecas y lugares de veraneo, dejando nuestro rastro al servicio de las multinacionales a la primera de cambio. Nosotros mismos acotamos nuestros movimientos y los registramos con una precisión que asusta. Nos entretenemos siendo un escaparate de cara a los demás. ¿Devorará al ser humano la inteligencia artificial en un marco de globalización descontrolada? ¿Qué es real e irreal? Un simple trámite burocrático en la red puede convertirse en un auténtico infierno.
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