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Borja Crespo
Martes, 4 de enero 2022
El sueño americano hecho trizas, así se presenta 'El día de la bandera', lo último de Sean Penn como actor y director, pero tan suculenta premisa evoluciona hacia todo lo contrario, con cierta ilógica, debido a cierta torpeza en la narrativa, a pesar de basarse ... en una historia real. Las memorias de la periodista Jennifer Vogel son el punto de partida de un drama esquemático que busca desesperadamente trascender a base de insertar secuencias que emulan la simpleza de un videoclip musical al uso, sin sonrojo, como si el objetivo fuera fusilar el lirismo de Terrence Malick sin entender las reglas del juego visual y poético. Penn parece estar empeñado en cargarse su carrera tras la cámara dejando atrás una interesante filmografía que tocó techo, aparentemente, con la emotiva y referencial 'Hacia rutas salvajes' (terrible 'Diré tu nombre'). Aquí interpreta a un padre ausente, un fabulador que vive del cuento, o al menos lo intenta, coqueteando con el crimen a pequeña escala. Contagia las ganas de aventura, da la imagen de vividor, pero rascando la superficie aparece un perdedor con ínfulas. Lo más interesante del conjunto es su trabajo actoral, junto a su hija Dylan y su hijo Hopper, fruto del matrimonio con la actriz Robin Wright. La representación del paso del tiempo y la caracterización de los personajes a lo largo de los años -alguna peluca aparte- es lo más destacable de una película presentada en la Sección Oficial de Cannes que cuenta con una cuidada banda sonora que incluye un tema inédito de Eddie Vedder, el líder de Pearl Jam, compuesto para la ocasión.
'El día de la bandera' describe a una familia desestructurada, herida por las drogas y las mentiras. Poner tierra de por medio parece ser la única salida para escapar de la influencia de un hombre incapaz de encontrarse a sí mismo que confirma con sus actos irracionales la sensación de que las personas no cambian si no quieren. Avanzada la trama, con el peso en el rol de la hija abandonada que busca su sitio -Dylan Penn se esfuerza al máximo-, el filme da un volantazo poco creíble, aunque la propia Jennifer Vogel haya participado asesorando el proyecto. La chica perdida pasa de vagabundear por las calles a deslumbrar en la universidad, como si la meritocracia realmente importase -quizás en EE.U.U.-. La forma en la cual está contada esta ascensión se atraganta, la trama pega un acelerón inesperado que subraya los problemas de una propuesta tan entregada como deshilvanada que consigue empalagar hasta al espectador más desprejuiciado. Probablemente es un regalo que ha querido ofrecer Penn a su descendencia, cayendo incomprensiblemente en lugares comunes.
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