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El mes pasado les hablé de mi sobrino Pablo y su flamante derecho al voto. Al cabo de los días me encontré en el teatro a una señora muy agradable que me comentó que por el título de la columna ('El voto de Pablo') creyó ... que se trataba del líder del PP. Me hizo gracia porque no se me había pasado por la cabeza semejante asociación, así que desde ahora mismo les aclaro que hoy no aludo a Pedro Sánchez sino a un político más modesto, también llamado Pedro, y para más señas del barrio de las Cuevas en Baza, mi pueblo de Granada.
Lo cierto es que, tal como está el panorama, mi sobrino me explicaba que no le hacía especial ilusión votar porque no se siente representado en ninguna opción política. Algo que también me ocurre a mí y que contrasta grandemente con la ilusión por las elecciones que tuvo mi padre toda su vida.
Ignoro lo que votará Pablo cuando le toque, pero sí sé lo que votaba mi padre. Porque lo proclamaba a los cuatro vientos y se lo tomaba como una obligación ineludible. Y verán que no exagero. Resulta que en las últimas municipales en las que votó tuvo la mala suerte de sufrir un infarto ese día por la mañana. A pesar de que se cayó al suelo y se lastimó la cara, sacó fuerzas y se presentó en el colegio electoral. Como se imaginarán ustedes cuando lo vieron aparecer, hecho un cristo y con la papeleta en la mano, llamaron a mi hermana que rápidamente fue en su busca. Trini se enfadó y le regañó, le reprochó que no la hubiera avisado inmediatamente. Él hombre se disculpó argumentando que Pedro no podía perder ni un voto. Como imaginarán ustedes mi hermana llamó a la ambulancia y lo ingresaron en el hospital pero él ya estaba feliz porque había cumplido con su deber democrático.
Quizá el motivo de tanta devoción era que Pedro es hijo de sus vecinos, había sido emigrante en Francia y mi padre tenía una fe ciega en él. Por supuesto no era el único, el candidato ganó varias elecciones con mayoría absoluta. Además, todo hay que decirlo, no le faltaba presencia ni labia.
Como alcalde, aparte su buena voluntad y simpatía, considero que no hizo nada relevante. Eso sí, la gente del barrio le quiere y cuando les preguntas qué había hecho Pedro que no hubieran hecho otros te ponían ejemplos como el alumbrado navideño en las calles humildes o la instalación de aparatos de ejercicios para los mayores en el parquecillo. Y le hubieran seguido votando si no fuera porque este mismo verano dejó la Alcaldía porque le nombraron delegado del Gobierno en Andalucía.
Era previsible que un día u otro Pedro diera el salto al panorama nacional. Así que en poco tiempo ha pasado de ser un alcalde anónimo de una ciudad pequeña a salir en todos los medios de comunicación con motivo de la huelga del metal en Cádiz. Nuestro ilustre vecino ha sido noticia por defender el envío de tanquetas policiales contra los huelguistas; en concreto dijo que «el despliegue se hace desde el entendimiento con los manifestantes». No sé qué pensaría mi padre de que su político favorito justifique algo así. Pero a mí, dicho sea de paso, me apena que para uno que destaca en el barrio lo haga por amedrentar a los trabajadores que defienden sus derechos.
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