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Se mueve tanto este país que cualquier mañana se cae y al levantarse es otro. Según el cristal, unos lo ven erguirse hacia un futuro de socialismo, república, progreso y bienestar. Por el azogue del envés, otros ven huir siglos hasta la vieja patria, orden, ... regreso y bienestar. Son augurios de los Triángulos de las Bermudas, los de la gobernanza, los de la contragobernanza. Uno mima a sus catetos erreache, cada día más bravucones y negativos, con Otegui de hipotenuso; al recto cateto charnego y su ideología laboral de antecedentes andaluces, Gabriel como el arcángel, Rufián por el ronroneo de la sardana; Don Hilarión Sánchez concierta sin poder resistir el opio que con tal gracia le dan las dos hijas del pueblo de Madrid: la rubia Iglesias de un día, la morena Iglesias de otro, unidas en uno.
Otros triángulos bambolean la longitud de la hipotenusa. Arrimadas rehúsa ser raíz y cateta. Delgado petrifica su ángulo recto de caballero recién planchao. Los Abascales Monteros se cuadran ante el arco, listos para la caza de toda raíz, orégano o beleño que crezca en su montaraz piel de toro. Un paso para atrás, otro para delante, raíces cuadradas incompatibles entre socialismo y liberalismo. La política ficción mima distopías, esa ilusión de que todo vaya mal.
Y en algún minuto de la historia –cuarenta años no es nada– hubo utopías y fueron bien. Ejemplo fue un país del este, con vistas a occidente, que derribó el telón de acero antes de que tumbaran el muro de Berlín. O sea, Yugoslavia, la de los sesenta, la de Tito, con puertas y fronteras abiertas, cogestión obrera, empleo fijo, vacaciones pagadas, vehículo propio, viajes sin visado y las costas adriáticas inundadas de dólares. Dictadura blanda, logró coordinación de etnias, convivencia de clases y tolerancia de religiones. Cofundador del Movimiento de Países No Alineados ya no es ni línea ni cuadrado. Lo devoraron los nacionalismos, exigían ser algo más que yugoslavos, o sea, eslavos del sur. Se mataban por ser serbios, croatas, bosnios, macedonios, kosovares... Y se mataron en una sangrienta guerra en la que hasta la OTAN tiró bombas.
Si por utopía fuera podía elegirse el Uruguay de José Múgica, de socialista tupamaro, dirigido por el venerable viejillo que vive en una cabañita y dona su sueldo a proyectos contra la pobreza. Los chicos de Moncloa, Castellana y Galapagar no llegaron a tanto sur. En chiste malo, se atrancaron en el paralelo más maduro y con la lección aprendida y las rentas cosechadas volvieron de indianos listos, a construir su casa solariega, su escuela, su iglesia.
Eran los hermosos sesenta, herederos de los felices veinte, machacados en los críticos dos mil. Una crisis va y sin haberse ido ya viene otra. Que San Silvestre nos pille confesados.
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