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Ningún otro director español ha competido en Cannes este año ni su película ha sido portada de 'Libération' y 'Cahiers du Cinéma'. Albert Serra (Banyoles, 1975) lo ha logrado con 'Pacifiction', saludada por la crítica como su cinta más 'accesible' porque el espectador puede identificarse ... con su protagonista, un diplomático en la crepuscular Polinesia francesa. El Mikeldi de Honor de Zinebi, que este viernes otorga su palmarés, recompensa la insobornable y exigente filmografía del autor de 'Honor de cavalleria' y 'Historia de mi muerte', que siempre juega en las entrevistas con un talante provocador: «No me preguntas por el 80 cumpleaños de Scorsese. En este caso, no puedo decir aquello de que cumpla muchos más», suelta al final de la entrevista.
–Estos días se proyecta en el centro Fabra i Coats de Barcelona una película suya de 101 horas que rodó en la Documenta de Kassel.
–Rodé una hora de metraje cada día, era una especie de proeza y de performance. Fue un encargo con mucha libertad en el que pude experimentar, me apasionó generar cada día una hora de imagen interesante. Se proyecta en tres pantallas al mismo tiempo, lo que lo hace más llevadero.
–El filme se basa en textos de Goethe, Hitler y Fassbinder. Tres megalómanos.
–Atravesamos varios siglos con personalidades completamente distintas para hablar del pasado de Europa. Y sí, eran bastante megalómanos y un poquito malas personas.
–Su última película en salas, 'Pacifiction', ha sido portada en 'Libération' y 'Cahiers du Cinéma'. ¿Por qué le quieren tanto los franceses?
–No me quieren a mí, sino a mi película. En Francia tienen mucho respeto por lo que pueda aportar de nuevo. Supongo que les gusta recuperar tras la pandemia la experiencia del cine, que se está adocenando por culpa de las plataformas. Antes se buscaba el éxito en salas, ahora la injerencia en el imaginario colectivo de ciertas plataformas ha creado uniformidad y miedo en los creadores. Es normal que echen de menos experiencias como 'Pacifiction'. También te digo que yo soy español y hablo en castellano, pienso que como persona soy más querido en España.
–¿Las plataformas de streaming son el mal?
–Sí. Para el cine son el mal. Podrían ser diferentes, pero desde su fundación les guía algo triste: volver al espectador adicto en el mal sentido de la palabra. Una adicción que es como la droga: más dosis, menos efecto.
–Como las redes sociales, se trata de permanecer el mayor tiempo enganchado.
–Exacto. Ellos cobran por tener tu atención, para conseguirlo hacen lo que sea. Cuanto se tocan cosas en la frontera de lo artístico esto envilece la experiencia. Espiritualmente han maleducado al espectador durante la pandemia. Su exceso de codicia ha hecho que quede más claro para el espectador qué van a darle. Los adictos a la droga también saben cuál es el traficante bueno y el malo.
–El discurso del audiovisual lo monopolizan las series.
–Es muy triste. Las series solo se ven en casa, y eso tiene repercusiones en lo social, en el bienestar colectivo relacionado con la diversión. Supongo que ellos se hacen ricos pero no consumen lo que ofrecen, se divierten de otra manera.
–¿Usted ve series?
–No, no. ¿Series por qué? Ahora, si me dicen que haga un producto audiovisual que ellos califican de serie con libertad total... Prefiero que mis películas se vean en pantalla grande, pero si me conceden el 'final cut' (montaje final)... Nunca se ha aproximado nadie a ofrecerme una película comercial, nunca.
–Quizá porque creen que va a decir que no.
–Bueno, a lo mejor sí. El 'final cut' es innegociable, y ellos nunca me lo van a ofrecer.
–Algo se ha roto. El cine ya no ocupa el lugar preminente en la cultura, los jóvenes ya no son cinéfilos, los festivales cada vez importan menos...
–No estoy de acuerdo. Ahora hay un renacer, se van clarificando las aguas turbulentas. Lo mismo se decía cuando apareció la televisión, y el cine continuó. No creo que estemos en el peor momento, el valor social de las imágenes del cine es creciente. Stendhal decía sobre el amor que cuando no crece, decrece. Lo mismo le pasa al cine.
–Rodó 'Pacifiction' en la Polinesia. Concibe el cine como una aventura vital.
– Sí, y no lo pretendía. Yo solo quería vivir la vida a través del cine. Hay gente que tiene la obsesión a causa de su cinefilia de formar parte del cine, como Jonás Trueba. Yo empecé rodando en digital con el espíritu de divertirme, no por querer estar dentro del cine. Yo desprecio el cine, no me interesa como arte, lo encuentro inferior a la literatura y las artes plásticas. Este desprecio casi olímpico ha hecho que nunca haya querido rodar en celuloide, la cosa cochambrosa de lo técnico, donde no penetra ni la sombra de la vida. Godard lo definió de manera magistral: los profesionales de la profesión. El sueño se cumplió sin pretenderlo. Siempre quise tener dinero, nunca lo he conseguido, todas las películas han sido un desastre a este nivel. Nunca quise tener prestigio, solo me interesaba el dinero. Y siempre he tenido prestigio, no me lo puedo quitar de encima.
–Hace años me dijo que se sentía solo en el cine español.
–Todavía más ahora. No lo digo para provocar. Mi grado de compromiso con el cine como forma artística, sin pensar jamás en el espectador ni en el éxito, se debe al desprecio por el medio. Nadie puede llegar a este radicalismo y autoexigencia. Todos quieren ser queridos, yo no. Uno de mis ídolos es Michael O'Leary, el CEO de Ryanair. Una de sus frases que más inspira es que le importa una mierda lo que la gente piense sobre él.
–Se ve que no ha sufrido como pasajero de Ryanair... A veces, es como si O'Leary despreciara a sus clientes.
–Yo también desprecio a mi público. Ryanair es una compañía extremedamente eficiente, la que transporta más viajeros en Europa y una de las más puntuales. Hace ganar dinero a sus accionistas aunque quizá sea verdad que sus trabajadores no tienen los privilegios de otras aerolíneas. Es la compañía que menos ayudas del Estado recibió durante la pandemia.
–¿No hay ningún director español en activo que admire?
–No. Del pasado muchos. Tengo buena relación con muchos, pero no encuentro a ninguno que haga mis propuestas.
–No puede ser que desprecie a sus espectadores.
– Es una buena actitud para exigirse lo máximo, significa que solo quieres darles lo mejor. No agasajarlos implica que vas a darles lo que se merecen, lo mejor de ti mismo. No quiero devaluar esta relación complaciéndolos de manera fácil o adaptándome a ellos.
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–No hace cine para que le quieran.
– Al contrario. Pero al final me van a querer. Se darán cuenta de que de todas las películas que fueron a ver, el único que les dio algo a su altura fui yo.
–¿Cuánto hay de provocación en sus palabras?
–Cero. Pero defiendo que la provocación es la puerta a la transgresión, la guinda del pastel. Muchas veces se considera provocación pensar distinto a los demás. Yo vengo del rock and roll, cuanto más diversidad y fraternidad haya mejor.
–El protagonista de 'Pacifiction' es un político que no guarda las formas y se comporta con espontaneidad. Ahora triunfan esos políticos que sueltan 'boutades' y se comportan de manera políticamente incorrecta, los populistas.
– ¿Y no te hace pensar algo? Las formas de estos políticos ha hecho que la gente haya recuperado algo de lo real. Se cansaron de tanto robot, como se van a cansar de tanta plataforma. Morrissey decía que era más amado que admirado. Y otro músico le respondió que quién puede amar a un músico, aparte de su madre. ¿Tú piensas que puedes sentir algún tipo de fascinación por Hillary Clinton? El pueblo americano eligió antes a Donald Trump, que ya es decir. Su gestión en EE UU dio el mismo resultado que el anterior presidente y el siguiente, no hay mucha diferencia. Trump tiene mucha energía, y eso no se le reconoce, lo cuenta Michael Wolff en el libro 'Fuego y furia'. Un descerebrado también puede ser signo de los tiempos. Tampoco parece que las soluciones para reducir las diferencias entre ricos y pobres desde la II Guerra Mundial hayan tenido mucho resultado. Mi padre, que es una persona normal, no parece muy seducido para que le expliquen el mismo cuento. No va a votar a los del mismo cuento nunca más.
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