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Hace tres años el Reino Unido dejó de formar parte de la Unión Europea. Hoy la mayoría de sus ciudadanos lamenta esta decisión, que les ha empobrecido y ha restado influencia internacional a su país. Para los políticos conservadores aún partidarios del 'brexit', la culpa ... del retroceso la tienen la pandemia y la invasión de Ucrania. Siguen tratando a la UE como el enemigo externo al que achacar sus males, un acto reflejo que es difícil dejar atrás. No es previsible que a medio plazo los británicos soliciten formar parte de nuevo de la UE. Posiblemente será una decisión de la siguiente generación. Pero asistimos a un cambio de mentalidad positivo entre muchos de sus dirigentes. El 'brexit' fue fruto de la pasión irracional por la identidad nacional y el autoengaño con fantasías populistas sin apoyo alguno en la realidad. Nadie mejor que el folclórico Boris Johnson encarnó esa manera frívola y agitada de entender la política, que ha sido parte de una epidemia de 'hombres fuertes' en muchos países. El gobierno de Rishi Sunak, más templado, representa el final de un ciclo nacionalista muy destructivo. Posiblemente, el partido conservador debe perder las elecciones para hacer su catarsis y jubilar a los alegres seguidores de Boris, al igual que los laboristas han hecho con la vieja guardia antieuropea que encabezaba Jeremy Corbyn. Hoy las encuestas les dan una ventaja de más de veinte puntos porcentuales.
Sunak está dando algunas muestras de que las cosas han cambiado. En vez de desafiar abiertamente la legalidad internacional ha adoptado una actitud constructiva para negociar con Bruselas las mejoras necesarias del Protocolo de Irlanda del Norte, pieza clave de la retirada británica. Este acuerdo mantiene la libre circulación de mercancías entre el Ulster y el resto de la isla de Irlanda, algo esencial para mantener los acuerdos de paz, pero crea una incómoda frontera económica intra-británica. Cuando antes recupere el Reino Unido su tradicional pragmatismo, basado el cálculo de intereses y el análisis coste-beneficio, más posible será que recupere influencia en Europa y participe de nuevo en su proyecto de prosperidad compartida. La misma actitud sería deseable del lado continental, dejando de lado cualquier táctica punitiva hacia los británicos y con un cierto grado de autocrítica hacia los excesos tecnocráticos de los mandarines comunitarios. En dos de los grandes retos comunes que tenemos por delante, la defensa y la emergencia climática, la cooperación entre Londres y Bruselas está funcionando. El Reino Unido de nuevo parece dispuesto a hacer lo que le conviene. El largo camino de vuelta a casa ha comenzado.
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