'Yo amé a un asesino'
Joyas impopulares ·
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John Berry firma una obra contenida pero expresiva en su disección de la desolación, de un ser condenado a la perdiciónGira el 'noir' en un retrato sintético, contundente, pleno de contrastes, nítido y lúcido. El perfil de una criatura primaria, un perdedor necesitado de afectos, prima sobre los tópicos del género. Es un filme pequeño, dirigido por un cineasta que apenas supone unas negritas en cualquier revisión de la historia del cine. Y, sin embargo, contiene una gramática sutil, precisa, sin distracciones ni bultos, y una disección formal que divide el filme en dos grandes atmósferas y otras tantas situaciones narrativas: la familia desestructurada, la calle, lo urbano, una visualización de la violencia diferente; y, por contra, el intimismo, la claustrofobia, la familia como refugio, la cerrazón, lo privado. ‘Yo amé a un asesino’, de John Berry, es una obra contenida pero expresiva en su fisicidad, en sus primeros planos, muchas veces casi agresivos, en su descripción y disección de la desolación, de un ser huérfano que siempre toma malas decisiones y que parece condenado a la perdición. La historia de un atraco equivocado, la figura errante de un fracasado, el dolor interno de un ser desorientado, el intruso desconfiado y poco inteligente, la criatura inmersa en un universo paranoico que clama compasión o algo de calor humano: «¡Qué raro! Todo lo que os he pedido es un escondrijo para unos días y nada más…Algo que hubieseis dado hasta a un gato callejero».
El cineasta de ‘De hoy en adelante’, ‘Casbah' y ‘Tensión’ firma en ‘He Ran All the Way’ un trabajo que subraya los factores de la condición humana con una sencillez y una claridad extremas. John Berry exprime la economía de medios, sugiere y sintetiza, evita manierismos innecesarios y en apenas setenta y cinco minutos dibuja el perfil de un relato que muestra bastantes concomitancias con ‘Horas desesperadas’, filme de William Wyler. Berry, que no fue un director excesivamente prolífico, aglutinó a su alrededor de esta su quinta película, la última producción estadounidense hasta 1966, a quienes como él padecían la inclusión en la lista negra de la caza de brujas por ser «sospechoso» de realizar actividades comunistas. A pesar de ser un director muy competente, tuvo que refugiarse al final de su carrera en la televisión. No volvió a conocer el éxito profesional. Los guionistas Dalton Trumbo y Hugo Butler, encausados por la Comisión de Actividades Anti-norteamericanas, no fueron acreditados, para evitar que la película fuese censurada. Ambos firmaron con el pseudónimo de Guy Endore. Y el gran John Garfield, aquí en su última interpretación, perseguido de manera implacable por el macartismo, quien moriría un año después. Junto a él, Shelley Winters muestra su lucidez en el papel de la joven apocada y enamorada y un plantel de secundarios entre los que destaca Wallace Ford. Pero la suma de talentos explica esa sencilla transparencia que convierte un argumento asi esquemático en una mirada implacable, física y rotunda sobre un hombre solo y su huida hacia ninguna parte.
La fotografía es obra de James Wong Howe ('La cena de los acusados’, ‘Chantaje en Broadway’), operador que ya había coincidido con Garfield en títulos como ‘Cuerpo y alma’. El montaje fue obra de Francis D. Lyon y la música estuvo a cargo de Franz Waxman ('Historia de una monja’,‘Sospecha’ y ‘Rebeca’), ganador del Oscar por ‘El crepúsculo de los dioses’ y ‘Un lugar en el sol’.
Dentro de esa estructura en dos partes los contrastes son claros: la acción transcurre a la luz del día, en espacios abiertos, de barrio de una gran ciudad, vinculados a la vida cotidiana del trabajo o del ocio, pues interesa contar con rapidez el callejón sin salida con enorme economía de medios. Una música dramática, muy variada sirve para hacer participar al espectador de la gravedad de los hechos. Por el contrario, en la segunda parte, la acción tiene lugar en un espacio cerrado y transcurre a lo largo de varias secuencias nocturnas; el ritmo es mucho más lento, dando lugar a planos de mayor duración y los encuadres con profundidad de campo acercan la contemplación de la gestualidad de los intérpretes para, así, mostrar su evolución ante el conflicto.
Un filme modesto que, sin embargo, se despliega como una vigorosa producción independiente que tiene interés por el tratamiento realista de una trama policíaca y la humanización de los personajes. Con escasos datos, la acción queda ubicada en un contexto social obrero y, lejos de toda mitificación del criminal, el protagonista aparece como un producto de ese contexto, un hombre escasamente inteligente para el crimen y, en definitiva, víctima él mismo de ese medio en el que no ha tenido el cariño suficiente como para forjarse una personalidad con un mínimo de confianza en sí mismo y en los demás.
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