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Cuenta Sam Mendes (Reading, 1965) que su intención a la hora de planificar '1917' como un falso plano secuencia era «encerrar al público con los personajes principales, sin que se pudiera escapar, para que sintiera cada segundo que pasa con ellos». Y puede ... que, en este sentido, la película funcione relativamente bien. El problema es que la mayor parte de sus logros se quedan ahí. La nueva obra del director de 'Camino a la perdición' es un ejercicio de estilo brillante, épico y, por momentos, grandilocuente, pero de escasa profundidad. Inspirándose en las historias que su abuelo le contó de pequeño, Mendes ha escrito un guion –es la primera vez que rueda algo de su puño y letra– ambientado en la I Guerra Mundial que apenas cuenta nada sobre ella. Es una decisión consciente, pero también arriesgada porque la cinta acaba presentando una sucesión de acciones con las que uno difícilmente empatiza.
'1917' pone el foco en Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman), dos soldados británicos a los que se les encomienda una misión casi suicida. Atravesando las líneas enemigas, deberán entregar un mensaje en una carrera contrarreloj. ¿Su objetivo? Evitar a toda costa que el enemigo les tienda una trampa. Si no llegan a tiempo, 1.600 soldados acabarán perdiendo la vida, entre ellos el hermano de uno de ellos. Y esa es, en esencia, la película.
Dice el realizador de la oscarizada 'American Beauty' que su intención con este largometraje era contar «la historia del gusano, de la persona más baja de la guerra, del soldado raso del Ejército», pero sus motivaciones sólo quedan apuntadas, si bien cabe preguntarse si en una guerra hay tiempo para más. Una cámara, que por momentos parece mágica, sigue a ambos personajes durante las dos horas que dura el largometraje. La inmersión resulta encomiable. Apabulla el resultado, aparentemente sin cortes, que traza un recorrido por vastas extensiones y tan pronto adentra al espectador en la campiña francesa, como lo introduce en las trincheras enemigas o en un pueblecito francés asediado por las bombas.
Mendes no toma partido, ni contextualiza un atroz escenario bélico. «Quería contar la experiencia de la guerra, que muchas veces tiene más que ver con las casualidades y no tanto con el heroísmo», reflexiona. «No se trata de una película nacionalista sobre cómo eran de valientes los británicos y lo horribles que eran los alemanes. Los personajes de esta historia podrían ser de cualquier nacionalidad». Y algo de ello hay, aunque en algún momento de la película sí se hace referencia a una suerte de bondad británica para con el enemigo. Toca '1917' aspectos como la amistad entre ambos soldados, la solidaridad humana y la desgarradora fragilidad de los niños y las mujeres en tan devastador contexto, pero «no es una película política», insiste.
Quizá por ello la cinta parece más bien plana. Ganadora de los Globos de Oro al mejor director y a la mejor película dramática, '1917' sorprende por lo cerca que está del lenguaje del videojuego: dos personajes, en una misión, deben ir superando distintos retos para cumplir sus objetivos. Y aunque Mendes niegue la razón, acaba reconociendo los parecidos. «Estás siguiendo al personaje principal en una toma, pero la diferencia es que no te implicas emocionalmente de la misma forma que con los videojuegos. En un juego eres tú quien determina lo que pasa, aquí te estoy contando yo una historia y tú te tienes que entregar a la experiencia». Pues eso.
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