La propuesta que circula en el seno de la Comisión Europea de considerar necesarias para la transición energética a las centrales nucleares en funcionamiento y las que pudieran construirse hasta 2045, así como a las plantas de generación de electricidad con gas fósil hasta 2030, ... ha suscitado una viva discusión sobre qué significa reducir a cero las emisiones de CO2 en 2050 y cómo puede lograrse realmente ese objetivo. Debate que enfrenta obviamente intereses económicos y nacionales, junto a planteamientos ideológicos que se miden tanto a escala europea como en el ámbito más doméstico. Diatriba que retiene planes de inversión en el sector energético, a la espera de que la Comisión se vea con autoridad para echar a rodar la propuesta en el plazo de diez días, de que el Consejo Europeo lo haga después suyo, y de que finalmente pase a ser tratada por los diferentes grupos políticos en el Parlamento Europeo.

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No es fácil comprender que la nuclear sea considerada verde cuando durante décadas la lucha contra esa fuente de energía ha simbolizado el compromiso ecológico. Cuando la gestación nuclear requiere de estructuras físicas cuya construcción y mantenimiento comporta elevadas emisiones de CO2. Cuando la gestión de sus residuos continúa siendo muy problemática y persisten los riesgos de accidentes. La Comisión Europea ha tratado de conciliar los intereses de Alemania con los de Francia, compensando la promoción de la apuesta gala por lo nuclear con las posibilidades que el gas ofrece a los germanos. Lo que parece invitar a los demás socios de la Unión a un paciente ejercicio de comprensión hacia los 'intereses instalados'. La contrapropuesta del Gobierno español, a favor de que nuclear y gas sean considerados ámbar pero no verde en la taxonomía europea de las fuentes energéticas, permitiría introducir un factor de racionalidad en el debate comunitario, siempre que no contribuya a atrincherar posturas.

La clave de este debate está en identificar aquellas fuentes de energía que, aun no siendo verdes, resulten ineludibles para la descarbonización total de Europa en tres décadas, y en hacerlo a nivel nacional. La clave está en la letra pequeña a la que pudieran dar lugar las 60 páginas de la propuesta inicial de Ursula von der Leyen. Siempre a favor de la eólica, la solar, la hidráulica y el hidrógeno.

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